El tren y el jaguar

“El señor de la selva”, en peligro de extinción en México con 4 mil 800 ejemplares, sufre la deforestación, los desarrollos urbanos, la actividad ganadera y el tráfico de especies.

Los machos llegan a campar durante los diez o 15 años de su vida por unos 450 kilómetros cuadrados. | Felipe Luna
Alejandro Melgoza Rocha
Chiapas /

El machete de Efraín Guzmán, un guardabosques de la selva Lacandona (Chiapas), corta la maleza para abrir el camino a la caravana que esta mañana de abril se interna en el corazón de la Biosfera de Montes Azules

Siete horas atrás estas diez personas habían salido de San Cristóbal de las Casas para emprender un camino a través de paisajes deforestados por los que transitaron al menos cinco camiones repletos de maderas sin permisos forestales a la vista. Ahora los montes forman una muralla verde que parece engullir al grupo cuando se aproxima a la frontera entre México y Guatemala. 

Los ojos del líder de la expedición, el biólogo Antonio de la Torre, comienzan a buscar huellas, heces y marcas de garras de jaguares. Durante los próximos dos días gateará en el lodazal de la selva como ellos, tanteará la hojarasca como ellos, subirá a las cimas como ellos, para cumplir su misión: seguir el rastro del “señor de la selva” en sus dominios chiapanecos, un área con más del doble de la superficie de Ciudad de México, asediada cada vez por más amenazas.

Foto: Felipe Luna

El doctor de la Torre, un hombre con tatuajes de fauna y que camina por la selva con una mochila de 10 kilos con la facilidad de quien pasea en un parque de la capital, se ha encontrado de manera casual solo a dos jaguares, a pesar de que en sus 17 años de investigación sobre la panthera onca ha estudiado a unos 50 ejemplares, a los cuales ha atrapado con trampas de lazo. Uno de esos encuentros, cuenta, ocurrió después de practicar un rito en el que se le pide permiso al jaguar, al que la cosmología maya atribuye el don de ver el futuro

Según los expertos, ver un jaguar es tan complicado por su cautela —es una especie nocturna que muchas veces camina sola— y por su naturaleza nómada.

De acuerdo con los estudios del doctor, los machos llegan a campar durante los diez o 15 años de su vida por unos 450 kilómetros cuadrados y las hembras por alrededor de 200 km2. Existe, además, una sencilla razón matemática: en México solo quedan 4 mil 800 ejemplares, según el último censo de la Alianza Nacional para la Conservación del Jaguar (ACNJ). Uno de los animales más icónicos del país está en peligro de extinción desde hace más de un cuarto de siglo.


Foto: Felipe Luna

La deforestación, los desarrollos urbanos, la actividad ganadera y el tráfico ilegal de vida silvestre han acorralado a los jaguares mexicanos. Al menos 321 han sido registrados en posesión ilegal y 16 han sido ultimados por cacería, atropellamientos y represalias de ganaderos durante los últimos 20 años; solo hay 21 denuncias penales por estos temas ante la Fiscalía General de la República, de acuerdo con información de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) obtenida vía transparencia.

La Biosfera de Montes Azules, uno de los grandes pulmones de México, es un área protegida con una enorme diversidad, cuna de 625 tipos de mariposa, 114 de mamíferos, 84 de reptiles, 345 de aves y 3 mil 400 de plantas, pero no se ha librado de los problemas que enfrentan otros ecosistemas del país.

“Aquí se inician terrenos de los bienes comunales de la selva Lacandona. Prohibido nuevos asentamientos, prohibido cazar, prohibido talar”, señala un pequeño letrero de madera. Unas semanas después de esta expedición, saltaba la noticia de que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador estudia “regularizar” los asentamientos irregulares en esa zona, conocidos como “invasiones”. Las asambleas lacandonas advierten de que eso provocará despojo y deforestación en Montes Azules. 

Después de tres horas en la selva, entre fangos profundos, madera devorada por termitas y pendientes de 45 grados, la caravana encabezada por el machete de Efraín llega a una casa construida por un invasor en el pasado.


