Cerca de las dos de la madrugada del lunes 16 de septiembre, el Uber nos dejó en la lateral del Viaducto Río Becerra, frente a una casa a oscuras. Era la primera vez que nosotros, mi amigo ‘Z’ y yo íbamos a Pervert, una de las fiestas de música tecno y sexualidad libre más famosas de la Ciudad de México. Se suponía que debía de haber ruido y gente, pero la calle estaba callada, oscura y húmeda, por el aguacero que había caído unas horas antes.
Parados en la calle, consultamos la dirección y el mapa del celular para ver cuál había sido el error. No tardaron en llegar otros taxis con otros pasajeros igualmente perplejos, que eran depositados en la misma acera. Finalmente, Z dio con la solución: había dos números iguales en Río Becerra: el otro estaba frente a una planta de reciclaje de basura, a medio kilómetro, al poniente del Periférico. Así que pedimos otro taxi y le ofrecimos aventón a una pareja que estaba tan perdida como nosotros.
Curiosamente, el chofer sabía a donde íbamos: había llevado a otras personas al mismo sitio, un extraño edificio sin ventanas, frente a un gigantesco lote vacío, sin viviendas alrededor, en un triángulo de la ciudad vacío, al lado del Panteón Guadalupe Mixcoac y cerca de un ‘Home Depot’. La calle empinada y brumosa, iluminada por los faros de los autos y las luces de la calle, donde estaba ese edificio desnudo del que salía música, parecía una fantasmagoría de película de terror, el lugar donde se cometería el crimen. Obviamente, el aire ilegal y clandestino hacía más apetecible la fiesta.
Un guardia de seguridad revisó nuestras identificaciones y subimos dos pisos por unas escaleras de metal hasta llegar a la planta donde estaba la caja y el guardarropa. Pagamos 300 pesos y dejamos nuestras chaquetas. El guardarropa ocupaba cerca de doscientos metros cuadrados, había bolsas bien alineadas en el suelo con las pertenencias de la gente, como si fueran lápidas de un panteón.
Luego de subir un piso más, por fin accedimos a la fiesta. Al centro estaba el DJ montado encima de una especie de altar. A su alrededor, también arriba de unas plataformas, bailaban algunos chicos y chicas guapas; los demás, movían los brazos, los cuerpos y las cabezas, semidesnudos; la mayoría traía algún tipo de prenda de inspiración sadomasoquista: arneses, cadenas, bandas alrededor del bíceps, shorts o faldas de piel. Los más pudorosos íbamos vestidos completamente de negro.
Y la música. La música repercutía sobre nuestro pecho a ritmo acelerado, mientras un haz de luz rojo daba vueltas por el techo. No era posible ver más allá del grupo compacto de personas a tu alrededor, pero si subías la vista, allí estaba la ciudad: los edificios mudos y las calles desiertas, los autos que circulaban por el Periférico y el Viaducto en medio de la bruma. Al fin habíamos llegado a Pervert; en esto también se ha convertido la Ciudad de México.
En la ciudad hubo otras fiestas
La fiesta hace alusión no sólo a los fetiches, sino de manera directa debe su nombre a un club mítico de los años noventa, el Pervert Lounge, que estaba en la calle de Uruguay, en el Centro Histórico, donde tocaban los mejores DJs de las nacientes escenas ‘tecno’, ‘trance’ y ‘house’ en la ciudad. Los noventa también fue la época en que se popularizaron las ‘raves’, las fiestas de electrónica que son las abuelas de la actual Pervert.
En los años 2000, una parte de esa escena se afincó en el Centro. Giraba alrededor de la moda, la pose, el estilo, las modelos, las reinas trans y la cocaína, y sucedía en diversos espacios que la gentrificación había abierto a esta juventud dorada, que obsesivamente copiaba los estilos de las páginas de internet de Los Ángeles, Nueva York, Londres o Berlín y los adaptaba a las posibilidades locales.
Eran los tiempos de la disquera Nuevos Ricos, de María Daniela y su sonido lasser, Afrodita y su electro cumbia, del Pasagüero y del Patio de mi Casa y, de manera muy importante, de los blogs de fiestas, donde fotógrafos, como César Arellano, de Diario de Fiestas, o Jesús León, de Domestic Fine Arts, llevaban el registro de esas interminables noches y les daban un lustre narcisista, desde luego, antes de la era de Instagram.
