Su abuelo era minero, se llamaba Benjamín Ortega Larrañaga, y falleció de silicosis, una enfermedad ocasionada por depósito de polvo en los pulmones. Su padre, Raúl Ortega Vargas, trabajó para la Compañía Real del Monte más de 50 años, 15 en el almacén general de La Maestranza, en Pachuca, ese gran edificio de acero que se asoma de repente por las azoteas de las colonias Rojo Gómez y Morelos.
Raúl recibía por camión o ferrocarril todo tipo de materiales en esos grandísimos patios: madera, cianuro, acero, varillas, equipo de seguridad. Ahí llegaba todo y se repartía a las minas. Su trabajo era de superficie, pero vital para la extracción de la plata.
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Javier Ortega Morel, heredó esa tradición minera; también trabajó en La Maestranza, ya en su decadencia, como ingeniero en el Área de Proyectos de 1976 a 1979. “Me sirvió para hacer mi tesis de ingeniería industrial. El conocer los procesos y equipos me sirvió para mi vida profesional y también a muchos otros jóvenes que eran egresados de la universidad estatal, del Tecnológico de Pachuca o del Politécnico Nacional”, recuerda.
En sus mejores años, el complejo albergaba importantes talleres de fundición y fábrica, además del almacén general. “Fue un sitio de trabajo, de desarrollo, de empleo para mucha gente. Ahí se hacían piezas de motor para los automóviles Rambler”, agrega. Pero la sobreexplotación de minerales y la privatización de empresas paraestatales arrastró a La Maestranza hacia la ruina.
“La propia empresa es privatizada y se cierra el asunto. Fue una lástima. Cuando se cierra el almacén, se va a San Juan Pachuca. La misma empresa se iba reduciendo, se fue adelgazando en la cuestión de talleres y fue teniendo menos operaciones; dijeron: Vamos a tenerlos en las minas, ahí es donde se ocupan las cosas”, explica Morel.
Así se fue acabando poco a poco el patrimonio industrial minero de la ciudad. Ya no existen muchos de los edificios auxiliares, pero el almacén permanece firme, como si fuera a vivir para siempre. “Este sitio ya perdió su función laboral, su aspecto primario de uso, pero puede ser aprovechado con fines culturales”, argumenta el investigador de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.
“Definitivamente, el sitio tiene varias vocaciones. Ya no sabemos qué superficie sea lo que se puede salvar, pero hay un espacio sumamente grande que puede servir como área verde, para ayudar a la ecología, al medio ambiente. Se puede aprovechar como un pulmón, un área para caminar, hacer ejercicio.
“Sería muy triste realmente que este sitio, llamado a tener un uso colectivo, se convierta en un sitio de negocio, en donde los únicos beneficiados van a ser los que están allí. Forzarlo a esta situación sería dramático por la falta de vialidades, de suministro de agua; es un espacio que sirve para recarga de acuíferos”, advierte.
Ortega hace un llamado a la sensibilidad y a la memoria colectiva de Pachuca: “hay que pensar en el bien común, antes que en el particular o de los inversionistas que estén en este asunto”.
Información confidencial
El Comité del Centro Histórico, órgano de apoyo de la autoridad municipal, ha salido en defensa de La Maestranza, aunque el terreno no pertenece a las 235 manzanas y 12 colonias que marca el Artículo Segundo de la Ley sobre Protección y Conservación del Centro Histórico y del Patrimonio Cultural de la Ciudad de Pachuca de Soto.
Su coordinador, el profesor Bonfilio Salazar Mendoza, lo justifica así: “aunque no sea del Centro Histórico, no dejamos de tener alguna presencia en cuestiones de urbanismo y protección a nuestro viejo Pachuca. De algún modo hay que proteger la ciudad, evitar que se le meta mano como hoy lo estamos viendo con las viejas casas, preciosas, que tenía Pachuca y que hoy son estacionamientos, o como el hotel Noriega, que es una fachada y está a punto de caerse”.
