Uno. Días antes de que iniciaran las clases, Ulises, el conserje de la secundaria 14, la que queda a la vuelta del metro Balderas, ya sabía que de los 400 alumnos inscritos apenas se presentarían unos cien. “Mamás y papás vinieron a verme para avisar que no mandarían a sus hijos porque tienen miedo de que se contagien”, te dice y enseguida te relata que, pese a estar en contra de las clases presenciales, se ha visto obligado a despachar a la escuela a su hijo.
“El chamaco no sacó la boleta por andar jugando en el celular, ahora necesita la mano dura del maestro”.
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Por lo que en unos segundos te dirá Ulises, pareciera que el de su hijo no es un caso aislado. “La mayoría de sus compañeros de sexto tampoco aprendieron nada con las clases virtuales”, se queja mientras observa la llegada de los alumnos de primero, a quienes se les ha citado a las siete de la mañana. “Muchos papás me preguntaron si sus chamacos podrían repetir el año porque ni escribir saben”.
La señora María, vecina de la colonia Doctores, es una de esas madres preocupadas por el insuficiente aprendizaje de su hija. “Por eso la traigo a la secundaria, porque en la casa no aprenden igual, menos ahorita que me cortaron el teléfono y nos quedamos sin internet”, te dice y después te cuenta que su hija la ha estado pasando mal. “Desde que empezó la pandemia, no se halla, todo el día está triste; yo digo que le hace falta convivir con la gente de su edad. También por eso la traigo: para que salga de la depresión”.
Depresión que también ha motivado a la señora Lidia para que su hija Jimena regrese a clases. “Todo el día está enojada y no hace caso”, te dice. “Ahorita estoy pensando más en su salud mental que en el riesgo de contagio”.
—¿Qué les diría a las madres y padres que piensan que el regreso a clases es una locura? —le preguntas.
—Que los niños corren menos riesgo en la escuela que cuando andan paseándose en las plazas o cuando andan juntándose con los amigos o con los primos.
Dos. El padre de uno de los 30 alumnos que se han presentado a la primaria Lázaro Cárdenas del Río, en la alcaldía Gustavo A. Madero, te cuenta que los 190 alumnos restantes, o sea el 86 por ciento, no asistieron porque, en un sondeo que hace un par de semanas realizaron en la escuela, los padres de familia, además de optar por las clases virtuales, se dijeron preocupados y confundidos por el regreso a la escuela.
“Pero ahora están muy enojados porque el viernes se nos avisó que no habrá clases virtuales”.
Te cuenta que en una junta virtual entre el personal académico de la primaria y los padres de familia, éstos exigieron clases virtuales y no un WhatsApp con las instrucciones de las tareas, tareas que sólo se revisarán los viernes. “La directora nos explicó que la escuela no contaba con el internet suficiente para las clases virtuales y que casi nadie de los maestros tiene laptop”.
El padre con el que hablas por teléfono es uno de esos padres que el fin de semana hizo compras de pánico en las calles de Mesones y de Corre Mayor, entre ambulantes transas y bravucones que han aprovechado la derrama económica que, con el regreso a clases, se estima en poco más de 2 mil millones de pesos.
—Hay quienes dicen que, al cancelar las clases virtuales, veladamente se está obligando a los niños a regresar a la escuela.
—Pues a lo mejor —te responde—, pero yo también entiendo lo que nos dijo la directora: que a las maestras y a los maestros los están obligando a asistir y no pueden andar dobleteando en su casa. Yo creo que se va a venir un problemón con los papás.
Tres. Sofía lleva la escoba en una mano y con la otra sostiene a sus hijos de seis y nueve años. “Hay que enseñarles a los niños a enfrentar la pandemia”, te dice mientras caminan sobre Arcos de Belén, antes de llegar a la primaria Revolución. “No pueden vivir encerrados, eso les está afectando; además, soy madre soltera y necesito que alguien me los cuide”.
La oficial que está en la puerta de la primaria, una oficial a la que le han reportado mucho menos tránsito de los esperado, te cuenta que ella tiene un sobrino y está de acuerdo en que no asista a clases. “Es mucho el riesgo, entiendo la decisión de mi hermano”, te cuenta.
“Los niños se van a contagiar aunque traigan su kit desinfectante y litros de alcohol. Yo aquí calculo que vengan entre 60 y 70 alumnos. Y no, no es porque no haya agua desde el terremoto de 2017. Es por el miedo que nos han metido en las noticias”.
Frente a la oficial están Evelyn con su hija Fernanda, quien cursa sexto grado. Evelyn te cuenta que apenas ayer en la noche decidió traerla a la escuela.
“Ha sido mucho encierro para ella y es momento de que enfrente y aprenda a vivir la nueva situación. Además, fue ella la que me pidió venir. Dice que ya no quiere vivir con miedo. Pasó la noche sin dormir de lo emocionada que está”.
Los hijos de la señora Alma tampoco durmieron. “Se la pasaron toda la noche preparando los útiles y los desinfectantes que les pidieron. Andan todos emocionados. Como ni al parque los sacaba”.
—¿Y qué tanto aprendieron en casa?
—Pues mire: a comer saludable, sí aprendieron. De escuela, poco, la verdad. Pero también los papás tenemos la culpa porque no les exigimos.
—¿Sabe que en las próximas dos semanas, a cada alumna, alumno le harán un diagnóstico para ver cómo andan de conocimientos?
—Sí, nos dijeron en una junta y yo creo que a uno de mis hijos me lo van a regresar a tercero porque no aprendió nada y yo no pude ayudarle porque trabajo todo el día.
Quien tampoco pudo ayudarle a su hija fue la vendedora de dulces. “No me alcanzaba para pagarle el internet y ella perdía sus clases”, te dice. “Yo apenas sé leer y se me dificultó apoyarla en sus tareas. Por eso la mandé la escuela”.
FS