Oscuridad, alturas, lo desconocido, el cambio, fracaso, la pérdida y muchos otros son temores que a lo largo de la historia han aquejado al ser humano, sin embargo, vivir una vida sin sentido, sin rumbo y sin destino puede llevar a encontrarse con un ocaso donde sea muy tarde para dar marcha atrás y replantear lo que queremos de nuestras vidas, ese es el miedo a hacerse viejo.
Recuerdo las reuniones familiares en casa de mis abuelos donde mi papá, sus 5 hermanos y los nietos, nos congregábamos con cualquier pretexto.
Mi papa y sus hermanos fueron la generación llamada “Baby Boomers” aquellos niños que nacieron y disfrutaron de la bonanza económica global posterior a la segunda guerra mundial. Las familias tenían 5, 6, 7 y hasta 10 hijos, eso era lo normal, la figura de una familia tradicional era lo común, estabilidad laboral y a largo plazo, el ocio fue algo que quedó fuera de discusión y era más bien la adicción al trabajo el común denominador.
Luego, mi generación, la conocida como “generación X”, 2, 3 y máximo 4 hijos fue lo normal, testigos de extraordinarios cambios a nivel global, el nacimiento del internet, la caída del muro de Berlín, el fin de la guerra fría, entre muchos otros cambios y movimientos globales, hijos de aquellos Baby Boomers enfocados a su trabajo y padres de las siguientes generaciones :Millenials o Centenials, nos ha tocado el reto de volvernos adaptables a las siguientes generaciones intentando procesar la nuestra además de las siguientes.
Luego, la Generación Y o Millenials donde se volvieron algo, no poco inusual los hijos únicos, 2 y ya 3 poco común, gran capacidad para adaptarse a los cambios en la tecnología, la vida virtual se vuelve una extensión de la vida real, esta generación es multitasking, no dejan la vida en su trabajo, son emprendedores y creativos y buscan vivir de lo que les gusta hacer, lo que los hace idealistas.
Y finalmente la generación Z o Centenials, hijos únicos máximo 2, nativos digitales, autodidactas y su éxito se mide en “Likes” y número de seguidores en la red.
Las crisis, el acceso a todo de inmediato y la capacidad de cambiar y adaptarse, han venido marcando un mañana para el que no estamos preparados, un cambio en la curva demográfica donde las nuevas generaciones ya no se quieren casar, no quieren tener hijos y no proyectan un modelo de familia ni siquiera parecido al de las generaciones anteriores y menos ahora con esta pandemia que aún no termina.
La gran pregunta es: ¿Estábamos preparados para envejecer? ¿Nuestro país y sus políticas públicas estaban preparadas para un futuro donde predominara la gente mayor?
Yo creo que no, y por ello creo que apenas estamos a tiempo para estudiar, plantear, implementar planes serios y firmes para que nuestra sociedad no se descarrile y en esa curva invertida, pocos jóvenes en edad productiva terminen cargando con muchos viejos y entonces, esos pocos jóvenes terminen buscando otros horizontes donde no se les cargue un pasivo que no es culpa de ellos.
Nadie queremos ser olvidados, pero tampoco queremos ser recordados como aquella generación irresponsable que no se dio cuenta a tiempo de lo que venía en camino, y entonces, en vez de enfocarnos al futuro, nuestro esfuerzo estará enfocado a paliar los problemas de una sociedad vieja con problemas del pasado. De un día a otro nos aplastará y entonces, el miedo, nos llevaría al lado oscuro. Tomemos cartas en el asunto, reconozcamos la realidad de lo que viene, planeemos y atendamos con responsabilidad y compromiso aquel pasivo que va creciendo y de una vez, comencemos por admitir, reconocer, aceptar y prepararnos para aquella etapa donde seremos parte de la estadística. Aún estamos a tiempo como país y como sociedad, unamos esfuerzos y entonces tendremos un futuro donde las generaciones puedan convivir, dialogar e interactuar a pesar de haber vivido momentos, circunstancias y realidades totalmente distintas sin que heredemos un pasivo a quienes no les toca pagar.