Otra fuente de inspiración de Pervert son las fiestas del mundo gay de los noventa, cuya meca es el White Party de Palm Springs, pero que se reproducen en todo el mundo, un circuito internacional, por eso llevan el nombre de “fiestas circuit”. Son una especie de bacanal de música, donde decenas de miles de hombres gay musculosos bailan sin camisa y se entregan a las metanfetaminas para potenciar el tam-tam de la música. Al principio, los clubes mismos organizaban las fiestas pero, con el paso del tiempo, nació una clase especial de promotor que las organizaba en lugares inesperados en todo el mundo.
Así nació la primera fiesta de Pervert
Los promotores de Pervert –Alberto Herbel y Robin García– eran unos niños cuando todo esto estaba sucediendo; pero como crecieron en esta ciudad, estaban enterados de todos estos fenómenos. Herbel, en particular, me contó que desde siempre le gustó hacer fiestas, a tal grado de que su cumpleaños se convirtió en un sonado evento anual, al que asistían cerca de 300 personas.
A mediados de los 2010, Herbel, un hombre gay que había viajado a otras ciudades encontró un tipo especial de fiestas underground, cuya sexualidad le parecía más permisiva y diversa y se tocaba cierta música; era un mundo distinto a la opresiva atmósfera de las fiestas circuit, con masculinidad en esteroides y música papilla.
La oportunidad de organizar una fiesta como negocio apareció casi por necesidad. La abuela de García había sido diagnosticada con cáncer, la familia no tenía los medios para el tratamiento y él estaba buscando dinero prestado. “Yo le dije a Robin que no había dinero prestado que pudiera pagar el tratamiento, y le propuse organizar una fiesta. La primera pagó el tratamiento, la segunda fiesta, su funeral. Y a partir de allí, decidimos no parar. Llevamos siete años haciendo esto”.
Una fiesta patria muy particular
La referencia directa de Pervert es un club de Berlín, el famoso Berghain, que abrió en 2004. Berghian es un club que conecta directamente el fetiche sadomasoquista con una fiesta electrónica. Es famoso también por un tipo especial de tecno, frío y cerebral y sus DJs son de fama mundial.
Por eso, la noche del 16 de septiembre en la Ciudad de México, a un lado del Viaducto, se respira un aire irreal, fuera del tiempo y el lugar. Z y yo descubrimos pronto que, de hecho, había un piso más arriba, con otra pista, otro DJ, más bailarines, música más pausada y mucha más gente. Esa noche éramos unas mil personas.
Desde un rincón de la fiesta, trato de asimilar lo que estoy viendo. Hay chicos musculosos y guapos, pero no sólo eso; también hay todo tipo de cuerpos, peludos, algo barrigones, flacos, morenos y blancos. Hay gente con cara de ansiedad, como si estuviera checando si se la está pasando bien, y otros que se entregan al baile sin remordimientos. Hay chicas, algunas se han quitado la camisa y tienen los senos al aire. Hay un grupo de gringas vistiendo sus trajes fetichistas, como si se los hubieran traído en la maleta como parte de la ropa para este viaje. Cuando voy al baño, me encuentro con que encima del lavabo hay una pareja que parecen modelos; vestidos de látex, posando frente a la cámara de la fotógrafa oficial. Sus fotos estarán al día siguiente en Instagram.
Al fondo de ese piso hay un cuarto oscuro. Me adentro en esta atmósfera líquida y anónima. Se escuchan besos y jadeos. Es la primera vez que estoy en uno de estos espacios en presencia de mujeres. Z ha desaparecido entre los cuerpos y yo decido esperarlo afuera. La vista de 360 grados me regresa a la ciudad. Pienso en lo alejada que está la fiesta de los festejos del 16 de septiembre, del Zócalo, el “¡Viva México!” del presidente, la nacionalidad expresada en la música del mariachi y las campanadas del Palacio Nacional. Pero veo pasar a un chico que lleva colgado de su collar fetichista una corbata roja de mariachi, un guiño al momento.
