Minutos antes de que Claudia Sheinbaum entre al recinto del Palacio Legislativo y se convierta en la primera mujer en presidir al país de los machos, uno de los invitados de la doctora me comparte su interpretación sobre el peso histórico que trae consigo esta nueva banda presidencial:
Existe una fotografía que fue tomada a mediados de los años 70, en el Centro Histórico. En la imagen, la niña Claudia lleva en sus hombros a un chico 12 años menor que ella. Se llama Santiago Álvarez Campa y es hijo de Raúl Álvarez Garín, exdirigente del Movimiento Estudiantil de 1968, y de María Fernanda Campa, La Chata, hija del dirigente ferrocarrilero Valentín Campa, candidato presidencial en las elecciones de 1976 por el Partido Comunista Mexicano. La niña Claudia no sólo desayuna, come y cena política en su casa. También con los Álvarez Campa, los amigos de sus padres, aprende a luchar en colectivo y termina sumándose a un movimiento estudiantil.
“Claudia dice que es hija del 68 y la banda que se va a poner carga los dos apellidos más importantes para la izquierda”, me dice el invitado. Hoy Santiago es un extraordinario clavecinista y quién sabe si vague por la Cámara de Diputados. Quienes sí andan por acá, y muy platicadores, son el polémico gobernador Samuel García y Jorge González, El Niño Verde, uno de los artífices de la mayoría calificada. También está Enrique Alfaro, el mandatario jalisciense a quien sólo su colega de Michoacán, Alfredo Bedolla, le dirige la palabra. Ni Samuel. Están los del gabinete entrante y saliente. Están los ministros con la cabeza cortada (metafóricamente). Están El Canelo y un Bichir. El resto son propagandistas del nuevo régimen que suelen llamar a sus conocidos para decirles que están en lado equivocado de la historia.
A las 9 de la mañana inicia la sesión. Ivonne Ortega, en voz de Movimiento Ciudadano, dice que Dante Delgado —ese viejo hegemónico que no renunció a la política pese a que apostó su carrera en las elecciones presidenciales— es feminista. Hasta dan ganas de sacar risas grabadas. Ortega también habla de honestidad, la que no tuvo su parentela cuando gobernaron el sureste. Ella misma trae un pasado turbio y sus palabras parecen una mala broma. Y como no quiere sentirse menos en la fiesta de la reina, Ortega les recuerda a los asistentes que ella fue la primera mujer en gobernar Yucatán; que siempre viste un bordado de los pueblos originarios; y que en MC hay tanta sororidad (otras risas grabadas) que ya ingresaron una iniciativa de ley que reforma una letra “para que el término de presidenta sea incluido formalmente” en la constitución.
A la soporífera Ortega le sigue el cuestionado senador priista Alejandro Moreno. De inicio la suelta: “No hay República sin consensos”, para luego decir que la presidenta Sheinbaum puede contar con el PRI “para corregir el rumbo”. O sea, Alito se ofrece como un buen negociador. Se queja, además, de que las reformas al Poder Judicial y a la Guardia Nacional son “la ruptura de los contrapesos”. Sin mencionarlo, descalifica a AMLO “por sembrar odio”. Asegura que en México ha vuelto a la hegemonía de un solo partido y le tira mala vibra al siguiente gobierno: “Hay que decirlo: hay quienes sienten incertidumbre, quienes tienen sospechas y hay los que expresan preocupaciones sobre el rumbo que tomará el país en los próximos seis años”. Pretende dar consejos neoliberales: “Debemos tener diálogo permanente con Estados Unidos”. Y de refilón, jura y perjura que el PRI es quien ha contribuido más a la democratización.
Más que un posicionamiento, el petista Reginaldo Sandoval Flores organiza un mini mitin en la tribuna para ensalzar los buenos resultados de López Obrador. Sandoval le ha abierto el baúl al fantasma de AMLO y al final de su discurso sólo hace dos menciones a Sheinbaum. Lo mismo le pasa a Manuel Velasco, del Verde: quiere hablar de feminismo sin tener la más mínima idea. Habla del debatido “techo de cristal”, habla de la A de Presidenta y habla de la ecología, que su partido ha depredado en Chetumal.
La senadora panista María Guadalupe Murguía inicia con un reconocimiento a Sheinbaum, pero enseguida habla de un país que está en la catástrofe; un país, según ella, “donde hoy termina una de las épocas más oscuras”. Un país “con una deuda de 6.6 billones de pesos”, “con el peor crecimiento económico”, “con 200 mil desaparecidos” y una serie de frases ya muy deslavadas por una oposición que nunca supo reconstruirse.
Después de Murguía viene el morenista Ricardo Monreal. Orador nato y sabedor de que miles lo están viendo, con su histrionismo suelta algunas oraciones triunfalistas: “el triunfo fue arrollador”, “fue una hazaña pacífica”, “les ganamos 2 a 1”. Al igual que el petista Sandoval, Monreal utiliza la mayor parte de su discurso para recordar varias promesas cumplidas por AMLO. Ya casi al final retoma el discurso de las mujeres y menciona a algunas: Sor Juana Inés de la Cruz, Leona Vicario, las mujeres del 68, Jovita Ortiz y Petra Herrera.
