Desde muy jóvenes se nos ha enseñado que es peligroso confiar en extraños, pues incluso el rostro más amable, puede ocultar las intenciones más oscuras; algo parecido a esto fue lo vivieron un grupo de músicos en San Miguel de Allende, los cuales no olvidarían lo que les ocurrió cuando bajaban por el callejón de Piedras Chinas.
En una de tantas noches, un grupo de siete músicos terminaba su actuación musical que había tenido lugar en la plaza principal de la ciudad, y siendo ya muy altas las horas de la madrugada, la banda, ya cansada, prefirió acortar el camino pasando por el callejón de las piedras chinas.
Sin nadie que se les atravesara, los músicos bajaban tranquilamente por el callejón, cuando de repente lograron a escuchar a la distancia como una carreta se iba a acercando hacía a ellos a un paso constante; extrañados, pues al estar tan avanzada la noche no se imaginaron que alguien estuviera rondando por aquellos lares, los músicos estaban a la expectativa de hacía dónde llegarían los tripulantes de la carreta.
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Cuando la carreta se acercó lo suficientemente a ellos, esta se detuvo y en seguida un hombre muy elegante y con sombrero bajo de las misma, sin embargo, no lograban verle el rostro con claridad; este hombre se acercó a ellos y sin mayor explicación, les pidió que fueran a tocar a una fiesta.
Los músicos ya algo fastidiados, rechazaron la oferta, no obstante, el señor con mucha confianza les ofrece comida, diversión, buen dinero e incluso regresarlos a casa si lo apoyaban a animar su fiesta; ya con esos términos, los músicos aceptaron, subiendo a la carreta para partir junto con el hombre.
El trayecto fue tranquilo, pero extrañamente silencio, ya que no escuchaban ya el trotar de los caballos golpear el empedrado de las calles, aunque no le tomaron mucha importancia; finalmente, llegaron a una hermosa y lujosa hacienda en la cual se instalaron para comenzar con su rutina.
Los músicos comenzaron a prestar más atención al lugar y a los asistentes que llegaban a la fiesta, y como bien dicen, el diablo está en los detalles, pues fue ahí que el grupo musical observó algo que les dejó helada la sangre, ya que comenzaron a ver en los rostros de los invitados a algunos vecinos de la colonia que ya habían muerto.
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Horrorizados con lo que habían visto, los señores inmediatamente se dispusieron salir de aquella fiesta, pero un tipo mal encarado con sombrero de vaquero, muy diferente al elegante señor de la carreta, les impidió el paso, obligándolos a que tocaran hasta el final del evento.
Aun con mucho terror, los músicos lograron termina su número, y enseguida fueron escoltados hasta la vieja carreta. En cuanto subieron, se quedaron dormidos sin mayor dilación y no volvieron en sí hasta el día siguiente.
En la mañana siguiente, los músicos se hallaban maltrechos y sin el dinero, despertando en un cerro del que bajaron gracias a la ayuda de un arriero que iba pasando y que los puso de regreso en el pueblo, asegurando que desde ese lugar era dónde se encontraba aquella hacienda.
Desde entonces, ningún músico camina de madrugada por Piedras Chinas, ya que se dice que cada cierto tiempo, este peculiar personaje se sigue presentando buscando quien amenice sus veladas.
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