Lalis y el cigarro tienen una relación larga: 27 años. Más de la mitad de su vida.
Tuvieron su primer contacto cuando ella tenía 16, pero lo conoce desde los primeros años de vida: para su papá y su mamá este fue un compañero irremplazable.
Con el paso del tiempo, para Lalis el cigarro se convirtió en una extensión de sí misma. Más allá de su adicción a la nicotina, ella piensa que es una costumbre integrada, arraigada al extremo, en su vida cotidiana.
Comenzó a fumar por curiosidad. En su adolescencia le llamaba la atención que fumaran los adultos y los personajes de las muchas películas que veía. Echar humo por la boca le causaba curiosidad.
Poco a poco, fumar se fue transformando en transgresión. Significaba hacer algo prohibido. En aquellos tiempos, principalmente por los males que aquejaban su juventud temprana, Lalis no se llevaba muy bien con sus padres, en especial con su mamá. En vez de pasar el tiempo en casa se iba con una amiga. Le robaban los cigarros a su madre, a la hermana de su amiga o a la abuela de otra amiga. Se subían a un cuarto olvidado de la casa de una de ellas y ahí, cada tarde, se daban cita para llevar a cabo la actividad ilícita.
Fumar la hacía sentir que ya no era tan chica. Luego comenzó, con sus amigas, a encontrar otras actividades prohibidas. Bebían cerveza y fumaban.
Por aquellos días, el cigarro era más atractivo que el alcohol. El tabaco no alteraba la conciencia. Era más fácil de ocultar. Con ciertas precauciones, podía hacerse prácticamente en cualquier sitio.
Eran los principios de los 90. En aquellos días todo mundo fumaba. Estaba de moda. Era bien visto, no como hoy: “Los jóvenes de esa época lo que queríamos era experimentar. La fiesta, la plática, la bohemia, la risa. La vagancia era un valor entre nosotros. Ahora lo que está chido es hacer ejercicio y cuidar el cuerpo”.
La Lalis de 16 era una vaga, y los vagos fumaban. Sus papás, también fumadores, sabían que tanto ella como sus dos hermanos más grandes consumían tabaco a escondidas, pero se hacían como que no se daban cuenta. Ella tenía 21 años cuando decidió dejar de esconderse y prendió un cigarro delante de su madre.
Fue más o menos a esa edad cuando Lalis vivió los mejores años de su relación con el cigarro. Fumar siempre estaba asociado al placer y a actividades muy gratas para ella. El cigarro siempre presente en los mejores momentos de su vida: una puesta de sol, un cigarro; una buena comida y, después, un cigarro; una buena charla, un cigarro; una buena cerveza, un cigarro; una fiesta, un cigarro. Ya no podía estar sin cigarros. Comprarlos era una de sus principales preocupaciones.
Durante décadas la relación fue casi idílica. Un cigarro completaba siempre el momento perfecto.
Cuando rondaba sus 30 años, Lalis vivió en Nueva York. Ahí ya se había instaurado la ley de no fumar en espacios públicos cerrados, cosa que la hizo fumar menos durante un tiempo. Regresó a Guadalajara y, al poco tiempo, en esta ciudad entró en función el reglamento que impedía fumar en restaurantes, cafés y bares. No podía hacerlo igual, pero cada que lo hacía lo seguía disfrutando enormidades.
Junto con la vida adulta, las responsabilidades y el estrés llegaron a su vida.
Ella se dedicaba a la producción audiovisual, un terreno en el que las demandas urgentes son el pan de cada día. Ahí hubo un parteaguas en su relación con el cigarro. La ansiedad la hacía fumar no solo en los ratos libres, sino que se buscaba estos momentos para poder hacerlo.
Lalis seguía disfrutando su costumbre, su vicio. Sin embargo, comenzó a sentir que había cierta compulsión.
Esa sensación la detectó totalmente hace unos tres años, incluso fue entonces cuando por primera vez en toda su vida pensó en la posibilidad de dejar de fumar. No lo hizo, pero lo pensó.
De ese día a la fecha ella ha visto su salud en riesgo. Tiene problemas crónicos en el estómago que le empeoran con el humo del cigarro, se le dificulta respirar cuando hace un esfuerzo físico mayor y tose mucho cuando se carcajea.
También desde hace tres años, dice, fuma más que antes: media cajetilla al día, a veces es más.
A sus 43 años, reconoce que fuma aunque no quiera hacerlo.
Cuando consulta a un doctor, cualquiera, siempre le recomienda que deje de fumar. Ella está consciente de que tiene que dejar de hacerlo. Dice que ya llegó el momento porque quiere tener una buena calidad de vida, los años que le quedan. Además, siente que si no abandona el hábito “no la va a librar”.
Lalis está asustada. No sabe cómo conseguirá dejar el cigarro. A veces piensa que será imposible. Ella vio cómo su padre y su madre intentaron dejarlo y no lo lograron.
Hoy ella está a favor de las políticas restrictivas del consumo de tabaco: “Claro que ayuda el que cada vez en menos espacios se pueda fumar”.
A pesar de que hubo un tiempo en el que la pasó muy bien con el cigarro. Lalis quiere terminar con él para siempre. Dice que es hacerse daño a lo tonto. Hubiera dado una parte de su cuerpo por no haberse enganchado nunca con el tabaco.
Tiene un sobrino adolescente al que ama. Asegura que no podría verlo fumar sin regañarlo de manera seria: “No quiero que fume nunca”.
“Me fascina fumar. Si no supiera todo el daño que hace nunca pensaría en dejar de hacerlo. Quizá comenzaría a fumar tabaco enrollado por mí, porque las tabacaleras han hecho del tabaco una mierda. Ahora quién sabe qué tanto nos estamos fumando, además de la nicotina”, expresó.
Lalis no se conoce sin fumar. Dejar de hacerlo significará convertirse en alguien más. Algunos de sus pensamientos los dedica a plantearse con qué va a sustituir el cigarro. No sabe cómo, pero, dice, lo va a dejar.
No quiere seguir fumando el resto de su vida.
SRN