En noviembre de 2013, el comité detectó una publicidad de venta masiva de terrenos y una promesa de construcción de edificios multifamiliares y habitacionales en La Maestranza. Según Bonfilio, la inmobiliaria presumía oficinas en el World Trade Center de la Ciudad de México. “A raíz de eso solicitamos a la unidad de información pública gubernamental que nos dijera quién y por qué había vendido esos terrenos. Nos contestaron que fue vendida por el Gobierno del estado a unos particulares”, afirma.
“Lo vendieron a 140 pesos metro cuadrado, cuando vale 3 mil pesos en el entorno. En la información que nos mandó la unidad, se dice que no pueden darnos mayor información, porque de conformidad con el artículo tal y tal de Transparencia y Acceso a la Información del Estado de Hidalgo de ese año... esa información está catalogada como confidencial”, indica.
La cláusula de confidencialidad sigue vigente y el comité no ha logrado colarse en el Registro Público de la Propiedad, por lo que se desconoce a quién o a quiénes pertenece La Maestranza, aunque han surgido rumores en la prensa. “Cuando empezaron estos enredos de la pandemia y demás, empezaron a trabajar, haciendo calles, quitando maleza, limpiando cosas. Se puso vigilancia y vigilancia de buen nivel, no dejan entrar a nadie”.
A pesar del ‘regalo’ que significó la venta de La Maestranza, el comité aspira a que el terreno se convierta en un centro de recreación, con un museo dedicado a la vida industrial. “Ahí se hicieron cosas extraordinarias en el mantenimiento de bombas de desagüe, compresoras, barretas, marros de fundición, de altísima calidad”, narra.
“Hubo toda una deliberada intención de vender barato. Nos espantamos al ver el proyecto, promocionando cuatro edificios multifamiliares, sesenta y tantas casas privadas de alto lujo, un centro comercial... este terreno vale por su antecedente, por la vida de ese Pachuca tranquilo y productivo de aquellos años".
De parte de los vecinos hay interés en la recuperación, sobre todo si el baldío se convierte en un pulmón verde. “Yo soy poseedor de un terreno de aquellos, una casita que está a la orilla, pero si la tengo a dos cuadras de un centro de recreación, donde hay un museo de sitio, eso le da plusvalía a mi terreno”, explica Salazar. “Lo hemos platicado con gente de ese rumbo y estarían felices de que así fuera”.
Mientras tanto, el comité sigue buscando resquicios en la legislación para tumbar, de ser posible, la venta. No es la primera vez que algo así sucede. A Bonfilio le recuerda cuando un particular quiso convertir la estación del Ferrocarril en un centro comercial, hace 10 años. Además de vincularse con otros grupos organizados que tienen el mismo interés, el órgano ya prepara una propuesta visual, junto a arquitectos de la Universidad Nacional Autónoma de México, para trascender en la opinión pública.
Como en el barrio
Viornery Mendoza, quien fuera alcalde de Pachuca de 1991 a 1992, tiene recuerdos de La Maestranza desde que era un niño. “Tuve familiares que trabajaban en la Compañía Real del Monte; por su grado y condición que tenían les daban una casa ahí. Cada ocho días, cada 15 días, íbamos a verlos, hacíamos reuniones, fiestas... yo era un niño, jugaba en los jardines. Eran casas de ingleses y americanos”, se refiere a la colonia Maestranza, resultado del primer fraccionamiento, un espacio habitacional vinculado a la minería que se ha heredado por generaciones.
En su libro Relatos de Barrios y Colonias de Pachuca, Viornery dedica varios capítulos a La Maestranza, con base en una conversación que sostuvo con el ingeniero Isidoro Vaca, quien fuera gerente general de la compañía; él le platicó todo, hasta los días del último superintendente. “Es una parte importante de la enorme producción de plata que tuvo esta región; ahí se hacían engranes, herramientas, todo lo que se necesitaba para garantizar esa enorme producción de plata”, resume.
“Al final, fueron talleres que sirvieron de enseñanza para una gran cantidad de gente. En tiempo de producción había alrededor de 500 o 600 trabajadores, del año 24 al 47, aproximadamente”, dice. “La verdad es que tenemos que respetar la ciudad. Pachuca es plata, su crecimiento está alrededor de la plata. No podemos agarrar nuestra historia y convertirla en un condominio”.
