Quiero poner una pastelería y viajar: joven esclavizada en tintorería

Hace siete meses, Zunduri, como se puso de alias, fue liberada por la policía de una tintorería donde era esclavizada.

Rosi Orozco y la mujer rescatada.
Érika Flores
Ciudad de México /

Su nombre es Ana Laura, no Zunduri. Pero eligió llamarse así a manera de alias, porque le gustó. Y contrario a lo que hizo en calidad de esclava (trata de personas en su modalidad laboral) en una tintorería de la delegación Tlalpan, en la Ciudad de México, ahora gusta de la gastronomía; particularmente cocinar pasteles. Han pasado siete meses desde que fue liberada por la policía y esta vez luce diferente, más esbelta. Lleva tacones negros de casi 10 centímetros, ojos negros delineados y un labial rosado, maquillajes que disimulan las cicatrices que dejaron los maltratos.

“Mi plan es poner una pastelería, viajar y recuperar todo el tiempo perdido”, dice. No es nueva en esta área gastronómica; a los 16 años tomó un curso donde aprendió a hacer variedades como tres leches, mil hojas y hasta pastel de amaranto. “Me gustan mucho y quiero seguir haciéndolo, creo que es algo bonito venderlo y que la gente vaya y lo compre. El honor de que te digan ¡ese pastel quedó muy rico!”.

No es solo su modesta ropa o el maquillaje, ni el departamento que recibió como apoyo del gobernador mexiquense Eruviel Ávila. Ella es otra desde que recuperó su confianza y amor propio, cuando la organización Camino a Casa le ayudó con la rehabilitación (terapia psicológica, un taller de imagen y otro de oratoria). Por eso hoy se ha convertido en una oradora más del equipo que trabaja con Rosi Orozco (presidenta de la Comisión Unidos contra la Trata), a fin de concientizar a estudiantes, políticos y civiles al relatar su experiencia de vida.

“Cuando me enseñaron la foto de cómo estaba físicamente cuando me rescataron, no lo podía creer. Tenía muchas heridas, no me reconocía a mí misma a la cara. Me puse a llorar, a sentir ese temor, coraje. Me dije ¿dónde está Ana Laura, qué fue de ella?”, recuerda. Decidida a rescatarse, Zunduri comenzó al recuperar lo que —entendió— le habían robado. Primero recibió apoyo del Hospital Ángeles para sanar las heridas de su cabeza, de su cuerpo y de las várices causadas por las interminables jornadas que implicó planchar de pie. Posteriormente recibió dos implantes de dientes que no estaban en su lugar, a causa de los maltratos padecidos. “Y me dije quiero tener mis ojos bonitos aún con las cicatrices que tengo porque me los pellizcaba”.

El resto llegó solo. “Le puse empeño a la cara, una como mujer cuida la cara, porque al principio fue decirme: ¿Cómo voy a salir así? Me veo mal”, expresa. Las 600 cicatrices que, según el reporte de la PGJDF, quedaron en su cuello, pecho, espalda y brazos, no se pueden borrar. Exponerlos abiertamente, piensa, implica permitir preguntas como ¿qué te pasó? ¿Por qué tienes la piel así? Responder le provoca vergüenza y para evitar explicaciones o silencios incómodos, Ana Laura decidió ocultar estas partes de su cuerpo con suéteres y mangas.

“Lo más difícil para ella fue perdonar, para mí lo más impresionante fue verla acostarse en el pasto para disfrutar el sol”, asegura Rosi Orozco.

Por instrucciones médicas, Ana Laura no debe pasar mucho tiempo de pie, utiliza medias de compresión para controlar los problemas de várices y mala circulación corporal que dejó aquel tiempo de esclavitud. “Nos apoya como oradora en algunos eventos como el que tuvimos en Argentina y otro en Italia donde conoció al papa”.

Una reconocida pastelería (que pidió mantener su nombre bajo reserva) apoyará el entrenamiento gastronómico de la joven para que, a mediano plazo, pueda poner un negocio propio en el sector y convertirse en pequeña empresaria.

Es el Museo de la Luna (en Lerma, Estado de México) y Zunduri se dirige a su joven público —estudiantes de una secundaria local— a quienes previene así para no repetir su historia. “Fui vulnerable como ustedes ahora, no tenía hogar estable ni amigos. No saben lo feo que se siente aguantarte del baño porque tus tratantes no te dan permiso, no poder ver a qué hora amanecía o anochecía. Y ver pasar así cinco años y medio”.

Hoy su vida es otra. “Cuando tenemos conferencia en algún lado me levanto a las cuatro de la mañana para llegar al lugar. Cuando regreso tengo un perro esperándome. ¡Amo llegar a casa porque me hace muchas fiestas! Casi, casi me dice: ¡Mi mamá ya llegó! Con mi familia tengo el proyecto de reconciliarme y sí, he pasado por aquella tintorería. Me da temor encontrarme a alguno de ellos o que dañen a mi familia. Pero el miedo pasa cuando entiendo que Dios está con ellos”.

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