Foto: Felipe Luna

Cerca de aquí, en Marqués de Comillas, transitaba Papilión, un jaguar que inspiró el logo de “Jaguares de la Selva porque, dice De la Torre, parecía que posaba delante de las cámaras de las fototrampas; también Dora, una de las primeras jaguares que registraron y siguieron por una década, lo que demostró que fue una reina en sus dominios por largos años; de igual manera La Marquesa, que seguido aparecía con sus cachorros o Pac-Man, el felino con una media luna sobre su lomo que recordaba al clásico videojuego, y que se haría tristemente célebre porque apareció descuartizado en 2019, posiblemente por el tráfico ilegal a China, país en el que hay una demanda de partes de jaguar, documentada en el estudio Ilegal trade in wild cats and its link to Chinese-led development in Central and South America. Ahora la expedición sigue el rastro de José Luis, el último ejemplar capturado por las cámaras que revisan en la estación biológica, bautizado así en honor al alias de Efraín cuando estaba en las filas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

Los brigadistas limpian la maleza de la zona, que servirá de campamento, revisando si hay serpientes nauyacas, escorpiones u otras especies venenosas. En una esquina afuera de la choza hay tres heces de jaguar que De la Torre se hinca a revisar. Son blancas y peludas. Luego encuentra otra en el interior. Al parecer, dice, el jaguar ha visitado este lugar en más de una ocasión. En las próximas horas el biólogo y su equipo colocarán las primeras cámaras trampa. Entonces De la Torre se mimetiza con el jaguar para cazar al cazador de esta selva. Como espectadores de documentales nos puede parecer sencillo captar a los felinos en esos movimientos gráciles con cámaras ultralentas, pero es una tarea para la que se necesita tanto el conocimiento de la ciencia como la sabiduría sobre el terreno de los indígenas.

Cuando cae la noche, después de más de 12 horas de caminata, la expedición enciende una hoguera en el campamento. Comienzan a sonar los gemidos estridentes de los monos saraguatos y las termitas picotean de vez en vez a los integrantes del grupo, sentados alrededor del fuego sobre los filones de madera de la vieja choza. En ese momento el periodista pregunta sobre el Tren Maya, el megaproyecto estrella del gobierno de López Obrador, rodeado desde su anuncio de polémica y resistencias de varias comunidades a lo largo de su futuro recorrido. Cerca de aquí se construirá la estación de Palenque, la primera de las 18 que conforman los siete tramos de un tren que, según documentos del Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur), va a “restaurar la conectividad biológica de áreas naturales para cuidar a los animales y la vegetación”.

Los brigadistas no saben exactamente qué pensar, salvo que tienen dudas y preguntas porque ninguna autoridad se ha acercado para informales sobre el proyecto. A la comunidad de La Democracia, dicen, ni siquiera han llegado las campañas de información para la vacunación contra covid-19

Foto: Felipe Luna

En medio de la oscuridad de esta noche selvática parece un debate lejano, pero entre los defensores del jaguar se ha creado un cisma. Una minoría asegura que supondrá más recursos y vigilancia para el bienestar del felino, otros defienden que después de la deforestación, el tráfico y el desarrollo urbano, las vías del tren se convertirán en otra frontera, quizás la última, para el gran nómada de América.

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El gran defensor del Tren Maya entre los activistas del jaguar es el más célebre de ellos. El doctor Gerardo Ceballos, presidente de la ACNJ, participa en el proyecto diseñando los pasos de fauna a lo largo de mil 500 kilómetros de recorrido.

Ceballos ingresó como asesor voluntario en enero de 2019 y, un año después, obtuvo un contrato a título personal por casi 10 millones de pesos para la elaboración del estudio técnico. La decisión de Ceballos, según siete fuentes de la ACNJ consultadas, no le pareció “positiva” a la mayor parte de los miembros. “Somos varios los que no estamos de acuerdo”, dice uno de ellos de manera anónima para evitar represalias profesionales.

El Tren Maya es encabezado por Fonatur desde la transición de gobierno de López Obrador, con el objetivo de “mejorar la calidad de vida de las personas, cuidar el ambiente y detonar el desarrollo sustentable”. El papel para este megaproyecto consiste en coordinar las estrategias económicas, sociales, ambientales y culturales; aunque la institución se define como un “instrumento estratégico para el desarrollo de la inversión turística”. Al frente está Rogelio Pons, prospectado desde 2018, y quien a finales de ese año sostuvo una reunión con la ANCJ a propuesta de Ceballos.

Foto: Felipe Luna

Por lo anterior, las mismas fuentes perfilan al presidente de la Alianza como un líder que siempre ha sido “pragmático”, pero que por primera vez ha sido “incongruente” por su cercanía con el titular de Fonatur. Dicen que, desde el comienzo, el Tren Maya ha seguido el mismo camino sinuoso —falta de información y una consulta exprés, juicios de amparo y una petición inicial ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos por la posible afectación de mantos acuíferos— a otros proyectos del pasado a los que Ceballos se ha opuesto.

