Con más de 23 mil 500 connacionales presos en Estados Unidos para finales de 2023, y otros 795 casos en todo el mundo —la mayoría bajo acusaciones de narcotráfico, delitos contra la salud y homicidio, según estadísticas de la Secretaría de Relaciones Exteriores—, los prejuicios en contra de los mexicanos se han multiplicado incluso entre las autoridades de diversos países.
Más aún en las regiones donde hasta hace poco no había presencia del crimen organizado mexicano y actualmente han incrementado los casos de detenidos, sentenciados o en proceso: 609 en Latinoamérica; 84 en Asia y Oceanía; 82 en Europa; 10 en África y Medio Oriente y 10 en Canadá.
Valga un ejemplo personal de esta reportera que ilustra los efectos de los prejuicios contra mexicanos en diferentes países.
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En los albores de 2016 me detuvieron junto con mi hijo menor de edad en el aeropuerto de Bogotá, mientras esperaba el vuelo de conexión que me llevaría a la Ciudad de México procedente de Argentina. Guardias de seguridad rodearon la sala de espera, preguntaron mi nombre y ordenaron: “Síganos”.
Tenía tiempo de sobra porque la interconexión tenía demora de dos horas, pero la falta de tacto para llevarme a un sitio desconocido me puso a la defensiva. No solo por el papelón frente a tantos viajeros que nos miraban y cuchicheaban, sino porque yo no veía razón de separarme del resto. ¿Por qué y para qué?
Dijeron que se trataba de una inspección “extraordinaria”. Entonces entendí todo: pensaban que yo era una mula, una madre que simulaba viajar con un niño para transportar droga, una de las modalidades más populares en la ruta México-Colombia-Argentina y no una periodista en un viaje entre el trabajo y el placer.
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Me llevaron a uno de los famosos “cuartitos” especiales para migrantes en líos. Ahí me cocinaron a fuego lento en un interrogatorio que remató con la petición de que firmara mi consentimiento para pasarme a una revisión con rayos X. Acepté en un principio pero cambié de opinión cuando se negaron a que tomara una foto al documento para mandarlo a mi abogado.
Después de una larga discusión que atestiguó mi hijo, optaron por dejarme ir antes que ceder a que yo tuviera un testimonio del trato discriminatorio que me estaban dando: con sus acciones señalaban que una mujer, mexicana, con un niño pequeño, no podría ser sino una mula.
Escribí algunos párrafos al respecto en redes sociales más como desahogo. Seguidores y amigos comentaron anécdotas similares que con el paso de los años fueron empeorando. En ese tiempo dijeron que la narcodiscriminación ocurría, pero con referencias lejanas, “al amigo del amigo”, pero luego los alcanzó de manera personal, según testimonios recopilados por MILENIO.
Un negocio que reditúa
Estas incriminaciones están relacionadas al hecho de que tanto el cártel de Sinaloa como el Jalisco Nueva Generación (CJNG) son organizaciones ilícitas transnacionales que necesitan de gente para operaciones clave, según la Evaluación Nacional de la Amenaza de las Drogas (NDTA) 2024, publicada por el Programa de Inteligencia de la Administración de Control de Drogas (DEA, por su sigla en inglés).
La organización liderada por los hijos de Joaquín El Chapo Guzmán tiene presencia en 47 países y el CJNG en 40, además de la red de operaciones en 50 estados de la Unión Americana. Eso lo logran aliándose con criminales de cualquier parte del mundo.
El modelo de franquicia permite a cada grupo semiindependiente personalizar sus operaciones siempre que cumplan con los requisitos de nombre, “marca” y estructura organizacional, y sigan la dirección general.
Negocio mundial cuyas consecuencias, sin embargo, recaen principalmente en contra de la imagen del mexicano.
“Resulta que a ojos del mundo los únicos narcotraficantes somos los mexicanos, cuando también hay cárteles en EU y en todas partes”, observa Gabriel Vergara, oriundo de la capital mexicana, con 29 años de vida y un feliz matrimonio en la ciudad finlandesa de Nokia.
“Cuando llegué a Finlandia nos conocían por el tequila, por la buena comida, por los frijoles enlatados, la cerveza y los refrescos Jarritos; ahora, ¡es por el narco! Te preguntan tristemente ‘oye y ¿producen droga en tu país por todos lados? ¿Hay asesinatos todo el tiempo? ¿Viven armados?’”.
“Hay una realidad que no podemos negar, pero hay dos cosas que nos están afectando más negativamente: el comportamiento del gobierno mexicano que no captura a nadie, que saluda a la madre de El Chapo y no atiende a las madres buscadoras y, sobre todo, las narcoseries de Netflix”, destaca.
En 2018, Diana Briseño, una viajera mexicana, denunció que agentes migratorios ingleses apartaron a su familia cuando vieron su pasaporte, los llevaron a un cuarto durante nueve horas donde cuestionaron su profesión de enfermera y la posibilidad de costearse a través de su trabajo un viaje a Europa. Los hicieron abrir una y otra vez el equipaje.
“Ellos tienen el pensamiento de que todos los mexicanos somos narcotraficantes (...) al final nos repatriaron, pero eso nos generó un daño”.
Otro mexicano radicado en Tailandia, Iván, cuenta que profesionistas franceses, ingleses, alemanes, chinos o sudafricanos le han hecho la misma pregunta: “Oye, ¿traes droga?”