Eran las nueve de la noche. Recién terminaba la cobertura de la inauguración de la Convención Internacional de Minería, realizada en el puerto de Acapulco. La intensidad de la lluvia era fuerte; el viento se hacía sentir al hacer volar objetos, paraguas, botes de basura. Más de treinta reporteros y organizadores veíamos desde el interior de un restaurante ubicado en el complejo comercial 'La Isla', ubicado justo frente del 'Forum Mundo Imperial' donde se llevó a cabo el congreso minero, se apreciaba cómo el viento se convertía en ráfagas que aceleraron nuestra escala gastronómica en dicho lugar. Sabíamos de la llegada del huracán 'Otis', pero no hubo ningún aviso de que se aceleraría su llegada, contemplada entre tres y seis de la mañana.
Uno a uno, fuimos movilizados para ir a resguardarnos a nuestro hotel. Algunos en camionetas tipo Sprinter otros como en mi caso, en un autobús turístico; abordarlos ya fue una odisea. La lluvia apenas permitía visibilidad y ardía la vista al dar cada paso, los paraguas no aguantaron la fuerza del viento y se iba destrozando uno tras otro. Finalmente arriba del camión, fuimos recibidos por Javier, un joven chofer que recién había terminado su turno, pero que cancelaron su regreso a casa para atender nuestro traslado al hotel 'Pierre Mundo Imperial', en la zona Diamante.
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Fuimos alrededor de doce reporteros quienes abordamos la unidad. El trayecto del regreso fue hasta ese momento tranquilo. Ya había vías inundadas, árboles y palmeras ya derribadas sobre las calles. La oscuridad total de la ciudad al cortarse la energía eléctrica y la velocidad del viento, cortó los ánimos y la algarabía que algunos mostraban.
La pericia de Javier, evitando y rodeando obstáculos, hizo que minutos después llegaremos a nuestro destino. Quizás pueda calcular que probablemente el recorrido duró alrededor de una hora, quizás más.
Estando ya en a unos metros frente a la recepción del 'Pierre', la angustia cedió para dar su paso al miedo y al terror de vivir al interior de nuestro transporte, el embate de la fuerza del huracán 'Otis', que nos impidió descender del autobús e impidiera ponernos a salvo en el refugio.
“Retirense de las ventanas y coloquense en la parte central, ya que los vidrios pueden colapsar”, se escuchó la instrucción de Javier a los reporteros quienes nos habíamos acomodado a lo largo del camión. Debido a que el agua comenzó a introducirse por la escotilla del techo en la parte trasera, los compañeros decidieron pasarse a los asientos al frente.
El camión comenzaba a moverse de un lado a otro. Los objetos comenzaban a golpear el exterior, la instrucción era tirarse al piso del pasillo ya mojado y protegerse la cabeza. Sólo había visibilidad de lo que pasaba el exterior por el vidrio frontal panorámico. Las ráfagas del viento y la fuerza de la lluvia jugaban en contra nuestra: “Se va a volcar esta chingadera”, pensé.
“Vamos a decir todos una oración”, convocó Esther Arzate, que coordinaba al grupo. Algunos de los que al principio se veían valientes, al paso de los minutos, doblegados, nerviosos, con el rostro del miedo y del terror, ya llenos de lágrimas. Creo que salvo excepciones todos estábamos así. El camión era sólo un juguete de 'Otis', los movimientos continuaban.
Se dio el primer cristalazo en una de las ventanas traseras. Todos sentimos que los oídos se nos tapaban, “Dios, que está pasando, qué es esto”, alguien exclamó. Piedras, ramas, no sé qué era lo que golpeaba con más fuerza el camión, “Tenemos que salir de aquí y tomados todos de las manos bajamos”, alguien sugirió, pero 'Otis' como personaje central no permitiría que alguien le quitara protagonismo, así que se hizo presente con más fuerza, fue imposible descender. Todos estábamos viviendo la peor experiencia de nuestras vidas.
Inexplicablemente, algunos mensajes de compañeros que ya habían logrado llegar a sus habitaciones, daban cuenta del miedo y el terror, daban cuenta a través de un grupo de medios de comunicación que se habilitó para la cobertura: “Ya se rompieron los cristales de mi cuarto; qué miedo tengo; Me metí al baño pero el viento quiere tirar la puerta”, “Auxilio por favor, ayúdenme”.
La fuerza del viento se mostraba vigorosa con más de trescientos kilómetros de velocidad. Otra ventana cedió y dejó entrar una mayor cantidad de viento. Diminutas astillas de vidrio volaban ya por nosotros. El pánico trataba de reprimirse y evitar mostrarse en nosotros.
De repente, el viento fue cediendo al igual que la lluvia; era el momento para descender y así se hizo. Sin un rasguño pero aún en crisis nerviosa, tomados de las manos en fila fuimos descendiendo para salir de ese autobús que por momentos lo nombre, “el autobus del terror”; la hora del descenso, creo que eran entre una y media y dos de la mañana.
La oscuridad era total, pero algunas luces esperanzadoras del personal del hotel Pierre nos ayudaron a refugiarnos en espacios tras la recepción; el descanso de 'Otis' fue en efecto una pausa, había terminado lo que los expertos le llaman el Ojo del Huracán para volver a tomar fuerza con la misma intensidad con la que se hizo presente.
El refugio temporal se fue llenando minuto con minuto: Mujeres, hombres, jóvenes, infantes. Aunque muchos querían conservar la calma, el rostro mostraba el shock en que se encontraban. Javier nuestro conductor, mostraba signos de agotamiento, su turno era desde la noche anterior, pero el destino le tenia preparado otra encomienda, misma que cumplió a cabalidad.
Ya entrada la madrugada, el vigor mostrado por 'Otis' se debilitó, pero aún la oscuridad no permitía dimensionar lo ocurrido: “Voy a ver al autobús”, le dije a mi compañera Miriam Serrano, reportera en Zacatecas, mientras ella intentaba apaciguar el nerviosismo fumando un cigarro, que creo estaba mojado.
“Dios es grande y nos ama”, fue lo primero que se me vino a la mente, cuando vi las condiciones en que había quedado nuestro transporte. Los ventanales desechos de la mitad del camión hacia atrás, totalmente destrozados. De la mitad hacia el frente, donde justo nos habíamos colocado los compañeros reporteros, tirados en el pasillo, totalmente intactos los cristales. Creo que estuve un minuto viendo esto; además una palmera había caído sobre el camión. “Dios es grande y nos ama”.
Esa madrugada, se nos impidió ir a nuestros cuartos a ver qué pertenencias que, tontamente queríamos recuperar en ese momento. Se nos trasladó al refugio general, se nos proporcionó colchonetas y agua, para descansar por unos momentos. El amanecer se acercaba y con la luz del sol, poder confirmar que en efecto, en esta vida, frente a la fuerza de la naturaleza y su poderio, de verdad, no somos nada ni nadie.
aarp