Ismael Apolonio Martínez lleva más de 30 años como bolero, un oficio que poco a poco carece de clientes ante el desinterés de los jóvenes por lucir un buen calzado.
Junto a sus hermanos y su abuelo, llegaron provenientes del estado de Oaxaca para asentarse en el municipio de Ecatepec, el más poblado del Estado de México, y continuar con la tradición familiar.
“Primero empecé vendiendo chicles y mis hermanos boleaban con mi abuelito, donde el boleaba yo me quedaba con mi cajita vendiendo a un lado”.
“Y ahí fui aprendiendo viendo cómo le hacían, luego vendí dulces en mi canastita, pero luego ya me daba pena y le dije a mi mamá que ya tenía que empezar a bolear”.
Con un pequeño cajón que logró comprar con las ganancias de sus dulces, comenzó a visitar las comandancias de los municipios que le quedaban más cerca como Chiconcuac, Ecatepec y Tlalnepantla.
Ahí lo esperaban sus clientes, principalmente abogados y elementos de la policía municipal y estatal; poco a poco se fue ganando su confianza a pesar de que en ocasiones su trabajo no era el mejor.
“Cuando empiezas no te quedan igual que ahorita, con el tiempo se va a aprendiendo. Con los mismos clientes que les vendía dulces empecé, pero al principio les manchaba todos sus calcetines, con el tiempo le vas aprendiendo qué tanto le echas para que te queden mejor”.
Desde hace 20 años trabaja en la Unión de Boleros de Ecatepec, una de las organizaciones más importantes de la entidad en este oficio y cuyos integrantes ofrecen sus servicios en varios módulos instalados en el jardín municipal.
“Luego iba a una base de los estatales a Ojo de Agua, pero ya me quedaba muy lejos, pero hasta el último ya nada más iba a pasear porque nada más iba por dos o tres boleadas y ya no salía ni para el pasaje”.
Sentado en su módulo, Apolonio tarde entre 10 y 15 minutos para dejar a un cliente satisfecho. Primero lava el calzado, lo limpia con gasolina o thinner, le coloca tinta y poco a poco le va sacando brillo con crema, cepillo y trapos.
Lo mismo hace en los zapatos negros, azules, vino o café, aunque para los de gamuza hay otros métodos solo para limpiar la textura y no perjudicar el material.
“Con la pandemia nos fue feo, porque sí se vino para abajo, yo dejé de trabajar tres meses porque no había nada, salías poniendo. Entonces se acabó el dinero que tenía ahorrado y tuve que salir a fuerza”.
Ahora, sus clientes son personal del Ayuntamiento de Ecatepec y policías que resguardan el edificio, los cuales le piden que “reviva” sus zapatos para estar presentables.
MMCF