FRENAAA y su 'performance' en el Zócalo de la CdMx

El drama social de dos bandos que pelean por los símbolos y por un lugar en la historia.

Integrantes de FRENAAA (Francisco Mejía)
Editorial Milenio
Ciudad de México /

Son casi las nueve de la noche del jueves 14 de octubre y en el Zócalo de Ciudad de México se presenta el performance más importante en la vida de sus protagonistas. Es un performance único, donde cada minuto se convoca a un nuevo casting. Quizá por eso nadie sabe cuánto tiempo dudará.

De un lado del escenario, y protegido por vallas metálicas que ha colocado la policía capitalina, uno de los dos bandos, el autodenominado grupo FRENAAA, ha tomado la Plaza de la Constitución a fuerza de casas de campaña. En las crónicas periodísticas, leí que uno de los líderes de este bando es Gilberto Lozano, un hombre cruzado por el clasismo, el machismo, el racismo y el neoliberalismo. 

Una vez que perdió sus privilegios y algunos negocios ilícitos, este monumento al patriarcado alzó la voz en las redes sociales y toda esa gente que está enojada con Andrés Manuel López Obrador comenzó a seguir a Lozano: gente clase mediera que no sabe qué es el comunismo, que está convencida de que el presidente nació en Guatemala o que cree que el covid-19 es un invento de los chinos.

“Aquí nos dan de desayunar, de comer y de cenar”, me dice una indígena rarámuri que ha sido reclutada por Frena. “A mí no me interesa la política”, alcanzo a escucharla en medio del tremendo ruido que sale del campamento y que no es otra cosa que una canción de Barney: Te quiero yo, y tú a mí, somos una familia feliz.

Y por eso en el performance hay pleito:

Porque quienes integran el otro bando, que podríamos llamarle El Pueblo, están molestos ya que el ruido no les permite insultar a los de FRENAAA como dios manda. “¡No nos dejan mentarles la madre a gusto!”, se queja David con megáfono en mano. David, junto a otros hombres y otras mujeres, ha bloqueado una de las dos entradas/salidas con las que cuenta el campamento. “¡O quitan la pinche música o nadie entre o sale, cabrones!”, es la demanda de este bando, en voz de David, bando compuesto por misóginos, albureros y todo lo políticamente incorrecto. Porque la regla básica de este performance es el insulto.

No le llamo performance porque así haya definido Claudia Sheinbaum al plantón. Lo del performance me lo cuenta por teléfono Carlos Dávila, mi antropólogo de cabecera. “Estamos ante un performance del drama social”, me dice y me habla de Víctor Turner, el antropólogo que acuñó el término “drama social”.

Turner, me explica Carlos, concluyó que el drama social se origina cuando la polarización es irresoluble por la vía institucional. “Turner entendió la propensión al conflicto social desde la metáfora del drama y lo dividió en cuatro momentos: el quiebre, la crisis, el desagravio y la reintegración”.


Por lo que me aclara Carlos y por lo que leo en un artículo de la Gaceta de Antropología, el nuevo quiebre en México debió darse durante las campañas presidenciales de 2018. La crisis, en la que aún estamos inmersos, empezó cuando López Obrador ganó la elección. “En la crisis se desata la guerra de símbolos y la batalla por la historia”, me dice Carlos y ejemplifica:

“De un lado tenemos a las bases de FRENAAA, convencidas de que detrás de AMLO está el chavismo, el comunismo, el cheguevarismo y muchos ismos fuera de la realidad. A esas bases las vemos tomando el espacio público, tomando un símbolo que la derecha nunca había tomado. Salvo en la guerra cristera, las calles han sido siempre de la izquierda. Y es donde entra el otro lado: las bases de Morena que están convencidas de que AMLO es un humanista, un hombre solidario, cosas también fuera de la realidad, y que hoy reclaman el espacio que es suyo: el Zócalo”.

Añade Carlos:

“Otro combate en el Zócalo es por la historia: por un lado tenemos a López Obrador, que se auto designa como el sucesor de Juárez, de Madero y de Cárdenas. Mientras, por el otro tenemos a un grupo de derecha extrema que busca una historia más colectiva y se lanza a la apropiación de símbolos que no le corresponden”.

Símbolos. Símbolos como los que observo ahora que una veintena de personas caminan por el campamento: cargan a la Virgen María, al Sagrado Corazón de Jesús y a otras imágenes que se venden afuera de las iglesias; cargan rosarios y banderas mexicanas; cantan algo sobre Cristo Rey y tiran sal a su paso. “Es para alejar las maldiciones”, me dice una de las señoras que avientan sal como si fuera confeti.

Símbolos. Símbolos que observo en el grupo de hombres y de mujeres que siguen esperando a que los de Frena le bajan al volumen para poder mentarles la madre: comerciantes, albañiles, obreros, amas de casa, vendedores callejeros, trabajadoras del hogar, oficinistas, choferes, estudiantes y un largo etcétera que ha venido a gritar que de ellos es la historia democrática, de ellos son las marchas, las protestas, los plantones. 

“¡Prepárense para el 24 (de octubre), cabrones, porque la marcha a favor de mi cabecita blanca los va a sacar de aquí!”, les advierte una joven que pasaba por el zócalo, pero se detuvo porque le dieron ganas de insultar a los de FRENAAA.

¿Y qué te motiva insultarlos? —le pregunto.

—Que son bien ignorantes, que no saben ni por qué protestan. Yo he protestado aquí, en el zócalo, por la violencia contra las mujeres y por Ayotzinapa. Pero esta gente viene a protestar porque les quitaron sus privilegios.

¿Cuáles privilegios?

—Pues las comodidades, los negocios, las transas.

Todos los protagonistas del bando de El Pueblo confían en sus parlamentos:

“Me dicen el Kalimán de los Barrios. Obrador me conoce, fui yo quien le dio todas las ideas con las que nos está gobernando. Y estoy aquí porque es la plaza de todos. Estos cabrones no pueden tomar el zócalo nomás por sus güevos”.

Interviene un muchacho que se para frente a mí:

Yo soy ambulante, pero como no hay trabajo, mejor me vengo todas las tardes a gritarles”.

Una señora interrumpe y dice:

A mí me dio coraje lo que dijo Lili Téllez de Gatell, de que ha sido un irresponsable, por eso viene a mentarles la madre”.

Un viejo desdentado se acerca trepado en su bicicleta. Dice algo que no alcanzo a escuchar porque Barney sigue cantando.

De pronto, Barney se calla. El Pueblo ha doblado a los de Frena y festeja el triunfo con insultos que ni siquiera están en los libros de la Picardía Mexicana.

—¿Y a quién le conviene todo este performance? —le pregunto a Carlos cuando regreso a casa.

—Por ahora, a López Obrador. Pero recuerda que quien manipula los símbolos es quien se queda con la historia. Que haya gente cantando rezos nos dice que el México bronco no está absolutamente fuera de combate.

A este performance aún faltan el desagravio y la reintegración, pero todavía nadie quiere bajar el telón de la crisis.

FS

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