El lunes, a las 14:00 horas de la tarde con 19 minutos enterraron al padre Gallo, lo sepultaron a la misma hora que lo mataron para honrar la tradición de los rarámuris, a quienes dedicó 51 años de su vida.
Unos 10 minutos después, al otro lado del atrio del templo de San Francisco Javier en Cerocahui, Chihuahua, también enterraron al padre Morita.
Religiosos y pobladores de esta comunidad enclavada en la barranca de Urique en la Sierra Tarahumara no pudieron contener las lágrimas de tristeza al ver bajar los ataúdes con los cuerpos de los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales y Joaquín Mora Salazar.
“Eran papás para los tarahumaras”, exclamó sor Carmen, jesuita establecida en el municipio de Creel, pero que durante cinco años el padre Gallo fue su párroco en el poblado de San José del Pinal, también municipio de Urique.
Foto: Jorge Carballo
“Fue el primero que entró a esa comunidad y siempre llegaba cantando: ‘qui-qui-ri-qui’; y la gente se ponía feliz”, evocó la hermana de quien hasta su muerte era el Superior de las Tres Casas por ser el responsable de los jesuitas en Creel, Cerocahui y Samachic.
Otros pobladores lanzaron a los féretros flores y globos blancos, fue entonces que un clérigo comenzó a gritar: “¡Que viva el padre Gallo! ¡Que viva el padre Morita! ¡Que viva Cerocahui! ¡Que viva la paz!”.
Enseguida, las campanas de la parroquia empezaron a sonar y los pobladores a aplaudir.
Antes de ser sepultados, la Compañía de Jesús, orden a la que pertenecían los padres ejecutados por el crimen organizado hace una semana, ofició una última misa de cuerpo presente.
Debido a que se rebasó la capacidad del templo, los religiosos colocaron frente a la entrada de la parroquia una carpa, sillas y una bocina para que todos los asistentes pudieran escuchar la misa.
Foto: Jorge Carballo
A todos los que estaban en esta carpa, un grupo de pobladores de Cerocahui, que llegó portando playeras con las fotos impresas de los rostros del padre Gallo y el padre Morita, repartió hojas con imágenes de los sacerdotes y la leyenda: “Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos".
Ya en la misa, jesuitas pidieron a autoridades en Chihuahua y del gobierno federal que permanezca el operativo de seguridad desplegado en la sierra Tarahumara.
Frente a la gobernadora de Chihuahua, María Eugenia Campos, y la secretaria del Bienestar, Ariadna Montiel, quien acudió en representación del presidente Andrés Manuel López Obrador, el provincial de México, Luis Gerardo Moro, hizo esta petición.
“Agradecemos el esfuerzo que hacen por recuperar condiciones de seguridad pero hoy les pido, le pido a la autoridad, una estancia permanente hasta que tengamos paz en la Tarahumara”, exclamó el sacerdote jesuita, quien no pudo seguir su discurso porque lo interrumpieron los aplausos de las decenas de asistentes al templo.
Y es que desde que Noriel Portillo Gil, El Checo, y su gente, cometieron esos crímenes, Cerocahui es un búnker resguardado por decenas de elementos del Ejército, la Guardia Nacional, la Fiscalía General y de la Secretaría de Seguridad Pública, ambas estatales.
Foto: Jorge Carballo
De inmediato, el padre Moro, como es conocido una de las máximas autoridades de los jesuitas en México, recordó el origen de este operativo.
“En este altar fueron asesinados nuestros hermanos Javier y Joaquín, aquí están los orificios de las balas, aquí ofrecieron su vida por amor al pueblo rarámuri y al pueblo mestizo de estas tierras serranas”, exclamó.
El obispo de la Tarahumara, Monseñor Juan Manuel González, en su pronunciamiento, se sumó a este llamado de paz.
“¡Un hasta aquí a la violencia y a la impunidad, un alto a las fuerzas del mal que se disfrazan con piel de oveja para arrancar de nuestras vidas esos valores humanos y cristianos que tanto nos ha repetido el Papa Francisco”, enfatizó.
Enseguida, al seguir los ritos tarahumaras, un grupo de rarámuris danzó alrededor de los ataúdes esparciendo incienso, mientras el gobernador de Cerocahui ondeó una bandera blanca siguiendo el baile.
Para seguir las tradiciones indígenas en la ofrenda colocaron las pertenencias de los sacerdotes en una canasta: del padre Gallo pusieron su navaja “característica” y su porta celular; mientas que del padre Morita fue su cartera y también los santos óleos “con los que murió”.
Foto: Jorge Carballo
“Son símbolos que nos hablan de la sencillez de estos dos hijos de Dios, de nuestros hermanos, y hoy, a nombre de la Compañía de Jesús, queremos ofrecerlo como parte de esta ofrenda”, dijo el provincial de México de quienes ya se refieren como “mártires”.
Unos minutos después, los propios religiosos cargaron los ataúdes para llevarlos a sepultar; apenas salieron las campanas empezaron a sonar…
AMP