Bakadaji, Gambia. Había unas chicas sentadas bajo el sol de la tarde. Había músicos, baile y platones de comida. Había navajas antiguas hechas a mano y relucientes navajas nuevas.
Para las 30 practicantes tradicionales de la mutilación genital femenina, el evento se parecía un poco a las fiestas masivas de mutilación que tanto ellas como sus antecesoras habían celebrado por siglos en la nación de Gambia, en África Occidental.
Estas mujeres eran practicantes prominentes en sus comunidades y para ellas, mutilar niñas era una fuente de ingresos y respeto. Pero esa fiesta, en 2013 en la aldea de Wassu, era para renunciar a su vocación.
Las mujeres portaban carteles con la frase: “He abandonado la mutilación genital femenina” debajo de una ilustración de una niña con el rostro cubierto por las lágrimas. Dieron un paso al frente y juraron no volver a mutilar a una niña nunca más. Una por una, dejaron caer sus cuchillos y navajas en una tela roja bordada con conchas de cauri.
Para estas mujeres, era el fin de una práctica ancestral de gran importancia social (y, para muchos, terrorífica). ¿O no?
Años después, una de las 30 mutiladoras presentes ese día, una abuela llamada Yassin Fatty, se convirtió en la primera mutiladora de Gambia en la historia en ser declarada culpable de mutilación genital femenina.
Gambia aprobó en 2015 una ley que prohíbe la práctica, pero por muchos años no se hizo cumplir y muchos ciudadanos siguieron apoyándola. Cuando Fatty fue arrestada por mutilar niñas y declarada culpable el año pasado, hubo reacciones en contra en todo el país.
Entonces Fatty, de 96 años, quedó atrapada entre dos hombres: un imán que es una celebridad y quiere legalizar de nuevo las mutilaciones, y un activista opuesto a esta práctica que parece tener motivos encontrados.
A las niñas siempre las han mutilado en Bakadaji, una aldea de la región Central Rivers de Gambia, donde nació Fatty, quien relató que siempre mutilaba a las niñas en un baño al aire libre y después las llevaba al cuarto de paredes burdas y sin pintar en el que estábamos sentados.
En Gambia, la mutilación genital femenina por lo regular implica retirar el clítoris y parte de los labios menores y, en algunos casos, sellar la vagina hasta dejar solo un orificio pequeño. A la gente de fuera, esa práctica le parece de una crueldad indescriptible.
Pero muchos habitantes de aldeas en Gambia consideran que las niñas sin mutilar son impuras y nada religiosas. En general, esas niñas se convierten en parias sociales.
En secreto
Momodou Keita es un hombre fornido y cincuentón, conocido por los años en que se ha opuesto a la mutilación genital femenina. Recorrió la región de Central Rivers en su motocicleta tratando de persuadir a mutiladoras como Fatty de abandonar la práctica y participar en las ceremonias de dejar caer el cuchillo organizadas por Gambia Committee on Traditional Practices Affecting the Health of Women and Children (Gamcotrap), donde trabaja.
Afirmó que había convencido a cientos de mutiladoras en esos años de trabajo. A cada una de esas mujeres se les dio dinero para arrancar un negocio, como fuente alternativa de ingresos. Fatty recibió efectivo para poner una panadería, que generó buenos ingresos para la familia.
Antes de asistir a la ceremonia, Fatty vio un video sobre las consecuencias de la mutilación para la salud femenina. Asistió unos días a un programa de toma de conciencia sobre las mutilaciones organizado por Gamcotrap. Pero fuera de esas sesiones, se hizo poco para intentar cambiar su opinión.
Después de enlistar y educar a las mujeres, Keita les pedía a algunos informantes que las vigilaran.
A finales de 2022, según relató Keita, sus informantes le avisaron que algo estaba pasando en Bakadaji. Le dijeron que Fatty planeaba mutilar a ocho niñas. Dijo que condujo hasta su casa para advertirle que no lo hiciera.
Pero el 16 de enero de 2023, un informante le habló de nuevo. Le avisó que la mutilación ocurriría esa mañana. Él montó su motocicleta. Llegó demasiado tarde, Fatty ya había mutilado a dos bebitas. Keita se comunicó con la Policía.
A la mujer le habían dado una panadería para alejarla de las mutilaciones, pues se suponía que las hacía por los ingresos que representaban. Pero explicó que para ella esta práctica era cuestión de creencias, por lo que la amenaza de acción legal no le significaba mucho. Incluso después de la ceremonia de soltar el cuchillo en 2013, Fatty había seguido mutilando niñas en secreto.
