El viento frío abraza a Real del Monte desde las 16:00 horas, momento en el que doña Elena sirve unas dobladitas de queso y agua para café a un profesor de la universidad, quien tomó un descanso antes de partir a casa.
¡Todo está muerto!, le dice doña Elena al profesor, no hay nada, pero ya voy a cerrar.
Decide quitar el plástico transparente que evita que su docena de ollas pequeñas del mismo modelo se llenen de polvo, mesas de plástico y sillas también son apiladas una a una, y los envases de refrescos son colocados en rejillas.
A tan solo 20 metros de donde sale doña Elena, frente a la entrada de la Mina del Terror, que forma parte de los cinco escenarios del Festival Mágico del Horror, mujeres colocan con rapidez sus pequeñas carpas, manteles blancos y empilan los productos que han elaborado durante la mañana: gelatinas, flanes, pay de queso, de limón, así como dulces tradicionales; la señora de los tamales saca su olla humeante y el anafre para calentar el atole de masa y el ponche que ha preparado, y metros más adelante, las casas pasteras muestran sus productos recién salidos del horno, y se asoman a la calle, decenas de personas se encuentran "formadas" de forma estratégica sobre las banquetas.
Así, de entre las calles comienzan a salir demonios, brujas, duendes malvados, payasos diabólicos, y decenas de zombies mineros que arrastran cadenas y raspan las calles con palas haciendo un ruido que hace llorar a uno que otro menor de edad.
Son las 16:30 horas, y la multitud de personajes demoniacos y de terror abren paso al desfile del Festival Mágico del Horror que se hace por primera vez en un Pueblo Mágico.
Muchas personas sonríen de nervios, otras más piden selfies con las representaciones de terror, y los actores en su papel, hacen ruidos grotescos y caminan lentamente hasta acercarse con rapidez a las personas, para recordarles que "hay muertos en Real del Monte".
Con música de fondo, aquella clásica de Freddy Kruger, y risas diabólicas, suenan al compás de los gritos y sonrisas de los espectadores, que salen a disfrutar del desfile que anuncia el arranque de las atracciones que trae consigo esta producción, proveniente de la Ciudad de México, y que ha dividido en cinco sitios emblemáticos del lugar: El Callejón del Horror, el Panteón Inglés, el Circo Mágico del Horror, el Bosque Embrujado y la Mina del Terror.
Es a esta última atracción a la que Milenio tuvo acceso, y es en la que personas de todas las edades, en parejas, amigos, y hasta desconocidos que unen sus miedos al entrar al lugar, inician el recorrido, en lo que originalmente es el auditorio municipal.
"No se puede tocar a los personajes, no pueden ser tocados, tampoco pueden separarse del grupo y si hay uno más adelante, deberán esperar para evitar aglomeraciones y, sobre todo, prohibido quitarse el cubrebocas en todo el recorrido", son las indicaciones que da el personal del staff antes de entrar al lugar.
Así, un demonio ensangrentado da "la bienvenida" al grupo, entre maldiciones y las advertencias de "no esperen salir vivos de ésta mina del terror".
El grupo camina, los martillazos, las cadenas, la oscuridad que se acaba en cada flash que sale de alguna esquina y el humo de hielo seco, hacen su magia e inicia el terror dentro de lo que se asemeja a una mina.
De entre las esquinas salen zombies capataces que gritan "trabajen, no paren que deben sacar más oro, más plata, ¡caminen!" Y entre pasillos oscuros, zombies mineros se arrastran para alcanzar a la pierna de un visitante y que sus almas sean rescatadas.
Gritos de auxilio por aquí y por allá, cadenas que se arrastran, risas demoniacas, reflejos de rostros que solo los amantes del terror podrían disfrutar, así como pasajes angostos por los que se cuela el aire y los golpes sobre las paredes, llevan a los visitantes por un aproximado de 15 minutos, al fondo del lugar, donde Hansen, el personaje ensangrentado y que lleva consigo una sierra eléctrica, da la bienvenida accionando el artefacto, mientras simulan destazarme un cuerpo, sobre la mesa, y poco a poco, la gente sale por una puerta donde todos respiran, sonríen de nervios y los niños y niñas tratan de explicar todo el miedo que sintieron.
A unos pasos está el local de Doña Elena, que ha decidido abrir nuevamente porque sabe que no, Real del Monte no está muerto y que, a pesar de que continúa la pandemia, el entretenimiento se abre a una forma de hacerse, "y mejor aprovechó a vender unas dobladitas más, porque entre los gritos y el susto, seguro saldrán con hambre".