Rosemary cumplió su mayoría de edad refugiada en México. Salió de Honduras a los 16 años porque las amenazas en su contra crecieron cuando se negó a vender drogas con su primo, miembro de una pandilla.
Cuando tenía 14 años intentaron obligarla a formar parte del negocio, pero se negó y continuaron las propuestas y la respuestas siguieron siendo las mismas “no”; sin embargo, le advirtieron que si no lo aceptaba por la buena, sería a la mala y matarían a una de sus hermanas. “A mí me daba miedo por mi hermanita y mis hermanos pequeños”, confesó.
En la búsqueda de un lugar seguro, arriesgó su integridad, sus derechos y hasta la vida. Al igual que ella, ese es el precio de la tranquilidad para miles de niños, niñas y adolescentes, que dejan todo atrás por una mejor oportunidad para desarrollarse y no ser parte de grupos delictivos o no ser víctima de ellos.
Así, Rosemary, relata a MILENIO cómo se alejó de la violencia de su país de origen, pero también, con tristeza, de su madre y sus siete hermanos.
“Cuando llegué a México tomé un autobús para la Ciudad de México, y ahí me agarró Migración, pasé tres meses no recuerdo donde era, lo tengo en la punta de la lengua, pero era un DIF [...] Fue muy triste porque no había nada, más que paredes, no comía, por la tristeza no me daba hambre, si estoy flaquita ahora, ahí quedé más flaca”, narró Rosemary.
Cada vez son más los niños, niñas y adolescentes que inician la travesía sin acompañamiento, solo con la esperanza de llegar a Estados Unidos. Algunos cruzan más de una frontera, huyendo de las autoridades migratorias, cargando con la tristeza de alejarse de los suyos, poniendo en manos de un desconocido su sueño americano e impulsados por la pobreza, el hambre, la sequía o la falta de oportunidades.
De acuerdo con datos de Naciones Unidas, entre 2000 y 2020, el número de personas hondureñas desplazadas a través de las fronteras internacionales mientras huían de conflictos, persecución, violencia o violaciones de los derechos humanos, se duplicó de 17 a 34 millones, lo que representa aproximadamente el 16 por ciento del número de migrantes internacionales que ha crecido en todo el mundo.
Ante esta situación, ciudadanos se han organizado para proteger a estos menores que cruzan el país, solos y sin ningún tipo de apoyo, así nació Aldeas Infantiles SOS, donde menores de edad mexicanos y extranjeros han encontrado una familia temporal.
Rosemary llegó a esa casa de refugio hace dos años, donde recuperó un poco de identidad y además ese lugar le ha dado la oportunidad de apoyar a su familia.
“Gracias a Dios que a los 16 años decidí venirme para acá, mejor, porque aquí trabajo y les mando dinero a ellos”, dijo.
Aunque la adaptación tuvo sus complicaciones como la depresión, el hecho de que Aldeas Infantiles SOS tenga un sistema de cuidado alternativo a puertas abiertas, ayudó a Rosemary a prepararse de mejor manera. Ahí consiguió abrigo y un empleo como “chalán”.
La proveyeron de lo necesario para independizarse, aunque, dice, ella busca “seguir hacia arriba”. Sin embargo, la migración para las infancias no acompañadas entraña muchos matices, hay quienes corren los riesgos en vano.
Lisler, por ejemplo, es un joven de 16 años que anhelaba alcanzar a su papá en Estados Unidos, pero apenas llegó a México, lo retuvo el Instituto Nacional de Migración (INM) y, cuando lo trasladaron a Aldeas, ya se había emitido su orden de repatriación.
-¿Lo volverías a intentar? le preguntó MILENIO-Sí- respondió.
Con el cambio de gobierno en Estados Unidos y las reformas a la Ley de Migración y la Ley sobre Refugiados, Protección Complementaria y Asilo Político, en materia de infancia migrante, este fenómeno poblacional repuntó en el último año.
Karla Gallo, Oficial Nacional de Protección de UNICEF México, destacó en entrevista con MILENIO que en 2019, las autoridades mexicanas identificaron a más de 53 mil niños, niñas y adolescentes en México en situación de migración. Si bien por el covid-19 y el cierre de fronteras en 2020, estas cifras disminuyeron, de enero a marzo de 2021, el número de infantes migrantes identificados por las autoridades mexicanas aumentó nueve veces.
Así, son nueve veces más las historias como la de Madison, de 16 años de edad, una adolescente que aspira vivir con su familia en Estados Unidos.
Contó a MILENIO que el maltrato infantil por parte de su padre y la soledad que sintió luego de perder a su madre, quien se dedicaba al narcotráfico, la orillaron a irse de Guatemala. Salió con una identidad falsa, de nacionalidad mexicana. Permaneció al cuidado de un “coyote” quien durante un mes se encargó de conseguirle comida y agua mientras ella se escondía en un hotel en Chiapas.
“En ese momento tu lo único que quieres es llegar con tu familia pero sabes que no puedes”, narró afligida.
A bordo de una perrera junto con otros migrantes, Madison se dio cuenta que se encontraba completamente sola, el terror que sintió cuando a los demás les dieron su “bienvenida” al refugio, la hizo querer regresar a su país.
Según sus documentos falsos, Madison tenía 21 años, razón por la que pasó dos días en un refugio para migrantes y no en una Casa de Asistencia Social del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (SNDIF). En ese refugio, dijo, recibió malos tratos por parte de las autoridades que ni siquiera le permitieron bañarse.
“Recuerdo que yo necesitaba bañarme porque no es bonito andar de calle en calle y le digo a la gente de migración me puedo bañar y solo recuerdo que me dijo: no mames”, detalló.
Aún así, tiene esperanzas de llegar a Estados Unidos, pero México le gustó tanto que si no lo logra, prefiere quedarse aquí, “tengo una mejor oportunidad, eso sí, me costó y todavía me sigue costando, me costó el cariño de mi papá y me cuesta las humillaciones”, lamenta.
Por su parte, Unicef refirió a este medio que los niños no perciben la migración como lo hace un adulto, incluso desconocen la magnitud del peligro al que se someterán, por experiencia comenta que algunos de esos niños “no sabían si llevarse una foto, no sabían que iba a pasar, incluso los niños más chicos se preguntan ¿Qué juguete me llevo?”, aseveró Karla Gallo.
Al preguntarles qué piensan de su país, estos niños demostraron estar inconformes con la calidad de vida que les brindó. Si bien su condición migrante los volvió más fuertes, todos cuentan su historia con desencanto, pues para colmo, además de las lamentables circunstancias que los orillaron a tomar este camino, en el trayecto tropezaron con personas inhumanas, autoridades corruptas y con el prejuicio de la sociedad, como si ser migrantes anulara su derechos.
“Si yo fuera una mamá yo no dejaría a mi hijo ir solo, en realidad pasar por tierra no es la mejor decisión [...] no toda la gente es buena”, aseveró Madison.
Al respecto, Unicef remarcó que “los niños y niñas en situación de migración son eso, niños y niñas, y la migración es solamente una circunstancia pasajera, no los define la migración, no es su identidad, son niños, niñas y adolescentes que deben ser protegidos”.
dmr