Con los meses, la solidaridad vivida en los sismos de septiembre de 2017 se ha ido diluyendo, pero no para todos. Los padres del Colegio Rébsamen, donde murieron 19 niños por el derrumbe de la escuela, mantienen uno de los ejercicios de generosidad que nacieron de la emergencia del año pasado.
Once días después de la muerte de su hijo de siete años en el sismo del 19-S, Gustavo López Arce, papá de Gus, emprendió la primera Brigada Ami-Gus con ayuda médica, asistencia social y jornadas de entretenimiento para damnificados.
Después se unieron los padres de otros alumnos y así nació la Brigada Amigos, donde las familias de Aned, Eileen, Valentina, Joshua, Eddie, Santiago, Paquito, Dany, Karla y Gus han encontrado una forma de retribuir toda la ayuda que recibieron para rescatar a sus hijos en el momento de la emergencia.
“El día del sismo hubo muchas personas que ayudaron desinteresadamente, no sabían nada de los niños que estaban atrapados e incluso así arriesgaron su vida. Ahora eso es lo que hacemos tratar de ayudar a otras personas para que cuando se restablezcan puedan ayudar a otras”, sostiene Francisco Quintero, papá de Paquito.
Ayudando a damnificados o niños huérfanos, los padres del Rébsamen han intentado durante todo el
año hacer más llevadero su duelo… Han trabajado duro. Hasta aho-
ra han realizado ocho brigadas en Puebla, Estado de México y Ciudad de México. Movilizaron a 300 brigadistas, entregaron 20 toneladas de despensa, ropa, juguetes y medicamentos. Han ofrecido alrededor de 800 consultas médicas de 11 especialidades. Además, formaron una asociación civil para ayudar de mejor manera a las personas que lo necesitan.
Gustavo López Arce, papá de Gus, no se imagina que la vida pueda imponerle un reto más duro, pero encontró en la brigada una forma de sanarse.
“Lo que nos pasó nos ha hecho valorar diferentes cosas de la vida. Y creo que por muy difícil que parezca todo lo malo, tiene algo bueno. A mí me ha dejado una nueva familia, nuevos amigos, una nueva enseñanza de ver las cosas y yo sé que después voy a ver a Gus”.
Gustavo está convencido de que la muerte de los niños a manera personal hay que buscarle una enseñanza como sociedad. Piden que nunca más ocurra un derrumbe en alguna escuela por negligencia o corrupción.
Y lanzan un llamado…
“Que como padres se acerquen a sus escuelas donde van sus hijos y que platiquen con las autoridades, que verifiquen si realmente es un edificio seguro, si está bien construido”, dice el papá de Eddie.
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“Al principio es como si caminaras en una cueva o en una gruta donde no ves luz, no ves motivación, no ves nada. Lo único que ves es que caes, que sientes que no vas a poder. Siento que a nosotros con Aned se nos fue todo. Me sentía muy triste, muy deprimida, no tenía ganas de hacer nada y a raíz de que me asignaron una labor en la brigada, me dieron ganas de seguir”, asegura Ana Lilia Gutiérrez, madre de Aned Romero, mientra está sentada en una fuente a lado de su esposo, Édgar Romero.
Es sábado 8 de septiembre y el matrimonio está participando en la Octava Brigada. La jornada de aniversario, donde las familias decidieron convivir durante una mañana con niños de cinco orfanatos.
“A mí me asignaron comprar los tenis, les compramos un par a todos los niños de las casas hogar que vinieron hoy”, dice Ana Lilia con una sonrisa.
“Ha sido algo muy sanador para nosotros, nos ha ayudado a transformar nuestro dolor en alegría, en ayudar a otras personas que lo necesitan y eso nos sana, nos sana de alguna forma, interrumpe Édgar Romero, el padre de Aned.
Esa mañana cuando los autobuses con los niños arribaron al Centro Veracruzano en Ciudad de México, los brigadistas hicieron una valla y los recibieron con aplausos, mientras los pequeños entraban para ocupar su lugar en el teatro. Ahí ya los esperaba el Mago Frank con su conejo Blas, quien donó su trabajo para la causa. También lo hicieron el payaso Betin y el grupo Bomba Teatro.
“La gente que formamos parte de la brigada, de una u otra forma estamos siempre en contacto, estamos planeando la siguiente brigada, estamos buscando ayuda, recolectar juguetes, lo que sea al final del día nos mantiene unidos en una forma positiva”, me explica Ana Velázquez.
Ana y Raúl, los padres de Eddie, así como Francisco Quintero, el papá de Paquito, se incorporaron a las brigadas desde un inicio.
“Es una forma de ir canalizando y buscando amor y tranquilidad el ver a un pequeño, ¡qué no dieras porque fuera el tuyo!, pero verlo sonreír, que venga un juguete, que tenga un regalo. Creo que ese es el mejor premio para nosotros y para ir sanando este dolor que vamos teniendo”, dice Raúl Díaz, padre de Eddie.
Fernando Flores, el papá de Santiago, trabajaba como profesor de historia en el colegio Rébsamen. Cuando comenzó a temblar estaba en una llamada telefónica preparando el festejo de Santi. En dos días cumpliría 7 años…
“Uno viene a la brigada con la idea de ayudar a los pequeños, aunque ver tanto pequeño sí me dolor. Ando buscando tal vez la sonrisa de mi hijo y eso es algo que posiblemente me causa esa sensación”.
Aún así, el padre de Santi compartió la mañana e igual se le veía dando lunches a los niños que hincado en el suelo midiéndoles sus nuevos tenis.
Al final, cuando los niños volvieron a las casas hogar, las familias y los brigadistas se tomaron de la mano, formaron con sus cuerpos la palabra: Brigada Amigos y comenzaron a aplaudir mirando hacia el cielo. Estaban satisfechos porque todo es en nombre de sus hijos. M
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