Para Viornery, al predio de La Maestranza hay que enriquecerlo. “¿A base de qué? De todo lo que tengamos”, afirma, y luego recuerda las famosas “cotorras”, esos vehículos Mack de color verde que fueron un símbolo de la ciudad en los primeros años del Siglo XX. “Caminaban a 20 kilómetros por hora; por ahí se decía que tardaron ocho días en traerlas de Omitlán. Eso es parte ya de la historia, son cosas que tenemos que conservar, sería muy lamentable que desapareciera ese espacio”.
Lamentablemente, los talleres, el almacén general, la vía del ferrocarril, fueron abandonados muchos años, como también ha pasado con muchos de los barrios populares de los que escribió Viornery. “Debe de fortalecerse la vida de barrio, que los habitantes estén orgullosos de su origen. Está un poquito descuidado ese aspecto; cada barrio tiene su característica. Tenemos que mostrar orgullosamente esas cualidades y fortalecer la vida social. Se tiene que alentar el orgullo de ser de un barrio popular de Pachuca”, comenta.
El expresidente municipal propone estudiar muy bien las características y condiciones de La Maestranza, para fortalecerla. “No hay que hacer nada que no sea el fortalecimiento de la misma”, advierte. “No podemos cambiarle su personalidad, su origen; al revés, tenemos que fortalecerlo, hablar de las familias, de la gente que ahí habita y que ha habitado, quienes hicieron de ahí una fortaleza, en lugar de crear colonias despersonalizadas, que no tienen ninguna forma de ser”.
Apocalipsis, por favor
En redes sociales, el debate ha tomado fuerza gracias a la iniciativa Rescatemos La Maestranza del colectivo Apocalipsis, Por Favor que dirige el activista Kevin Cuevas. En sus páginas, estos jóvenes invitan al diálogo, pero también a la acción. Aunque ellos no vivieron en el esplendor minero, sienten la necesidad de salvar lo poco que queda de esa historia.
“A mí me tocó en mi adolescencia meterme a explorar La Maestranza, como muchos pachuqueños que nos metíamos a hacer exploraciones, a tomar fotos, a pintar graffitis, lo que fuera; siempre ha sido un limbo urbano”, dice el psicólogo social David Ordaz Bulos, miembro del colectivo.
“Cuando nos enteramos que ya estaban limpiando los terrenos, la verdad es que nos encabronamos; nos conectamos en red, como 15 personas y nos dimos cuenta que defender La Maestranza es también defender la memoria histórica de Pachuca. Nos dimos cuenta que todos los edificios de las minas nunca han sido abiertos a la ciudadanía en general, a pesar del saqueo y el despojo que estos produjeron históricamente”, reclama.
Ordaz define este fenómeno como una memoria negada y hasta traumática, y sostiene una tesis: “por eso hay tanta corrupción y voracidad en este estado, porque la depravación no para desde la minería”.
La urbanista María Fernanda Barranco explicó como esta iniciativa está compuesta de diferentes colectivos, proyectos y profesionistas: “comenzamos a reunirnos en un grupo de Whatsapp y a generar una narrativa que fuera trayendo esta apropiación del espacio desde la memoria. A partir de ahí fuimos generando diferentes dinámicas y hemos ido fluyendo”.
En el aspecto legal, donde estos movimientos siempre sufren colapso, Rescatemos La Maestranza ha recibido el apoyo de un conocido despacho que promovió un amparo y provocó la suspensión temporal de las obras. Sin embargo, aún con el amparo, el colectivo no se confía, saben que en cualquier momento vendrá el contraataque.
“Ya sabemos que aquí en Pachuca han sucedido cosas políticas turbias, feas”, asegura la arquitecta Dafne Camargo y menciona el caso Lozoya, en el que hay exfuncionarios hidalguenses implicados. “Aunque tal vez no hayamos crecido ahí, no fueron los años que nos tocaron, pero es la historia de nuestros padres, de nuestros abuelos”, dice.
En teoría, la obra está parada, pero continuamente se ven carros y personas dentro del terreno, haciendo no se sabe qué cosa. Rescatemos La Maestranza ha pedido a los vecinos que compartan fotos y evidencia para seguir presionando y que no se pierda la lucha por falta de interés ciudadano.