Hace menos de una semana el doctor Carlos Martínez Assad, investigador emérito de la UNAM y autor de varios libros sobre el Paseo de la Reforma y sus monumentos, pasó frente a la Glorieta de la Palma. Observó tan deteriorada a la palmera que, cuando llegó a su casa, le dijo a su esposa que iba a llegar el día en que tendrían que quitarla. Pues ese día ha llegado: la planta está enferma de hongos y bacterias y el próximo domingo por la noche será retirada.
La mayoría de las notas periodísticas aseguran que la palmera tiene más de 100 años y que la más antigua fotografía donde aparece data de 1920. Pero Martínez Assad, diría el clásico, tiene otros datos.
“Hay muchas leyendas urbanas sobre la palmera”, dice el historiador y cuenta, vía telefónica, la versión que a él más les resuena.
“El doctor Silvio Zavala, mi maestro, decía que la palmera fue donada por Haile Selassie, el emperador de Etiopía, en sus años de exilio, y que el general Lázaro Cárdenas intervino para sembrarla en el Paseo de la Reforma en los años 30’s. Selassie vino a México en 1954 e inauguró la Glorieta Etiopía, que desapareció con la construcción del metro”.
—¿Entonces no tiene 100 años de vida?
—No, pero sí unos 70, 80 años. Tenemos botánicos o biólogos que podrían calcular la edad.
En las mismas notas periodísticas se dice que la de La Palma fue una de las cinco glorietas que, originalmente, se trazaron en el Paseo de la Reforma y que estaba destinada para un monumento a Miguel Hidalgo. Falso.
“La glorieta estaba reservada para la escultura de Benito Juárez que se mandó hacer a Italia”, dice Martínez Assad. “Pero Porfirio Díaz, celoso de Juárez, prefirió mandar la estatua a Guanajuato, cerca de La Presa de Olla”.
—¿Entonces el principal impulsor del mito juarista, Porfirio Díaz, fue quien le quitó a Juárez su lugar en Paseo de la Reforma?
—Así es. Y sólo porque se le presionó con cartas, Porfirio tuvo que construir el Hemiciclo y tuvo que cambiarle el nombre a la colonia Americana por la colonia Juárez.
—¿Y qué significa que quiten la palmera?
—Una oportunidad para restituir las esculturas de la época liberal y también para darle una manita de gato, porque nunca había visto tan deteriorado al Paseo de la Reforma.
Dos
Mientras caminas del Ángel de la Independencia a la Glorieta de la Palma, vas leyendo en tu celular un texto que escribió Jorge Vázquez Ángeles, llamado Juárez sin Reforma, de la revista Casa del Tiempo, de la UAM. Concluyes entonces que Maximiliano, un empedernido amante de las esculturas, no sólo idea un paseo que comunique Chapultepec con Palacio Nacional. También lo piensa para que se pongan y quiten estatuas según los tiempos políticos.
Maximiliano, por ejemplo, ordena un monumento a Cristóbal Colón. No lo inaugura porque antes lo fusilan. A Juárez no le interesa el Paseo de la Emperatriz, pero lo rebautiza: Paseo Santos Degollado, “el héroe de las mil derrotas”. A la muerte de Juárez, en 1872, se nombra Paseo de la Reforma. Después viene Porfirio Díaz. Ya están Carlos IV, Cuauhtémoc y Colón. Falta algo: un ángel dorado, uno que abre sus alas, supongo, porque se quiere ir de la ciudad, así como Díaz se marcha del país.
De ahí pasas a la historia que te acaba de contar Martínez Assad, de la palmera donada por Selassie, el último emperador africano. Y de ahí a lo que te cuenta Inti Muñoz, director de Seduvi capitalino, secretaría que colaborará a la Sedema a trasladar la palmera.
Desde hace diez años ya había preocupación. La Sedema le hizo diversos diagnósticos y tratamientos. También se detectó que tenía intervenciones salvajes de décadas anteriores: resanes con cemento y clavos para señalizaciones.
Paseo de la Reforma, “donde crecen todos esos rascacielos que se clavan como agujas en la piel gris y arrugada del smog”, escribió Rodrigo Fresán. Una piel tan arrugada que a la palmera le han salido hongos.
ledz