El bazucazo que violó la autonomía de la UNAM

Especiales MILENIO. 50 aniversario del 68

“El ex rector Javier Barros Sierra dio muestras estupendas de respaldo a los estudiantes, una lección de dignidad y responsabilidad ante la sociedad”

Rolando Brito Rodríguez, testigo de los hechos en San Ildefonso. (Foto: Juan Carlos Bautista)
Francisco Mejía
Ciudad de México /

El 26 de julio de 1968 comenzó la represión: granaderos corretearon a estudiantes hasta la preparatoria de San Ildefonso… durante las noches de 27 y 28 hubo combates callejeros entre universitarios y jóvenes del barrio de Loreto contra los agentes de seguridad.

“Había barricadas en la calle de Argentina, las armerías del rumbo fueron saqueadas: de poco calibre, pero armas. La defensa fue con todo, además de piedras y bombas”, recordó Rolando Brito Rodríguez, testigo de los hechos.

Las tiendas de armas e imprentas eran los negocios que había en ese barrio de Ciudad de México, y de ellas se sirvieron los estudiantes de las preparatorias 1, 2 y 3.

El 28 de julio de 1968 los estudiantes incendiaron un camión de transporte público en El Carmen y San Ildefonso. La gasolina del camión no fue suficiente para prenderle fuego, pero alguien entró a una de las imprentas y sacó galones de tintas, petróleo y otros combustibles. En otros puntos incendiaron tranvías.

Brito Rodríguez vivía en el departamento 11 de Justo Sierra 29, casi enfrente del portón principal del edificio de San Ildefonso, en el Centro Histórico. En 1968 estaban ahí las preparatorias 1 y 3.

A Rolando le brillan los ojos. 50 años después está parado en el patio de acceso del recinto que, la noche del 29 de julio del 68, recibió un bazucazo. Alza los ojos, pero en los balcones ya no hay estudiantes, sino turistas.

“Se hacían las (bombas) molotov con un casco, gasolina y azúcar, la preparatoria era el cuartel general. Había varillas y palos para la defensa... los pasillos y salones lucían oscuros, también había camiones secuestrados”. Los estudiantes fumaban cigarros Casinos, se preparaban para la batalla.

La noche del 29 de julio de 1968 se escucharon balazos... los camiones dejaron de circular, los comercios cerraron desde temprana hora, en las esquinas de las calles había humo, en otras llamas: “¡Perros, perros, perros!”, los estudiantes torearon a los granaderos.

Sobre San Ildefonso el concreto se agrietó, levantó. Desde los balcones, sobre Justo Sierra, las vecinas aventaron palos, piedras, cacerolas… todo. Fue la defensa del barrio.

“Fueron las batallas del 27 al 29, cuando entra el Ejército… de repente, alguien gritó: ¡Viene el Ejército!, los vimos desde la azotea de la prepa, fue cuando se escuchó la voz, a través de un megáfono, para que desalojáramos, nadie hizo caso.

“La puerta la teníamos atrancada con bancas y escritorios. Desde la azotea, caían piedras y bombas molotov. En el patio central y demás patios y salones había compañeros. Los granaderos no pudieron y nos mandaron al Ejército… los vimos tomar posición

“Tantos minutos para que salgan. Lanzábamos todo en forma desesperada, era eminente la entrada de soldados. De repente, escuchamos la explosión, el bazucazo… fue cuando la puerta tronó. Algunos escaparon por ahí.

“Aquel edificio blanco no existía”, señaló Brito Rodríguez, al recordar que “ahí estaban los Baños Catedral. Otros nos fuimos saltando de azotea en azotea, hasta llegar a la vecindad, ahí nos refugiamos”.

***

Después del 26 de julio, cuando los granaderos reprimieron una marcha rumbo al Zócalo, hubo reuniones y paros en la mayoría de las escuelas del IPN y UNAM. Los representantes de escuelas en huelga estaban reunidos la noche del 29 en el salón 11 de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

“Después de las 12 nos dijeron por teléfono que los granaderos se retiraban del barrio universitario… pareció que habían desistido de su intento de ocupar las escuelas. Las últimas molotov se apagaron en el pavimento y la atmosfera se limpió del gas lacrimógeno. Desde la preparatoria 3 avisaron que el Ejército se acercaba, no pensábamos en una ocupación militar, pero la tropa la había rodeado.

