El relojero más joven de Pachuca ve el paso del tiempo desde su tradición

Arte y oficio. Carlos Hernández tiene solo 23 años. En su gremio, la gran mayoría de los colegas ya pasan de 70 y muchos ya se han retirado.

El taller lleva más de 30 años funcionando en la capital hidalguense. (Carlos Aparicio)
Elliott Ruiz
Pachuca /

“El tiempo es la vida terrenal y es irrepetible”, asegura. “El tiempo es muy largo para las personas que no aman; para quienes aman, el tiempo es efímero, irrepetible. No tenemos la fuerza para detenerlo o siquiera regresarlo”, filosofa. Él puede desarmar cualquier reloj mecánico y volverlo a echar andar, pero solo servirá para incorporarlo a la hora y fecha actual.

Quisiera tener una máquina, como en la película Back To The Future, para programar cierta fecha y regresar en el tiempo. “Lamentablemente eso queda en una simple fantasía”, reconoce. “Es muy importante valorar el tiempo que estamos viviendo, sobre todo amar”, dice Carlos en tono poético, y recuerda el eslogan que su padre le dio a la relojería en 1989: “Porque el tiempo es oro”.

Si pudiera regresar el tiempo, volvería a esos momentos de instrucción con su papá. “No cambiaría absolutamente nada de mi pasado, solo sería para poder vivir todo lo que ya viví”, define, con su voz grave de locutor de radio.

Juan Carlos Hernández Magos fundó el Centro Relojero Técnico Magos a los 22 años, en la colonia Doctores, después de haber trabajado muchos años como aprendiz en el taller del maestro Emilio Soto Riva, uno de los relojeros más importantes que tuvo la ciudad en el Siglo XX. Carlos se crió en el taller, ahí están sus primeros recuerdos de infancia. “Mi padre jamás me impuso el tener que estar aquí, siempre lo dejó a mi albedrío. Yo creo que esa fue su estrategia. Aquí fue donde encontré el gusto y la pasión por el trabajo”.

Fue el único trabajo de Hernández Magos. “Eso le permitió llevar una vida frugal y sobre todo, sin ningún tipo de carencias”, recuerda Carlos. Nunca buscó otra fuente de ingresos, hasta su fallecimiento en 2016. Para ese entonces, su hijo ya tenía 5 o tal vez 7 años de experiencia trabajando formalmente para él.

“Mi papá era un relojero muy sagaz, muy eficaz en la mesa de trabajo, completamente lírico. No le dieron una explicación teórica, la instrucción que le dieron fue de observación”, comenta. Sentados a la mesa, Carlos le hacía preguntas y él le respondía según su experiencia. Siempre supo resolver todos los asuntos que se le presentaban.

Una vez le regaló un cronógrafo, un reloj con un sistema de cuerda manual muy complicado, compuesto de más de 180 mecanismos. “Es un verdadero rompecabezas”, dice Carlos, porque todavía lo tiene. El reloj estaba desecho, descompuesto. “Te lo voy a obsequiar y ojalá lo tengas como un reto personal”, le dijo. Cuatro años le llevó restaurarlo y para él, esta fue su graduación en relojería.


NOSTALGIA

Un reloj ya no es un artículo de primera necesidad. Aún así, la demanda de restauración va a la alza y cada vez hay menos técnicos especialistas en relojes antiguos como Carlos. “A pesar de que hoy en día, el reloj compite con un smartwatch, que tiene muchas funciones, sigue siendo de alto consumo. Con base en los cortes financieros que hace el mercado suizo y el japonés cada año, hay un incremento en exportaciones y compras, una demanda creciente del consumidor”, asegura.

Para él, un reloj inteligente no es más que una reiteración del teléfono móvil. Los relojes no pasan de moda. “Un reloj antiguo bien cuidado siempre va a llamar la atención, siempre va a ser tema de conversación, una manera de imponer estilo o personalidad, muy por encima de los estándares de la moda”, advierte. Eso es lo que más disfruta de su trabajo, el encontrar la historia que hay detrás de cada maquinaria.

“Hace poco tuve el caso de un reloj que, en 1959, había estado en un accidente de motocicleta. Lamentablemente, la persona que lo traía falleció, era el papá de mi cliente. Cuando hicieron el levantamiento del cuerpo, recogieron el reloj, lo guardaron en una caja todo destrozado y ahí estuvo más de 60 años guardado".
“Me lo trajeron y nos dimos a la tarea de restaurarlo, apegandonos a la originalidad, como lo compraron de aparador. Me sorprendió mucho la reacción de mi cliente cuando le entregué la pieza en óptimas condiciones estéticas; fue uno de los momentos más emotivos que he vivido”, describe.

En el taller, que lleva más de 30 años funcionando, tres generaciones han llevado sus relojes a mantenimiento. En la pared, lucen viejas piezas alemanes que han visto nacimientos, muertes, alegrías, tristezas; esos y todos los demás relojes mecánicos que llenan la mesa tienen un común denominador, funcionan con los mismos principios físicos, aplicados en diferente manera y proporción.

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