Hace 47 años inicié mi Archivo de un Reportero con el libro Monterrey, ciudad noticia, en cuya página 16 se puede leer el siguiente texto:
“El jueves 1 de abril, durante la Reunión Nacional sobre Asentamientos Humanos, el presidente Luis Echeverría, en un mensaje dirigido a toda la Nación, denunciaba: ‘Se realizó en Monterrey una reunión clandestina, que tuvo un amplio apoyo económico y reunió cantidades con las cuales se pagaban desplegados injuriosos y campañas subrepticias en muchas partes del país’”.
El presidente Echeverría arremetía así contra los empresarios de Nuevo León y denunciaba que “estas mismas personas, antimexicanos, cuando cayó el régimen de Salvador Allende en Chile dijeron que por qué aquí en México no ocurría lo mismo; que había que comenzar a desestabilizar al régimen.
“Tienen una gran preocupación, de inspiración en sus sistemas de trabajo, en su psicología, en su vida familiar, para imitar los modelos más decadentes de la gran sociedad de consumo, junto a la cual vivimos. Están ahora comprando bienes inmuebles en Texas, en California y en Florida. Son partidarios y apoyan a sindicatos blancos. Viajan sus hijos ahora, temerosos del pueblo, en automóviles blindados”.
Faltaban tres meses para que terminara el gobierno de Luis Echeverría, en un país dividido y confrontado por el propio presidente y su partido, el Revolucionario Institucional, y que culminaría con la crisis económica y devaluación del peso el 31 de agosto de 1976, tres años después del asesinato de Eugenio Garza Sada.
Al paso de los años, el 4 de marzo de 1998, Echeverría visitó Monterrey, y en un restaurante de la avenida Morones Prieto tuve oportunidad de entrevistarlo.
Don Luis, ¿qué piensa usted sobre los asesinatos políticos recientes?
El del licenciado Colosio, lo mismo que el del cardenal Posadas Ocampo, el del licenciado Ruiz Massieu, todos deben de aclararse, si no es así, eso envenena al país. Aquí en Monterrey, por ejemplo, se aclaró el asesinato del jefe de la industria, don Eugenio Garza Sada, tan respetado por todos y que fue asesinado. A mí el día de su entierro en el panteón me dijeron que yo propicié un clima de violencia que ahora se ha acrecentado. Yo lamenté profundamente ese hecho y a los 15 días se aclaró que una guerrilla de irresponsables lo había querido secuestrar y como se resistió, lo mataron.
En aquella ocasión en el panteón, el señor Ricardo Margáin habló fuerte contra su gobierno. Siendo usted presidente de la República, ¿cómo interpretó sus palabras?
Me lo expliqué perfectamente: se cometió el asesinato de don Eugenio, envié al secretario de Industria y Comercio en mi representación, y luego el licenciado Víctor Bravo Ahuja, que había sido rector del Tecnológico, y tres horas antes del sepelio, yo le mandé decir al señor Garza Lagüera que quería venir al sepelio y fui con él hasta el panteón. Entonces, inexplicablemente, una gente tan respetable como el señor Margáin se echó un discurso muy fuerte diciendo que el gobierno federal auspiciaba la violencia y no era así: a mi suegro, José Guadalupe Zuno Hernández, lo secuestraron también en Guadalajara.
Al final de esta entrevista intervino mi compañero de El Diario de Monterrey, Víctor Salvador Canales.
¿Qué fue realmente lo que sucedió con don Alfonso Martínez Domínguez (tras la masacre del Jueves de Corpus, en 1971)?
A mi amigo Alfonso Martínez Domínguez yo lo estimo mucho. Lo sigo estimando, fue el jefe de mi campaña, fue un excelente jefe del Departamento del Distrito Federal. Cuando aquella manifestación del Jueves de Corpus, ese grupo policiaco –Los Halcones– se trenzó a golpes con los estudiantes, eso fue lo que pasó, no hubo tal matazón como algunos dijeron. Y entonces, Alfonso y el jefe de la Policía (Rogelio Flores) decidieron renunciar y yo les acepté la renuncia.
Don Alfonso me dijo a mí que usted le pidió la renuncia y luego le prometió que lo iba a rehabilitar y después de eso jamás lo volvió a recibir.
Yo les acepté la renuncia a los dos por las circunstancias que hubo. Esos hechos amenazaban con ser un conflicto muy grande y entonces él procedió a renunciar, eso no fue cosa mía ni yo le había prometido nada.
Alfonso fue un gran luchador desde muy joven, es un excelente político y fue un muy buen gobernador de Nuevo León.
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