La leyenda de los siete Buendía que robaron oro y plata en Bolaños, Jalisco

Los hermanos cometieron el asalto para que no se llevaran los metales preciosos de suelo jalisciense.

Bolaños, Jalisco (Twitter @GobiernoJalisco)
Guadalajara /

En Jalisco, las leyendas son parte de la riqueza cultural y legado de aquellos que guardan estos relatos y los pasan de generación en generación. 


Además de las historias en regiones como Los Altos, en otros municipios hay diversas leyendas de personajes fuera de lo común o hasta se cuentan aparentes episodios paranormales.

Ahora te compartimos la historia de los hermanos Buendía quienes guiados por el deseo de quitarles oro y plata extraído en Bolaños, Jalisco, emprenden dos asaltos a mano armada 

Leyenda  de Jalisco: Los siete Buendía enterraron oro y plata en Bolaños


Cierto día, Eduardo Buendía le pidió a uno de sus hermanos que reuniera al resto de ellos porque «algo serio quiero hablar con todos». «Está bien, Eduardo. Para mañana estaremos aquí todos reunidos, para lo que tu dispongas».

Dicho y hecho. al día siguiente, con toda puntualidad, estaban reunidos los siete hermanos Buendía. Sus nombres por orden de mayor a menor, eran: Eduardo, Fidencio, José de Jesús, Efrén, Heliodoro, Elfego y Rodolfo. Una vez reunidos en casa del mayor de ellos, Fidencio tomó la palabra:

— Tú dirás, hermano. ¿A qué se debe la reunioncita? — ¿Saben, hermanos? En estos últimos días he andado pensando mucho en el despido de las minas de Jesús y de Heliodoro, aparte de que nunca nos quisieron dar empleo a los demás en las minas. No conformes con eso, ahora les quitan el trabajo a los únicos que lo tenían. ¡Malditos güeros! ¡Vámosles dando en la madre, nomás para que se les quite! A ver tú, Jesús, que hace poco todavía estabas trabajando, tienes que darte cuenta de cuándo mandan la próxima remesa a Fresnillo.

— ¿Qué es lo que te propones hermano?

— Ya dije: ¡darles en la pura torre a estos malditos gringos! Es más, así como estamos aquí reunidos, todos juntos vamos a hacer un juramento. — Sí, como tú digas, hermano.

— ¿Y cuál va a ser ese juramento?

— Vamos a jurar, por la gloria de nuestros abuelos, que esos malditos güeros ya no sacarán un grano más de oro ni de plata de nuestro país. ¿Y cómo lo vamos a evitar? Pos asaltándolos en medio de la sierra.

— ¡Buena idea! ¡Ya les estamos dando! ¿Cuándo empezamos?

— En la próxima remesa. Vamos a estar listos en la sierra. Nos armaremos con los rifles lozadeños. Que haya espadas y machetes.


— Hermano, ¿pero qué vamos a hacer con esas armas en contra de las que ellos tienen?

No te apures, hermano. La batalla será hasta que esas armas flamantes y ventajosas que dices que tienen sean de nosotros.

— Bueno. Mientras Efrén y Rodolfo se encargarán de investigar cuándo sale la próxima remesa, Fidencio y Jesús se van a darle una explorada a la sierra, porque creo que no la conocemos lo suficiente. Los demás nos encargaremos del resto de los preparativos. Prepararemos caballos, armas y algunos alimentos para podernos remontar a la sierra. Así pasaron algunos días, suficientes como para que regresaran unos y otros y se volvieran a reunir.

— ¿Qué pasó? ¿Qué se informaron? ¿Cuándo salen los arrieros?

— El próximo lunes. — Y ustedes, ¿cómo vieron la sierra?

— Sabrás, Eduardo, que de la cumbre para allá todo nos gustó para ser camposanto. Pero eso no va a ser cerca de Bolaños, ¿verdá? Yo digo que lo más lejos que se pueda, para que no los oigan llorar.

— Así es. ¿Se dieron cuanta cuál es la defensa que llevan?

— Cómo no. Es un pelotón de soldados vestidos de rojo y ocho arrieros armados hasta los dientes.


— No le hace. Nosotros, por lo pronto, contamos con cuatro rifles lozadeños y tres máuseres de siete milímetros. A ver, ustedes, los exploradores de la sierra, ¿supieron dónde esta la segunda jornada?

— Sí, jefe está exactamente en una parte llamada El Cerro del Sombrero.

— Allí mismo los estaremos esperando el martes en la noche para darles el primer golpe de su vid. ¿Cómo la ves, Efrén? — Sí, jefe. Ya les estamos dando.

— A propósito de jefe, como lo acaba de mencionar Efrén, yo seré su jefe y Efrén mi segundo, ¿de acuerdo? — Todos de acuerdo. A propósito, ¿de cuánto parque disponemos? — De ciento cincuenta cartuchos.

— Lo suficiente. Con eso nos basta y sobra para el martes en el Cerro del Sombrero.

En dicho paraje, arrieros y soldados descansaban tranquilamente rodeados de una enorme hoguera que iluminaba más de cincuenta metros a la redonda. La mayoría de ellos estaban tomando sus alimentos cuando:

¡Alto! ¡Levanten las manos! ¡Esto es un asalto! ¡Somos más de siete hombres bien armados! Si se mueven, se mueren. Los tenemos sitiados por los cuatro vientos


Puedes leer el resto del relato de los Buendía en Bolaños en el libro  Leyendas y personajes populares de Jalisco de Helia García Pérez, disponible para descarga en este enlace 

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