Las explosiones del 22 de abril de 1992 en el sector Reforma de Guadalajara dejaron una huella imborrable en la historia de Jalisco y de los tapatíos. El saldo oficial, contabilizaba a 212 personas sin vida, 69 desaparecidas y alrededor de mil 800 heridas. Cerca de ocho kilómetros de calles fueron destruidas y hubo más de mil inmuebles afectados.
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Para los sobrevivientes y familiares de las víctimas de ese trágico día, había destinado un fideicomiso de 80 millones de pesos; a algunos no les dieron lo suficiente para cubrir los daños en sus propiedades, a otros ni siquiera les llegó el recurso.
Javier Gutiérrez relata que “con lo que nos dieron no fue suficiente, tuvimos que poner dinero”; sin embargo, Vicky Lomelí cuenta que a “algunos nunca les pagaron, ellos realmente se quedaron sin casas”.
Los meses siguientes a la tragedia también fueron difíciles, pues se quedaron sin servicios básicos durante más de dos meses. “Duraron un buen tiempo así, de hecho, al poco tiempo comenzaron las lluvias y se formó una grieta más profunda”, recuerda Lidia Vargas.
En el 2000, a ocho años de las explosiones en el barrio de Analco, la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Jalisco emitió la recomendación 16/2000, en la que se identificaron violaciones a los derechos humanos.
Esta semana, el organismo propuso crear una comisión de la verdad para esclarecer el hecho. Javier explica que ese día, “un compañero de nosotros, amigo, venía medio borrachito y trabajaba en el agua, y venía gritando que iba a explotar, pero la gente no hizo caso; no creíamos”.
A las 10:05 de la mañana, desde el drenaje, una serie de explosiones arrasaron con calles desde la Calzada Independencia hasta Dr. R. Michel, en las colonias Analco, Atlas, Las Conchas y San Carlos.
“El día en que explotó, de hecho, un día antes, los vecinos estuvimos oliendo demasiado a gas y estuvo el run, run, de que dormimos con dolor de cabeza y nos estuvimos sintiendo mal”, dice Vicky. “No hicieron caso y dijeron que no pasaba nada que era un olor cualquiera que salía de las alcantarillas, que era normal y el 22 de abril nos dimos cuenta que no era normal”, lamenta Javier.
“Mi mamá dice que la elevó hacia arriba y la misma fuerza hizo que cayera a los escombros de la grieta. La explosión la aventó a las tres personas: mi mamá, un niño de tres años y un pariente que iba con ella”, comparte Lidia.
Javier asegura que en tres minutos el asfalto colapsó; personas, casas, locales, animales y autos volaron. Por las calles deambulaban heridos y había personas inconscientes, así como cuerpos cubiertos por la tierra y el escombro. “Iban camionetas, carros pues llevando a la gente muerta y era irnos caminando, era un caos”, señala Javier. “No sabía uno ni a quien auxiliar porque todos éramos amigos, éramos conocidos y a quién ayudabas ¿a tu familia o a tus amigos? Lo que pasa es que no hubo coordinación en ese momento porque toda la gente estaba loca”, agregó.
“Las patrullas comenzaron a decirnos que nos fuéramos porque las calles estaban explotando y nosotros nos fuimos hasta Tonalá”, dijo Lidia.
Cuando las calles fueron cubiertas por una nube de tierra, arribaron los primeros cuerpos de emergencia; grupos de brigadistas y voluntarios buscaban sobrevivientes. Testigos cuentan que los hospitales no daban abasto. La tarde de ese miércoles se autorizó que la maquinaria pesada comenzará a remover el escombro.
Para la medianoche ya comenzaban a contabilizarse las primeras cifras de muertos. “Se dice que hubo mucha gente desaparecida, de hecho, no son todas las personas que dicen que fallecieron, siempre se ha dicho que ha sido más el número”, finalizó Lidia.
Este año, la emergencia sanitaria no permitirá que se realice la ceremonia conmemorativa, pero esto no significa que la fecha se olvide, pues marcó una herida en la historia de los tapatíos.
MC