El algoritmo nos persigue, estamos atrapados en su laberinto. Conoce nuestros gustos, las páginas de internet que visitamos, las calles que recorrimos. Nos recuerda al viejo amor o nuestros momentos de pesar del cual dejamos registro en alguna de las redes sociales.
Al despertar buscamos a tientas el celular para mirar los mensajes que nos llegaron en la noche, y antes de dormir revisamos si nos perdimos de algún momento estelar, si el mundo cambió mientras estábamos ocupados.
La adicción a las redes sociales tiene un comienzo siempre. “Como trates al preescolar es como te va a tratar el adolescente. Si queremos que nuestro hijos dejen el celular hay que predicar con el ejemplo”, contó en entrevista Diana Patricia Guízar Sánchez, académica del Departamento de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Y precisó que “el niño requiere mucho de la aprobación de los padres en la etapa preescolar y escolar, pero en la adolescencia busca la de sus pares, los cuales se multiplicaron en las redes sociales”.
Y no sólo se multiplicaron. No hay escapatoria, no hay salida. Ante el acoso escolar, el niño podía encontrar refugio en su casa (si tenía suerte de contar con un entorno familiar seguro) o cambiándose de escuela. Ahora el acoso puede continuar en las redes sociales, el video puede volverse viral.
“En esta pandemia me ha llamado la atención que muchos adolescentes, chavos que eran buenos en la parte social, resulta que a raíz de que llevan año y medio en pandemia han perdido habilidades para interactuar. Hace poco tuve un chico que me dijo: ‘no puedo interactuar, en la escuela no me animo a hablar. Me acuerdo que antes llegaba y tenía muchos amigos, pero ¿sabes qué se me ocurrió? Que puedo mandarles por el correo de la escuela la liga para que tengamos videojuegos en línea y a través de ellos ya les empiezo a hablar. Ya cuando nos veamos de frente será más fácil. En línea me siento súper cómodo y hago chistes, pero llego de frente y no puedo ni hablarles’”, acotó la doctora Guízar.
Indicó que lo dramático es sólo vivir en un mundo virtual y no estar en el mundo real. “No contestan llamadas ni hacen llamadas; de hecho, su interacción, al momento de hablar, no es la misma que cuando lo hacen en redes sociales. Les cuesta mucho trabajo porque son habilidades que uno va desarrollando”.
De tú a tú, sin ensayo
La doctora abundó que en la interacción uno a uno cuesta trabajo, existe la angustia de que el otro se pueda ir o aburrir si no hay un discurso ensayado.
La interacción social requiere de muchas modificaciones, improvisaciones.
“Lo que se observa en las redes sociales es que se tardó dos horas para tomarse la foto perfecta, estuvo ensayando todo el día en el video que está haciendo. Para una conversación social no ensayas. No es lo mismo el tú a tú, son habilidades que van perdiendo y no van desarrollando”, dijo.
La doctora advirtió que los ataques y el acoso escolar se masifican, eso es algo difícil para estas generaciones. Los adolescentes, por su propia estructura cerebral, no tienen bien desarrollado el frontal, que es el que nos frena, la parte racional.
“Lo bueno y lo malo lo magnifican: mi vida se terminó, no tiene sentido. Podemos llegar a tener chicos con ideación o intentos suicidas a raíz de esta situación, y, además, es bien importante todo el manejo que debe haber alrededor. A veces no hay ese entendimiento”, informó.
Mayté y Jimena son dos jóvenes que pasan varias horas en las redes sociales. Mayté se ha enfrentado al acoso, hombres que le mandan fotos sin su consentimiento, la invitan a salir y le han ofrecido dinero. Los ha bloqueado cuando no tiene más remedio, pero prefiere ignorarlos.
En el caso de Jimena ha sido diferente. Ella ha encontrado consuelo “virtual”. No importa que las personas que la reconfortan no estén presentes físicamente, esa compañía que se manifiesta en comentarios le agrada.
EHR