"Me llamo Nacho, me dicen Nachito, pero prefiero que compren nopalitos o aguacatitos porque no me gusta hablar", dice el niño de ojos grandes y sonrisa blanca, quien –sobre una calle aledaña al Mercado 1 de mayo, en el centro histórico de Pachuca– vende una serie de verduras que se dan en su comunidad, en Acaxochitlán.
Ve pasar a la gente, se acaricia los dedos sucios para atender la primera venta del día, "porque tengo que vender… y sí, sí voy a la escuela", dice, mientras acomoda una docena de nopales –que acaba de limpiar– en una bolsa de plástico.
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A unos metros –en un restaurante– dos hermanos, Ángel y José, secan platos y cubiertos. Ambos se miran de reojo y sonríen, porque uno de ellos va ganando en la tarea que les toca realizar dentro del lugar.
"Me gusta trabajar, me gusta hacerlo porque ayudo a mi mamá y quiero comprarme mis útiles para el próximo ciclo escolar, además espero que me alcance para mis tenis", dice Ángel.
José lo interrumpe, y agrega: "y el regalo para nuestro primo que va a cumplir 12 años, pero como le gusta el rock, le vamos a grabar una playera con su nombre en el pecho", sonríen en complicidad.
La mamá de los hermanos también trabaja en el restaurante, es madre soltera y se dedica a darle lo que puede a sus hijos, quienes como todos los niños tienen sueños.
"Yo quiero ser piloto aviador de la Fuerza Aérea, me encantaría sentir el cielo y le echo ganas a la escuela aunque no me gustan mucho las matemáticas, pero tendré que aprender mucho de ellas, porque será necesario", dice el niño.
Su hermano José se acomoda los lentes y sin titubear asegura que su sueño de grande es ser médico cirujano, "y me apuro para lograrlo", mientras vuelve a ver a su hermano, un año mayor que él.
Han apilado los tortilleros, llenado unos cuencos con dulces para los clientes, pero los platos y cubiertos mojados se siguen juntando. Ellos sonríen y trabajan al mismo tiempo, "porque también deseo ayudarle a mi mamá siempre", asegura Ángel.
Nacho mira al final de la calle cuando no sabe qué responder a la pregunta de qué quiere ser de grande, alza los hombros y enseña una sonrisa, observa sus verduras y asegura que el campo lo hace feliz.
Los hermanos planean qué harán cuando lleguen a casa, en una colonia "donde se ve todo el paisaje de Pachuca, allá en el cerro, por atrás", dice José, quien habla de su perro que cuida la casa donde viven.
"Pero algún día iremos de vacaciones a la playa, porque quiero sentir la arena, cómo se siente, oler el agua, dicen mis primos que sabe salada y jugar con las olas, así como salen en la televisión".
"Podría estar jugando, pero prefiero ayudarle a mi mamá, porque así ya no le pido para mis tenis", dice Ángel; su hermano asienta con la cabeza, mientras saca algunos refrescos del refrigerador.
Nachito sigue sentado en un banco, su mirada se fija en una niña comiendo un flan que pasa por la calle sin darse cuenta de que la observan; él desvía su mirada cuando le piden un ramo de manzanilla que da por cinco pesos, y solo se limita a decir que "trabajo para comer y ayudar en mi familia, que vive allá, muy lejos de Pachuca".