La leyenda de los viejos puentes de Ocotlán y sus fantasmas

Un niño llorando y que parecía la figura de una mujer fueron parte de las supuestas apariciones al cruzar el río.

Puente en Ocotlán, Jalisco (Google Maps)
Guadalajara /

Las historias de fantasmas suelen ser las leyendas más conocidas y que despiertan las curiosidad y miedo por lo que los viejos lugares de Jalisco guardan en su pasado. En esta ocasión te contamos sobre los puentes de Ocotlán y las apariciones de fantasmas que se dice sucedían en aquellos pasos.

Ocotlán es un municipio vecino del río Zula y del Santiago donde hay diversos puentes que los atraviesan, pero de acuerdo a un relato del libro Leyendas y personas de Jalisco compilado a Helia Gracía Pérez, fueron las apariciones de espíritus ganan popularidad y se empezó a contar la historia de tales manifestaciones sobrenaturales. El relato en cuestión es atribuido a José María Angulo Sepúlveda.


Leyenda Los fantasmas de los puentes


De los viejos puentes de Ocotlán se podría intitular algo de la narrativa de hoy, captada en los decires de las gentes de tiempos pasados y usuarios de las antiguas y sólidas pasarelas de cal y canto, que sobre los ríos Zula y Grande de Santiago, en el inicio de la segunda mitad del siglo XIX, fueran construidas; en merced de un convenio de cobro de peaje hecho con el gobierno por los hacendados Castellanos Jiménez, que en su época se significaron en la población por sus emprendimientos altruistas, y en materia de obras en beneficio de las comunicaciones regionales se anticiparían con mucho a no pocas renombradas poblaciones.
Pues de acuerdo a las evidencias, una vez con los permisos y a su peculio económico, valiéndose de conocedores alarifes, mandarían construir los referidos puentes conocidos como de San Andrés y de Cuitzeo, que bien merecido realce dieron al pequeño Ocotlán de tales tiempos.



Al quedar expeditos los impedimentos fluviales, se agilizaron el tránsito doméstico y el trajín de las diligencias, de los carros y de los arrieros, que con sus recuas utilizaban la antigua ruta del camino real entre México y Guadalajara. Con el transcurso de los años, las vetustas construcciones de dichos puentes, con sus basamentos siempre inmersos en el agua, mudos testigos de aconteceres diversos, propiciaron no pocos transitadores a su paso por los lugares, en pacíficos tiempos o en temporadas de contiendas revolucionarias. Recordándose entre los hechos constatables, el puente de Cuitzeo, en el año de 1924, sufriría la voladura con dinamita de dos de sus arcos. Esto por el conflicto armado que escenificaran en ambos márgenes del río las tropas federales de la nación en contra de las disidentes de los huertistas.
A estas construcciones que enlazaron el camino real, la voz popular urdiría curiosas consejas en torno al paso de san Andrés o de Jamay. Con relación a éstas, se recuerda a un anciano conserje de unos excusados públicos que existían en el extremo sur-oriente de la pasarel, en el inicio de los años treintas, quien narraba que cuando las crecientes aguas del río Zula amenazaban con desbordarse, se dejaba oír el fantasmal llanto de un pequeño niño (que había sido emparedado vivo cuando hicieron el puente), dando la voz de alarma con su lamento del latente peligro de inundación y de que las arquerías podían ser arrasadas por el embate de las aguas.
En cuanto a lo que se dijera y se contara del puente de Cuitzeo, la gente de a caballo y caminantes que a deshoras de la noche o de la madrugada tenían que pasar por allí, hablaban de un torso que en ocasiones «se aparecía». Siendo visto en noches de luna llena en forma de atractiva mujer, ataviada con vaporoso vestido azul claro y el precioso pelo suelto llegándole a la cintura.
La seductora imagen con sus torneados brazos al descubierto inesperadamente era vista caminando siempre adelante y con su silueta de sensualidad, llenaría de malsanas inquietudes a más de algún trasnochador que acercándose a la fémina la asediaría de tiernos requiebros y requerimientos a inmediatos amoríos. Lo que haría que la escultural mujer se volviese extendiendo afectuosamente los brazos y mostrando en lugar de un lindo rostro una horripilante cara de perro de entreabiertas fauces, que se dice hacía que el galanteador huyera despavorido o se desmayara del susto.
Al ser demolido el viejo puente para sustituirlo por el moderno que hoy existe, terminarían también tan increíbles historias.

SRN

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