Es mediodía. Panteoneros arrastran ramas recién podadas de los árboles más altos del campo santo. Preparan los caminos y senderos para el gran día: ‘Día de Muertos’.
Don Higinio García, sepulturero que ha prestado su servicio en el Panteón Municipal de Torreón por 20 años, y que se ha encargado de llevar a la muerte seis pies bajo tierra innumerables veces, relata su experiencia siendo testigo de la decadencia y abandono del espacio que cataloga como “el verdadero hogar”.
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“Algo que debemos tener presente es que algún día vamos a estar aquí, en un cementerio. Esto es lo que nos espera a todos los seres humanos, a unos de una forma rápida, a otra más tardía, pero de que vamos a estar vamos a estar”.
El folklore y las creencias populares han contribuido al olvido de los panteones y de las tradiciones mexicanas. La negación a la efimeridad de la vida, el temor a lo desconocido e impredecible, han convertido los espacios de descanso en tierras olvidadas a las orillas de la ciudad.
“Mucha gente tiene miedo de visitar a los 'muertitos' porque piensan que si vienen y arreglan su tumba, ellos son los que siguen. Por eso hay muchas personas que están olvidadas. Por ejemplo, hay mucha gente que tiene miedo de invertir. Tienen su lote de pura tierra y tienen miedo a invertir porque dicen que luego muere uno”.
“No creo que le tengan miedo a la muerte porque no la han presenciado. Me imagino que le tiene miedo a imaginarse aquí. Esta es una casa donde nuestros restos van a descansar y tenemos que estar preparados. Tenemos que tener nuestro espacio, nuestra ‘morada’ preparada para llegar a este camposanto. Aquí es donde vamos a descansar en realidad y de aquí es donde vamos a ser resucitados, como dice Dios. Nadie sabe el día ni la hora, la gente debe tener eso presente. Deben entender que es una casa también”.
Aposentos del pasado
Aunque los espacios del panteón se alistan para recibir a los familiares de las 22,000 tumbas registradas en el recinto, que data desde los años mil ochocientos, la mayoría fueron abandonadas mucho tiempo atrás.
Titulares del espacio relatan cómo han intentado contactar con los propietarios de los lotes, invitándolos a preservar el espacio que, por ley, les pertenece a perpetuidad.
“Es muy complicado conocer a los titulares de todas las tumbas. Los vamos ubicando conforme más vienen a visitar a su familiar, una vez por mes, el día de cumpleaños, el día de fallecimiento; sobre todo, el día del papá y la mamá. Son los días en que tenemos más afluencia y son los días que vamos conociendo”.
“Hemos tratado de hablar con las familias para sugerirles que hay que irse preparando para remozar su área y darles su mantenimiento para que no tenga una caída; las tumbas se fracturan. Ya no la visitan y, cuando la visitan, a lo mejor ya está colapsada la lápida”.
La directora del panteón municipal, licenciada Verónica Martínez Ramírez, señala que cada pieza que conforma la lápida es propiedad privada; la pedacería, el jarrón quebrado encima de la tapa fracturada, tiene dueño en algún lado y permanecerá a la espera de ser reclamado.
Don Higinio destaca que las tumbas, usualmente, solo son visitadas o procuradas cuando vuelven a hacer uso de las mismas, o bien, tras años de abandono. Regresan buscando el espacio como lo recuerdan. Sin embargo, aunque se cuenta con el registro de cada persona sepultada, no hay registro de la ubicación.
“Hay personas que vienen y sepultan y luego me preguntan a mí, porque yo sepulté a su familiar. Quieren que les diga más o menos por dónde está, pero vino hace cinco años. Ese es el caso de muchos que vienen a sepultar y ya no regresan hasta en 10 años. Es mucho tiempo para venir a preguntar cuando uno debe tener la obligación de visitar y cuidar su tumba”.
La estadía perpetua de los restos del pasado que dieron paso a un legado familiar, a una amistad, a un hijo o sobrino; personas que caminaron entre los vivos, que compartieron experiencias y crearon recuerdos.
“Lo que tienen que entender es que fueron personas que vivieron entre nosotros y que quisimos. Por ejemplo, viene usted y sepulta a sus abuelos y ellos dicen que quieren ser sepultados donde están sus padres, pero sus bisabuelos fueron abuelos de su madre.Aquí están, aunque esté su osamenta, aquí están. Yo tengo la obligación de venir a visitar, a limpiar, adornar, porque es mi ascendencia, porque de ahí vengo”.