Y en mi exploración tengo un encuentro inesperado. De un muro, en un sitio alejado de la gente, las barras de bebidas, los baños, el cuarto oscuro y los DJs, cuelga una pintura, el único elemento decorativo de todo el salón iluminado tenuemente. En el cuadro, de metro y medio de largo, se ve a Andrés Manuel López Obrador desnudo, con las rodillas como bolas, y una capa que le cubre la espalda. En la mano izquierda sostiene una serpiente coralillo. Detrás, hay una alegoría de la justicia, es decir, la mujer que sostiene una balanza.
Es una caricatura de los últimos días del presidente y la reforma judicial que está en boca de todos. Esa realidad ha hecho su presencia en esta fiesta, como un recordatorio de dónde estamos. No sé qué tiene que ver este momento de sexualidad libre con la política, pero hay algo emancipador que no había sentido en otras fiestas similares.
Pervert creció tanto que el crimen organizado tomó nota
Pervert no siempre fue igual. Tomó algo de tiempo llegar a la identidad actual. Al principio era más chica, y tenía más luces, pero pronto se dieron cuenta de que la luz era un elemento inhibidor y decidieron usar sólo el rojo, el mismo color que se usa en algunos cuartos oscuros –como luz de cortesía–, también el color de la pasión. Con el paso del tiempo fueron integrando a los asistentes más interesantes a su grupo de anfitriones, creando una especie de comunidad especial que baila cerca del DJ.
La comunicación tampoco fue la misma. Las cuentas de redes sociales fueron canceladas un par de veces debido a que mostraban desnudos. La primera vez que ocurrió esto fue una tragedia, Pervert perdió a todos sus seguidores de un tajo. Para evitar que volviera a suceder, crearon una página, ampliaron su red de comunicación y contrataron a fotógrafos profesionales, un poco como en la era de Diario de fiestas: las fotos en las redes muestran gente extravagante y fantástica.
En algún punto, la fiesta creció tanto que el crimen organizado de la Ciudad de México tomó nota. Las amenazas por extorsión estuvieron a punto de cancelarla. Luego vino la pausa de la pandemia. Pero su regreso ha significado un deseo intenso por estar en contacto con otras personas. Pervert se celebra una vez al mes en la Ciudad de México y cada dos meses en Guadalajara. Un cambio de esta nueva época es el ritmo de la música, que se ha hecho más rápido, como el del primer piso de aquella noche.
Alberto Bustamante, otro promotor de la vida nocturna y también un conocido DJ, dice que el ritmo acelerado puede deberse al deseo de recuperar el tiempo perdido o a la velocidad del consumo impuesta por TikTok o a las drogas que se usan ahora, como opioides y ketamina, que son disociativas, dan para abajo y hace que la gente aguante ese beat de corredor de cien metros.
Las fiestas LGBT+ de la Ciudad de México
Hoy, la Ciudad de México está llena de fiestas como Pervert. Según el blog de Tracy Parker, especializado en viajes a América Latina, “personalmente, lo que más me fascina de la Ciudad de México son las Fiestas de Sexo Gay y el cruising […]. Estas se han vuelto muy populares entre una gran parte de la comunidad gay. Son más de ambiente internacional y son muy concurridos por extranjeros”. Entre las fiestas que enumera está Pervert, pero también Cerdos, Por Detroit, Technoman, Brutal, Fixxion y Japan CDMX. Cada una con su fetiche preferido.
Pervert, que es una de las más viejas, atrae a un público extranjero que viaja de Estados Unidos y otras partes de América Latina especialmente para la fiesta ya que constantemente sale recomendada en el sitio de especialistas ‘Resident Advisor’, sobre música electrónica y eventos alrededor del mundo. La economía de la noche es un asunto del que muchas personas participan pero casi nadie habla. Herbel sugiere que tal vez la ciudad debería de tomar nota del potencial económico de estos eventos.
Por fin amanece y la fiesta parece retomar su vigor. La luz de la mañana se va colando por el edificio sin ventanas, pero no parece dispersar su magia, sino dotarla de una nueva etapa. Mientras los aviones del desfile militar surcan el cielo, la gente baila con más ganas y la música sonará más dura hasta bien entrado el mediodía. Luego nos iremos a nuestras casas a dormir, después de haber celebrado las fiestas patrias, como buenos ciudadanos de un mundo globalizado.
GSC/ATJ