En el año de 1981, una joven de 19 años en el municipio de Tula de Allende “jugaba” con una tabla llena de símbolos y letras que guardaba bajo su cama. Así empezó la historia de una posesión de la que no hay registros oficiales, pero cuya realidad permanece aún al alcance y en la memoria de algunos vecinos: los de mayor edad. Los que escucharon desgarradores gritos más allá de las paredes de la casa verde, la que estaba al final de la calle.
Pueblo Nuevo es una comunidad que contaba apenas con unas cuantas casas esparcidas entre pencas de nopal, espinos y magueyes en un cerro de tierra negra.
Algunos todavía recuerdan lo sucedido aquel año, cuando la joven mujer protagonizó un incidente del que poco se sabe, pero muchos conocen por el impacto que provocó.
Cuentan que la jovialidad de la chica desapareció de buenas a primeras y ya no se le vio en los alrededores. Al ser una comunidad pequeña todos se conocían, por eso extrañó a los vecinos no verle y curiosos visitaron su casa para ver qué pasaba. La familia solo les dijo que estaba enferma de gravedad y permanecería encerrada.
Dicen que era octubre… dicen que es el mes del diablo
La enfermedad de la tercera hija de aquella familia fue identificada entonces como locura, pero algunos vecinos tenían dudas al respecto, pues ese domicilio jamás fue visitado por doctores y la joven no fue llevada a algún hospital. El domicilio hoy se ubica en una de las principales calles del sitio, muy cerca del cementerio.
Las dudas y habladurías no se hicieron esperar cuando en lugar de doctores, aparecieron sacerdotes que entraban y no salían durante días. Luego se marchaban con la angustia evidente en sus rostros para regresar al poco tiempo acompañados por otros como ellos.
Pasaron 20 días y la gente se alarmó, en especial cuando la hermana mayor, quien se había alejado del hogar hacía al menos ocho años para recluirse en un convento, regresó acompañada de un sacerdote con rasgos diferentes a los propios de nuestros pueblos y cultura.
La casa verde del final de la calle se transformó y protagonizó un constante ir y venir de religiosos que, por las noches y algunas mañanas, rompieron el habitual silencio del lugar con rezos aturdidores que recibían en respuesta maldiciones y gritos. La voz, dicen quienes recuerdan, parecía de un hombre muy enojado y sus palabras hacían temblar las tranquilas almas en los alrededores.
La matriarca de la familia no sabía qué hacer y, sin abundar sobre lo que sucedía en casa, se reunió con sus vecinos un mes después para pedirles que rezaran por la chica. Entonces la gente cayó en la cuenta: había sido poseída por un demonio y los sacerdotes y religiosas poco habían podido hacer por ella. Su cuerpo presentaba heridas inexplicables y su enfermedad, si es que lo era, empeoraba cada momento.
Hay quien recuerda incluso los comentarios de uno de los hermanos, quien confirmó que previo a presentar cambios en su comportamiento, la joven intentó varias veces deshacerse de la ouija con la que sin mayor malicia jugaba, pero a pesar de que hasta intentó quemarla, el objeto de madera aparecía, sin explicación aparente, debajo de su cama.
Su sanación, dicen, estaba en las manos de Dios
La gente se unió en un rezo, en un plegaria permanente y el sacerdote foráneo, al parecer, tuvo éxito en aquella tarea en que sus pares de por estas tierras fallaron.
Poco a poco la normalidad regresó al lugar y la chica se convirtió en una mujer que formó una familia con dos hijos y profundamente devota que cada domingo acude con su madre a la misa de gallo en la iglesia de Cruz Azul.
Si se le mira fijamente a los ojos no hay manera de comprobar que experimentó un exorcismo, su semblante denota serenidad; es delgada, de piel blanca, cabello rizado y con un lunar justo al lado de su nariz. Hoy es comerciante.
Como se mencionó, no hay documentos que acrediten los hechos aquí narrados y los testigos se niegan a proporcionar detalles sobre lo sucedido por miedo a invocar nuevamente a la maligna entidad.
La casa verde al final de la calle sigue ahí, muy cerca del cementerio y presente en las historias de quienes escucharon aterradores gritos en las noches de octubre de aquel 1981… el mes del diablo.
La Iglesia católica no lo reconoce
El fenómeno de la posesión diabólico es un hecho reconocido por la Iglesia católica, aunque no es muy abierta a dar a conocer casos concretos sobre ello.
En Hidalgo, señala no tener conocimiento de lo sucedido en Pueblo Nuevo hace más de cuatro décadas. Aclaran que el comportamiento extraño o con señales de una posible posesión, se trata realmente de ello porque existe la charlatanería en torno al tema y personas que buscan llamar la atención.
En los textos de la religión católica se relatan siete casos específicos de liberaciones y expulsiones de demonios que realizó Jesús y se menciona que para vencerlos se requería la práctica de ayuno y oración; incluso que los primeros cristianos usaban objetos personales de los apóstoles a manera de reliquias para expulsar demonios.
Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sean protegidos contra las asechanzas del maligno y sustraída a su dominio, se habla de exorcismo.
Este sólo puede ser practicado por un sacerdote debidamente autorizado y preparado para ello.
En estos casos es preciso proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia, que también reconoce la existencia de enfermedades psíquicas cuyo cuidado pertenece a la ciencia médica y que no deben ser confundidas con posesiones.
Por ello es importante antes de llevar a cabo el exorcismo, asegurarse de que se trata de una presencia del maligno y no de una enfermedad.