Algunos expertos afirman que muchas mutiladoras ahora trabajan de esta forma y mutilan a niñas más pequeñas, pues así es menos probable que lo recuerden. En 1991, las niñas de Gambia eran expuestas a esta práctica a los cuatro años en promedio; ahora la Organización de las Naciones Unidas (ONU) calcula que por lo regular son menores de dos años.
A pesar de los millones de dólares que han invertido agencias de la ONU y donadores estadunidenses y europeos en programas para reducir las mutilaciones en Gambia, y además de que mutilar niñas ha sido ilícito desde 2015, casi no ha habido ningún cambio en la tasa de esta práctica, que es de 73 por ciento en las niñas entre 15 y 19 años.
La primera sentencia
La Policía arrestó a Fatty y a las madres de las dos bebés que encontró Keita, gritando y sangrando, en su casa.
El mundo lo vio como un héroe, el hombre que ha dedicado su vida a combatir las mutilaciones y sorprendió a Fatty en el acto. Así, según él, salvó a varias niñas de la mutilación
Pero Fatty y su hijo Abdou Cham sostienen que Keita es un fraude. Afirman que nunca le ha importado proteger a las niñas y que les recomendó que tomaran el dinero de los occidentales e hicieran lo que quisieran, acusación que Keita niega.
“Es imposible erradicar la circuncisión en esta área —Cham recuerda que Keita le dijo a su madre—. Pueden hacerlo en secreto. Nadie se va a enterar”.
Desde su perspectiva, a Keita solo le interesaba el dinero y por eso se unió a la campaña con financiamiento de Occidente contra la mutilación.
Cham y dos parientes varones aseguraron que en la estación de Policía (mientras Fatty esperaba a que la ficharan) Keita se aproximó a ellos y les ofreció “sepultar el caso” a cambio de un soborno. Relataron que aceptaron y le dieron 5 mil 500 dalasi (alrededor de 80 dólares).
La hija adoptiva y dedicada cuidadora de Fatty, Mariama Souso, afirma que vio que el dinero cambió de manos.
En una entrevista, Keita dijo que nunca pidió un soborno y tampoco lo recibió, pero un agente enterado del caso, que habló a condición de permanecer en el anonimato para evitar represalias, confirmó la historia de la familia.
Keita fue acusado de obtener dinero con engaños, pero más tarde se retiraron los cargos. Además no sepultó el caso. Fatty y las dos madres fueron a juicio. Las tres se declararon culpables y a cada una se le impuso una multa de 15 mil dalasi (unos 215 dólares).
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Piden descriminalizar
El costo total del incidente casi dejó sin dinero a los familiares de Fatty, que en su mayoría trabajan como campesinos de subsistencia. El juicio también atrajo la atención de un pariente lejano y poderoso.
Abdoulie Fatty, uno de los imanes más conocidos de Gambia, se enfureció al enterarse de lo que había pasado su prima de 96 años. Comenzó a hacer campaña a favor de que el país descriminalice las mutilaciones y citó las dificultades que pasó su prima para ganar apoyo.
El debate nacional resultante tuvo efectos sorprendentes entre los conservadores de Gambia, cuya población es 96 por ciento musulmana. En áreas urbanas, de repente la gente comenzó a usar sin recato palabras como clítoris y deseo sexual femenino.
En aldeas como Bakadaji, y para las familias de mucha tradición, el mensaje del imán reforzó la impresión de que el Islam permite las mutilaciones, cosa que niegan los clérigos e investigadores musulmanes.
El imán le dio un giro a la fortuna financiera de la familia de Yassin Fatty. Pagó las multas de las tres mujeres y les hizo llegar donativos de algunos de sus seguidores, dinero que utilizaron para construir un muro de bloque de hormigón alrededor del lugar en el que ella mutila a las niñas.
El apoyo le dio seguridad a Fatty, pero su arresto y juicio la habían debilitado. Su familia dudaba que volviera a practicar mutilaciones. Sería el fin de una era prolongada. Ella heredó su vocación de practicantes del lado materno y del lado paterno de su familia.
La mujer se lamenta: “Soy la única que queda”. Pero luego dijo algo más y señaló a Souso, su hija adoptiva, pues decidió convertirla en su sucesora.
c.2024 The New York Times Company
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