Ramiro Soriano acaba de llegar de la pesca y descansa en una banca de plástico, en su choza de tabique gris, bejuco, láminas de fierro y vigas. Y acusa: “Los pueblos afromexicanos estamos abandonados”.
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Añade: “No me da vergüenza, tengo la misma sangre y valgo lo mismo que cualquiera. Soy negro y me da orgullo mi raza”.
MILENIO recorrió varias localidades de Pinotepa Nacional. En el Censo de 2015 se conoció que estos ciudadanos, que también existen en Veracruz y Michoacán, representan 1 por ciento de la población mexicana. En años recientes han comenzado a organizarse en asociaciones para exigir derechos: que se les registre como población afrodescendiente y puedan acceder a servicios.
“Desde 2015 existimos para el gobierno… pero aún seguimos esperando se nos den servicios públicos”, dice Paula Cruz, defensora de las mujeres. Hoy el Inegi volverá a censarlos.
Oriundo de Corralero, empresario y pescador, Felicisimo Baños explica: “80 por ciento de esta población se dedica a la pesca; otro 10 por ciento lo hace en la laguna y otro 10 por ciento es campesino”.
En las calles de Corralero, como en las de Collantes u otras comunidades de este municipio oaxaqueño, camina gente afrodescendiente que labora de todo, incluso en el servicio de mototaxis participan mujeres.
Y sí, como dice Ramiro, esta comunidad es el paraíso, pero también se ve el abandono. Falta drenaje, alumbrado público, agua potable, escuelas, calles y empleos, comenta Paula Cruz.
Ramiro pide al presidente Andrés Manuel López Obrador visitar su casa y dice: “Los pueblos afromexicanos estamos abandonados en estas comunidades. Nos tienen como a cualquier cosa, el gobierno no se preocupa de nada”.
Recuerda que han estado en esa comunidad toda la vida: “Tiene más de 100 años que se fundó y ningún gobierno federal nos ayuda. Solo se preocupan cuando hay huracanes y desastres”.
Señala una silla de madera y dice que si el Presidente llegara a su casa lo sentaría “aquí, en medio, para que se dé cuenta lo que vamos a comer” y le invitaría salsa de chile verde y pescado asado.
“Le diría que viera, con sus ojos, las necesidades de aquí, que vea que estamos muy abandonados, le pediría abrazar a su gente”.
Señalando la mesa desvencijada, afirma: “Esta casa es pobre, pero lo vamos a recibir. Somos mexicanos y que no nos distinga por ser africanos”.
Sintetiza la economía de muchos de sus pobladores. “Aquí los jóvenes que estudian andan sin empleo o de pescadores o albañiles, aunque tengan profesión.
Lanza: “Prefiero un empleo que esté bien pagado a que el gobierno federal entregue apoyos para entretener a la gente: prefiero trabajar y tener buen salario”.
Y pregunta: “A los que trabajan en el gobierno, ¿comerían con 100 pesos al día? A veces no comemos nada, a veces solo tortilla con sal, pero ahí estamos”.
No obstante, insiste que más allá de un apoyo económico del gobierno “necesitamos trabajar”. Todos los pescadores que se mueven a las orillas de la Laguna de Corralero, saben lo que tienen e incluso es de no creerse.
Barrios dice que su comunidad tiene “una de las bahías artificiales más bonita de México: 700 metros caminando sobre el mar y no llega turismo”.
Sigue presumiendo, “tenemos a la negra pichinda para el caldo, un marisco para ponerse fuerte”.