Como no ocurría desde los años noventa, cuando el PRI perdió sus grandes mayorías legislativas (1997), México vuelve a tener un presidente de la República muy fuerte. Fortísimo. Para algunos analistas, demasiado fuerte, sin equilibrios. Andrés Manuel López Obrador tiene mayoría en la Cámara de Diputados y en el Senado. El Poder Legislativo será su gran aliado para hacer las reformas o contrarreformas que le parezcan convenientes.
Si se trata de cambios constitucionales, no tendrá problemas en conseguir los sufragios requeridos con los votos de sus aliados (PT y PES). Tampoco tendrá obstáculos insalvables para que los congresos estatales ratifiquen esas transformaciones.
López Obrador también cuenta con el respaldo de la mayoría de los gobernadores, salvo algunos panistas y el mandatario de Jalisco, que es de Movimiento Ciudadano, Enrique Alfaro.
Los demás gobernadores se le han plegado sin reparo alguno, incluidos los priistas. La figura de los delegados del presidente causa controversia y puede ser un retroceso para el federalismo, ya que esos súper delegados le garantizarán que en las entidades las cosas marchen como él mande, les guste o no a los gobernadores.
El control de cuantiosos recursos a manos de esos virreyes, le dará gran capacidad de movimiento político, para que muchos de esos alfiles se conviertan en sus candidatos y, posteriormente, en sus acríticos mandatarios.
Los municipios no se vislumbran tampoco como cunas de descontento, salvo que emerjan fuertes personajes de oposición que consigan tener un alcance mediático nacional.
El Poder Judicial es un espacio que podrá ser un contrapeso real al omnipresente López Obrador. Son varios los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) que en las últimas semanas han dicho nítidamente que enfrentarán al poder político, aunque no mencionen por su nombre al presidente de la República.
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Es cierto que Olga Sánchez Cordero, exministra de la SCJN y secretaria de Gobernación, será un enlace inobjetable del presidente hacia los ministros.
Es de esperar que ellos no cedan a presiones provenientes del Poder Ejecutivo y que se mantengan firmes en sus criterios estrictamente legales, para dirimir las controversias que puedan surgir por los excesos en los que podría estar tentado a caer López Obrador.
Además, seguramente nuestra primera mujer en Bucareli nunca permitiría que el presidente la orillara a obrar de manera vergonzosa para que imponga sus deseos al Poder Judicial.
Las organizaciones ciudadanas pueden ser otro espacio de presión para que el presidente no insista en el absurdo criterio de que todo puede ocurrir gracias a su voluntarismo, y no como resultado de la construcción, afianzamiento y pulcra operación de las instituciones que se han venido construyendo en las últimas décadas.
La sociedad civil será una herramienta de equilibrio y presión para que no se consumen excesos de poder. Pienso en la importancia, por ejemplo, de una Fiscalía verdaderamente independiente, y en la necesaria consolidación del Sistema Nacional Anticorrupción.
Tenemos un presidente fortísimo, con un enorme respaldo popular, lo que puede provocar gran cantidad de manipulaciones informativas. Así que los medios de comunicación también serán fundamentales para contener cualquier exceso que pretenda López Obrador, a través de la simple, dura y documentada exhibición de los hechos tal como son. El señor presidente ha vuelto, pero México y su sociedad ya son otros, muy distintos a los del priismo autoritario.