“Escudero salió para informarse directamente de la situación en San Ildefonso y, cuando volvió, el Ejército acaba de entrar a la escuela. Tiraron la puerta con un mortero, esa misma noche la tropa ocupó también la preparatoria 2 y las vocacionales 2 y 5”, (Luis González de Alba, Los Años y Los días, pp. 31 y 33).

Al amanecer, tras el bazucazo, la respuesta del entonces rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, no se hizo esperar y procedió al izamiento a media asta del lábaro patrio. La universidad había sido violada en su autonomía.

González de Alba rememoró cuando se acercaron al rector Barros Sierra “para pedirle que encabezara la manifestación”. Fue la del jueves 1 de agosto, que partió de Ciudad Universitaria.

“A dos cuadras del lugar donde dimos vuelta para emprender el regreso, por la avenida Coyoacán, estaba el Ejército con ametralladoras montadas sobre camiones y con transportes en las bocacalles”. La marcha solo llegó a Félix Cuevas y regresó.

Ese día cayó una ligera lluvia sobre los estudiantes; desde los balcones les lanzaron hules, periódicos y paraguas para que se cubrieran, pero, sobre todo, aplausos. Unas mujeres lloraban. La rebeldía estaba en pleno.

Barros Sierra “dio muestras estupendas de sentido universitario en defensa de la autonomía de la universidad, fue una lección de dignidad… con sus colaboradores, tuvieron una actitud en ese momento de enorme responsabilidad, frente a la propia universidad y sociedad”, evalúa después de 50 años el ex rector de esa casa de estudios José Narro.

Ese 30 de julio el edificio de los preparatorianos y las calles Justo Sierra, San Ildefonso, El Carmen y Argentina, estaban tomadas por el Ejército. Nadie pasaba. Para los primeros días de agosto la mayoría de las escuelas del IPN y UNAM, estaban en huelga. El cielo de esos días era gris.

José Cortés, trabajador de una imprenta, evocó: “Vimos cuando llegó un soldado con un tubo al hombro y se oyó la explosión, la puerta voló en pedazos, vimos el fuego por la trompa de la bazuca; también hubo persecución por todas partes y muchos corrieron hacía los Baños Motolinia”.

En ese entones, David Bañuelos era candidato a las filas de la Juventud Comunista y pertenecía al club de Raúl Jardón Guardiola. “El 29 de julio, como todas las noches, estábamos en la casa de Raúl, fue cuando él, intuitivamente, percibió que podría ingresar el Ejército al centro de la ciudad”.

Había camiones incendiados en las esquinas, los estudiantes salían de las imprentas cargando papel para los volantes, las preparatorias 1, 2 y 3 estaban tomadas por los estudiantes y la Escuela Superior de Economía del IPN había entrado en paro. Todo por la represión del 26 de julio. Esta última, convocaba el 27 de julio a los politécnicos para una huelga general para el 29.

El club de Jardón se fue a dormir, poque “teníamos que cuidarnos, valíamos más en la calle que presos”. Bañuelos se fue a su casa, rumbo a Zacatenco. “Cerca del Politécnico rondaban camiones de granaderos”.

Al amanecer, el día 30, se enteró del bazucazo “y me fui lo más rápido a casa de Raúl”. Resolvieron que “fue resultado de la intensificación del movimiento y que, como organización de izquierda, había que influir en el movimiento y pedir la libertad de los detenidos”.

Esa mañana, hubo asambleas en calles y escuelas, donde se podía ingresar, además de mítines relámpagos en plazas públicas. Entre 300 y 400 preparatorianos de San Ildefonso, hicieron una asamblea y ahí se decidió “mantener la intensidad de la lucha, exigir la liberación de detenidos y discutir una posible huelga”.

El pliego petitorio se iba conformando poco a poco. m

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