Su sonrisa es tímida y sus ojos se hacen más grandes cuando Jocelyn Bazán habla de querer tener un juguete en Día de Reyes, que a sus 12 años, nunca ha recibido "aunque sí me porto bien".
Ella dice que no sabe por qué los Reyes Magos no llegan a su casa, asentada en una comunidad llamada San Simón Yehualtepec, en Puebla, constituida por sólo 43 familias, de donde vienen ella, sus dos hermanos menores, su abuela y sus papás, quienes llegaron hace dos días a Pachuca para trabajar pidiendo dinero.
"Yo creo que tampoco me han traído nada porque no les he dicho que quiero y tampoco sé, bueno sí, unos patines", expresa con una sonrisa muy tímida, mientras sus dos hermanos escuchan atentos a la respuesta de su hermana mayor.
Explica que sólo vienen a Pachuca a pedir dinero cuando están de vacaciones y "le ayudo a mi familia a trabajar", dice, mientras disfruta ver a lo lejos a los Reyes Magos que están a un costado del Reloj Monumental que se toman fotos con los pequeños en sus escenarios cubiertos de nieve artificial y adornados con personajes infantiles de moda.
Leonel es el nombre de su hermano de cuatro años, que sonríe y sus ojos negros con largas pestañas también se abren cuando expresa que desea "una bicicleta aunque me porto más o menos", dice, mientras se tapa la sonrisa chimuela con una de sus manos sucias por estar jugando en el piso.
Hablan náhuatl y Jocelyn le ayuda a sus hermanos a traducir en español lo que desean pedir este Día de Reyes, que en su comunidad, no llegan al ser una de las más pequeñas y en la que el grado de escolaridad es hasta el cuarto de primaria, según cifras del INEGI.
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"Me gusta la escuelita porque me van a enseñar a leer", dice el pequeño de cuatro años, quien es acusado por Jocelyn al decir que "no obedece a su mamá y no se sienta bien, por eso le pegan".
Cristian es el hermano de ocho años, quien emocionado dice que a él le gustaría recibir un carro de control remoto, "aunque también me porto mal porque no le hago caso a mi mamá", dice mientras su sonrisa delata que está diciendo la verdad.
"Me gustaría mejor recibir juguetes que pedir dinero", dice en voz baja Jocelyn que se cuida de confesar el secreto y tratar de no ser escuchada por su mamá y su abuela que no entienden del todo el español.
Trabajan de 11 de la mañana hasta que empieza a descender la temperatura, pero asegura que les dan de comer a cierta hora de la tarde, para después ir a dormir a un cuarto que les rentan en El Arbolito.
"Mi papá se pone a vender chicles y cigarros en la calle, nosotros pedimos dinero y ya luego vamos a comer. A veces nos dan pechuga o carnita de pollo, nos gusta mucho a mis hermanos y a mí. Quiero estudiar porque quiero ser maestra, a veces me gusta cuidar a mis hermanitos", dice Jocelyn tímidamente.
"Voy en sexto de primaria y tengo promedio de 8, así que sí me porto bien", dice la niña, mientras sus hermanos cruzan la mirada que delata que ellos no tienen las calificaciones de su hermana.
Luisa, madre de estos tres niños, intenta entender las confesiones que han hecho sus hijos. A sus 33 años dice que tiene que pedir dinero para vivir, porque en Puebla no hay mucho trabajo, pero hace una pausa cuando su hija le pregunta si alguna vez ella recibió un regalo en Día de Reyes, a lo que con ojos hundidos por la delgadez, expresa:
"Nunca me trajeron regalos los Reyes Magos, no sé qué es recibirlos, por lo que siento feo no poderle dar a mis hijos esa felicidad, pero hacemos lo que podemos", expresa, mientras vigila de reojo que su esposo no llegue por miedo a un reclamo.
"Me da miedo que les pase algo a los niños por eso ando con ellos, y trabajo en Puebla de lo que puedo para la escuela de ellos", dice, mientras su mirada se pierde cuando los tres niños saltan junto al árbol navideño que adorna la Plaza Independencia, donde esperan que esta vez lleguen los Reyes Magos a traerles un regalo que les recuerde que son niños aún.