La última vez que compraste mariguana en Santiago de Chile, hace un par de años, sólo tuviste que bajar la aplicación de Grindr, creaste un perfil falso y escribiste “compro”, enseguida del emoji de una hoja verde. Las ofertas, todavía te acuerdas, cayeron como aguacero. Ahora que has vuelto al país y que se te ha antojado fumar un porrito, descubres que Grindr te prohíbe el uso de una decena de emojis, e incluso que te prohíbe utilizar ciertas palabras que hagan referencia a la mariguana.
Más tarde leerás en la prensa local que, entre que la comunidad LGBT+ reclamó que los heteros transgredieron su espacio, entre que el microtráfico de cocaína y drogas sintéticas irrumpió en Grindr de forma grosera, entre que los carabineros realizan “patrullajes virtuales” en la plataforma para detener a los dealers, y entre que una diputada de la centro derecha planteó cerrar el acceso de Grindr en Chile para “combatir al narcotráfico”, la aplicación ha ido limitando sus políticas de privacidad. En otra nota de mediados de este año, sin embargo, lees que la policía estima que el 80 por ciento de la microventa de mariguana en Chile se transa a través de Grindr.
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“En Grindr se debe vender la mitad de lo que se fuma en Santiago”, te confirma dealer, a quien has contactado a través de un amigo que te sugirió no comprar en la aplicación. “Ahí venden pura mierda”. Al dealer le has comprado tres gramos, según él, de la cepa cream mandarine, una olorosa flor a cítricos que él mismo cultiva. Por eso, por los gastos de luz y fertilizantes, te avisa que él vende el gramo a 12 mil pesos, unos 300 pesos mexicanos. “Por doce lucas consigues tres gramitos en Grindr, pero ni el vendedor sabe lo que estás fumando”.
Entonces le cuentas a dealer que la primera vez que compraste en Grindr, un joven con aires de ejecutivo bancario, uno que se encontró contigo en menos de cinco minutos en Providencia, el barrio hípster de Santiago, te vendió una mariguana más prensada que el chicharrón. O sea, era paragua: hierba adulterada con neopreno y otros derivados del petróleo, elaborada en Paraguay (y de ahí su nombre), que al instante suscita vértigo y dolor de cabeza. “Sí, po, Grindr es como la ruleta rusa”, te dice el dealer. “Yo por eso trabajo con pura gente recomendada”.
En Puerto Montt, al sur de Chile, crearás otro perfil falso en Grindr y, acto seguido, los vendedores te contactarán por el chat. “Está finísima”. “Acá, a 7 el g bro”. “Es de la que yo fumo”. Al joven vendedor con el que te encuentras a unas calles del mar le preguntas si él sabe, por pura curiosidad, por qué los dealers usan Grindr, una plataforma ideada para la comunidad LGBT+, en vez de utilizar Instagram o Facebook.
“Yo empecé a vender en 2018 y ya estaba Grindr”, te dice después de entregarte una mariguana más deshidratada que la carne seca. “Yo creo que es seguro vender por aquí (porque) los vendedores no tenemos un lugar fijo y los pacos no te agarran. Es como seguir en las calles, pero nadie nos ve”.
Según la policía, el perfil de quien vende mariguana en Grindr tiene entre los 20 y 35 años, es profesional o técnico desempleado que encontró en la aplicación la manera de hacer plata. El joven al que le compras en Puerto Montt no encaja en ese perfil. Pero tampoco vas a exponerlo.
“Los pacos dicen que los que vendemos mariguana en Grindr somos narcotraficantes. (Se ríe). Creo que están viendo mucha narcoserie en la tele”.
FS