La maestra Ifigenia Martínez, presidenta de la Cámara de Diputados, no lee su discurso. Tiene 96 años y ya usa tanque de oxígeno. Es en voz del diputado Sergio Gutiérrez que escuchamos a la primera mexicana que obtuvo una maestría en economía en Harvard, de donde también es doctoranda:
“Lo que atestiguaremos en breves minutos entraña un simbolismo profundo. Con la llegada de la presidenta electa se cristalizan décadas de esfuerzo y sacrificio en las luchas por los derechos políticos de las mujeres, por su derecho a vivir en paz y sin violencias, por los derechos a decidir y dirigir sus propios destinos, y por su empoderamiento permanente hasta lograr abatir toda brecha de género subsistente”.
A las 11 de la mañana, con puntualidad de relojero, llega AMLO por la avenida Congreso de la Unión. El senador Higinio Martínez es uno de los integrantes de la comitiva de recepción. Hace tiempo fue vetado por López Obrador por oponerse a la construcción del AIFA. “Gracias”, le dice el presidente saliente mientras le extiende la mano. “28 años con lealtad, hasta este día”, le responde el senador, uno de los tantos dirigentes políticos que subsidiaron la carrera política de López Obrador. AMLO no le responde a Higinio. Prefiere tomarse una selfie con Félix Salgado Macedonio.
Ya dentro del recinto, López Obrador tarda casi diez minutos en llegar a la tribuna. Va como torero salido del ruedo. Legisladores de la 4T lo saludan, le toman fotografías, los besan y hasta le tocan la banda presidencial como si ésta fuese milagrosa. Es probable que Gabriel Boric y otros presidentes invitados a la toma de protesta se pregunten por qué a ellos ni los de su partido los acogen.
Mientras AMLO sigue tomándose selfies con sus legisladores y la maestra Ifigenia toma lentamente el lugar central, a las 11.24 arriba la doctora Sheinbaum. Trae un vestido blanco con bordados que no perdona al viento. La peinaron con un elegante chongo. La reciben doce legisladoras. Sólo un par de ellas, las de MC, se ausentan de la fotografía. Ya se oyen los gritos de ¡Presidenta!
A diferencia de AMLO, la presidenta Sheinbaum apenas usa tres minutos para llegar a la tribuna. Abraza a Gerardo Fernández Noroña, otro que conoció a los Álvarez Campa; quién iba a decir que muchos años después, la niña Claudia que cargaba a Santiago, “hermanito” de Noroña, gobernaría a México. Abraza a López Obrador. Abraza a la maestra Ifigenia, quien tiene el honor de entregarle la banda presidencial. Si hace seis años le tocó a Porfirio Muñoz Ledo, hoy es el turno de Ifigenia, la que fundó el PRD junto con Porfirio y Cuauhtémoc Cárdenas. A la ministra Norma Piña, quien está sentada a su derecha, la saluda de beso.
A las 11.31 toma protesta y alza el puño arriba, como cuando la joven Claudia, estudiante de Ciencias, escaló el monumento a Cuauhtémoc para colocar una bandera de la UNAM, en aquellos años cuando el Consejo Estudiantil Universitario luchó por la educación superior gratuita. Al menos eso me cuenta Emilio Ulloa, un claudista de cepa.
Tres minutos después, 11.34, AMLO se despoja de la banda y se la entrega a Ifigenia. Ayudada por López Obrador y una cadete, la maestra cumple la encomienda y le cede la banda la nueva presidenta. ¡Clic! Este el momento histórico. “¡Presidenta!, ¡Presidenta!”.
El discurso de la doctora tiene cuatro bloques. El primero es muy aburridamente protocolario: saludo a los presidentes invitados. En el segundo, recuerda el desafuero de AMLO y esta anécdota con su frase clásica (“la historia nos juzgará a todos”) da pie para que, durante varios minutos, Sheinbaum le agradezca a López Obrador. “Se retira un demócrata”. “Es uno de los grandes”. “El político más querido”. Y también le dice: “Ha sido un honor luchar con usted. Hasta siempre, hermano, amigo, compañero, Andrés Manuel López Obrador”.
El tercer bloque tiene que ver con la historia de México. Habla de la Colonia y de cómo, después de al menos 503 años, “por primera vez” llegan “las mujeres a conducir los destinos de nuestra hermosa nación”. Repasa a los héroes patrios y revolucionarios, menciona a Lázaro Cárdenas, a las sufragistas y a una decena de mujeres activistas.
En el último y cuarto bloque de discurso, Sheinbaum reflexiona sobre la importancia de que una mujer sea presidenta. Y, para ello, hace “una respetuosa invitación” para nombrar Presidenta con A. “Al igual que abogada, científica, soldada, bombera, doctora, maestra, ingeniera. Con A, porque como nos han enseñado, solo lo que se nombra existe”.
Cuando Sheinbaum reconoce a las heroínas anónimas, “a las invisibles”, y les dedica una línea (“a las que lucharon y no lo lograron”), me acuerdo de mamá. Nunca se dijo de izquierda, pero siempre le importó más la colectividad. Murió en 2007 queriendo una foto con AMLO. Como dice la doctora: “A las mujeres anónimas, las heroínas anónimas que, desde su hogar, las calles o sus lugares de trabajo lucharon por ver este momento”.
Quien parece que aún no ha muerto es el rey. Pero esa es otra historia.