Decadencia de las tradiciones: secuela de las enfermedades, violencia y velocidad del día a día
Carlos Alberto Flores, embalsamador de la ciudad de Torreón con 35 años dentro del ramo funerario, siguiendo con el negocio familiar, ha visto cambiar los rituales fúnebres, presenciando el deterioro y decaimiento de los mismos.
Flores destaca el parte aguas que representó la pandemia del Covid-19, que cambió, no solamente la manera de ejecutar los funerales, sino también el proceso de desapego posterior a los eventos fúnebres de rigor.
“Yo lo que he notado es que después de la pandemia, los panteones ya casi no son visitados. En los funerales yo veo que muchos ya lo toman más ligero. La gente ya está consciente de que ya están esperando el momento, más cuando la persona ya está enferma. Ni con la violencia pasó eso”.
La velocidad del día a día, el desapego familiar y un discurso que enaltece el individualismo y la protuberante independencia no permiten desviar la mirada a aquellos rincones en los cementerios que fungen como recordatorio del juego diario donde las piezas se mueven ritmo del ‘tic toc’, sonido que toma intensidad con cada desplazamiento.
“Ahorita cuando fallece un ser querido hasta andamos pidiendo el papel porque en el trabajo no nos creen. Tienen que presentarlo para que no les descuenten el día. Ya ahorita es algo cotidiano. Fallece la persona, al otro día velas y sepultas y al otro día ya tienes que ir a trabajar”.
“Yo sí veo que, por ejemplo, mi papá falleció en el 2007; todavía en ese tiempo se me hacía más dolorosa la pérdida del ser querido; era más familiar. El dolor de estar ahí. Pero si los tiempos han cambiado, ahora ya al otro día la vida sigue y los conocidos y amigos vienen y se están media hora, una hora, dos horas y pues ya me voy porque tengo que ir a trabajar”.
Don Higinio recuerda la vida que florecía alrededor del campo santo previo a la pandemia del 2020, no solo alrededor de fosas recién cavadas, sino de lápidas que recibían a amigos y familiares que se reunían entre tumbas para a sus difuntos.
“Cambió mucho a raíz de la pandemia. Antes las personas tenían el sepelio, venían y lo ordenaban hasta para dos días después, pero por orden de Jurisdicción Sanitaria lo máximo que se le da el cuerpo ya son 12 horas, también depende la enfermedad por las que falleció”.
“Anteriormente, cuando entré aquí, sí había más gente que venía a visitar a diario. Pero ya a raíz de las enfermedades se puede decir que tienen miedo. La gente tiene miedo de acercarse a un panteón porque piensan que ‘los van arrimando’”.
Por su parte, Flores destaca que, en su experiencia, el olvido de los difuntos se vivió desde los años en que La Laguna fue víctima de la guerra contra el narcotráfico, mismo que llevó a acelerar procesos y ‘elegir no ver’.
“En los años de mucha violencia sepultamos, por parte del ministerio, a muchos jóvenes en las fosas comunes. No sé, yo sí me preguntaba cómo no van a tener familia, jovencitos, de 15 años a 16 años; pero, pues era el trabajo de uno, trasladarlo a la fosa común. Yo, si me sentía mal, uno sí decía '¿cómo lo vamos a dejar ahí?', '¿quién lo va a buscar?'”.
El embalsamador relata cómo muchas familias eligieron el olvido por miedo a "ver algo", además de reconocer una cantidad considerable de restos de personas originarias de otros estados y países, sin previa identificación ni medio para llegar a sus familiares.
“Pienso que muchas familias sí supieron, pero por miedo, en su momento no lo hacían. Yo siempre pensé eso. Entonces los que hacía eran que los llevaban a la fosa común; en menos de 24 horas tenían que darles salida”.
Rescate de la cultura
Aunque se esperan alrededor de 20,000 visitantes en el Panteón Municipal cada dos de noviembre, sus cuidadores destacan que se tienen 365 oportunidades por año. La tarde de Día de Muertos es una sesión extraordinaria, pero el recuerdo y las memorias están en cada respiro de la descendencia de los ahora difuntos.
“Sabemos que estamos en un mundo donde tarde o temprano nos vamos a ir, no tengan miedo. Es muy triste ver una tumba abandonada y es más triste pensar que la familia. Al no visitar a los difuntos, en realidad están muertos. A los difuntos se les debe recordar con amor y cariño para siempre. Ya se fueron, sí, pero sus restos, su osamenta, siguen aquí con otros. Entonces lo que yo les puedo decir es que vengan, que no tengan miedo. Cada quien se va a ir en su momento y recuerden a sus deudos que tienen sepultados para que ellos sigan viviendo entre nosotros. Que vengan, que los recuerden”.
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