“Se despidió de mí”: Días después de la muerte de su papá, Mareli lo vio

Vivió una experiencia que a más de 30 años, no supo si fue real o solo un sueño. El día que su padre decidió acabar con su vida, su abuela la estaba observando desde la ventana.

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Elizabeth Hernández
Pachuca /

Mareli solo tenía seis años cuando su papá decidió concluir con su vida. Actualmente tiene 35 años, y aún recuerda ese momento como si fuera esa noche, una noche de octubre cuando la luna iluminaba el jardín donde sus hermanas y ella jugaban horas haciendo casitas de tierra, donde se abalanzaban en la hamaca sujeta de dos árboles que se alzaban al fondo y en donde trepaban una jacaranda frondosa, más en verano, un árbol inmenso que era el escondite secreto para todas ellas y en el que su padre decidió terminar su vida.

Esa noche, relata la joven, su padre pidió una pluma, "recuerdo bien que le di una con tinta rosa que olía a fresa", y se fue a acostar con sus hermanas, pero las tres estaban inquietas y en la ventana que daba hacia el jardín, Mónica, su hermana, les dijo en secreto que su abuela María, madre de su padre y quien ya había fallecido años atrás, las estaba observando desde la ventana.

"Ahí está, miren, nos mira", y entre los nervios comenzaron a reír hasta que se quedaron dormidas, después del regaño de su padre al pedir que durmieran, sería la última llamada de atención que recibirían.
"Eran las 5:00 de la mañana, más a menos, me levanté porque había mucho ruido en mi casa y las luces rojas y azules de la ambulancia se colaban por un pequeño espacio entre la apertura de la puerta, me despertó... me asomé y vi el cuerpo de mi padre, cubierto con una sábana, abrí la puerta y me detuvo mi mamá, quien entró a tranquilizarnos, pero su mirada no nos daba ese consuelo, menos sus lágrimas", dice.

Dos días después, por su corta edad, nadie le decía nada, y la luna de octubre aún alumbraba la oscuridad de la casa y "me levanté a media noche para ir al baño, y al cruzar el pasillo, en el comedor, vi la sombra de mí papá, sentado y quise acercarme a él para abrazarlo y decirle lo mucho que extrañaba sus abrazos, pero pasé al baño y decidí irme a acostar. Volví a dormir".

Ella tuvo un sueño tan real que aún toca las yemas de sus dedos, como si viviera el momento, "en mi sueño yo le quitaba ese lazo que cortaba su cuello y fue tan real que al despertarme me dolían los dedos del esfuerzo que habían hecho mis dedos para zafar ese trozo de lazo, desperté y lloré, y solo puedo decir que aún me llega el aroma a fresa, como el de la pluma que le di ese día a mi papá y con la que escribió una carta de despedida, y que jamás he vuelto a comprar una igual".


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