Otros científicos fuera de la Alianza, como Juan Carlos Faller, integrante asesor del Grupo de Expertos en Conservación y Manejo de Felinos Silvestres de México, se muestran críticos con el proyecto. “Lo trágico del tren de Fonatur es que estamos ante una fragmentación del hábitat a escala continental, en el corazón de la selva de América más importante al norte de la cuenca amazónica. Que yo sepa, ninguna de las teorías y modelos científicos que existen sobre pasos de fauna son para una escala así, y tampoco se hizo el esfuerzo para hacerlo en el caso del tren de Fonatur, lo cual quedó en evidencia en la Manifestación de Impacto Ambiental”, dice Faller, quien tiempo atrás rompió con Ceballos por diferencias profesionales.

Foto: Felipe Luna

Juan Carlos Cantú, director de Defenders of Wildlife en México, dice: “Cuando se crean accesos nuevos siempre se incrementa el tráfico de especies y en ninguna parte del proyecto se está previendo evitar esto [...] Lo único que tienen que hacer los traficantes es estar en los pasos de fauna, porque por ahí van a pasar los animales”. Para él, el Tren Maya supondrá un “embudo” que detonará la cacería del jaguar y otras especies, del mismo modo que ocurrió en el caso de la carretera Maxus de Ecuador, que cruza la Amazonía.

Ceballos parece no preocuparse por la polémica a la que, dice en entrevista, está acostumbrado. “Yo estoy más allá del bien o del mal. A mí lo que me importa es salvar especies de la extinción; si dicen que me compró el gobierno a mí no me importa, mientras yo siga salvando especies y los pasos de fauna se hagan”.

El presidente de la ACJN asegura que estos pasos salvarán a especies como el jaguar del impacto de miles de vehículos que los atropellan cada año, que generará presencia para proteger al jaguar y que no tiene “la menor duda de que Rogelio [Pons] cumplirá con su palabra” y los convenios firmados. También confirma que hay un sector de la Alianza que está preocupado por los riesgos del Tren Maya, aunque la mayoría de ese grupo no conoce del tema.

Podría parecer que el Tren Maya traerá vigilancia en zonas recónditas donde se cometen ilegalidades, pero a los brigadistas les preocupa que en todo caso será más fácil que arriben invasores o personas con otros fines ilícitos. Para Efraín y sus compañeros, resguardar estas miles de hectáreas es demasiado: se enfrentan a invasores de terrenos, talamontes, cazadores ilegales, e incluso, aunque no lo mencionan, se han denunciado la presencia de pistas de aterrizaje clandestinas del crimen organizado. Además, a medida que avanzan los megaproyectos de esta administración, también disminuye el presupuesto para la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas —de 2020 a 2021 disminuyó 75 por ciento—, lo que repercute en la vigilancia y la la vida diaria de los cuidadores. Los guardabosques como Efraín, cobran entre 5 mil y 10 mil pesos al mes.

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En Indiana Jones y la última cruzada, la tercera película de la saga, Harrison Ford, caracterizado como profesor de traje, moño y gafas redondas, les dice a sus alumnos de la universidad que las “X” en los mapas no marcan el lugar de un tesoro, y defiende que la verdadera arqueología se hace entre los legajos de una biblioteca. Unas escenas después, enfundado en su chamarra de cuero, con látigo y sombrero, emprende una aventura en la que encontrará el Santo Grial mientras salva a su padre de los nazis. 

En el comienzo del libro El antropólogo inocente, Nigel Barley relata la eterna división entre sus colegas de escritorio y los entusiastas del trabajo en el terreno antes de viajar a África para estudiar una tribu. El biólogo Antonio de la Torre es de la estirpe del Jones que busca reliquias y de los antropólogos del siglo XIX que se perdían en lugares inexplorados. Se siente tan en casa con las garrapatas trepándole el cuerpo en la selva como incómodo en el aire acondicionado de los despachos de luchas burocráticas y políticas.

Foto: Felipe Luna

Al amanecer del segundo día de expedición, mientras se interna todavía más en la selva entre ceibas de 30 metros de altura, dice que prefiere no meterse en cuestiones personales al ser preguntado por el Tren Maya. Pero unos instantes después expresa una preocupación: que el “reordenamiento territorial” del megaproyecto sea el principio de una “cancunización”, un modelo en el que las áreas naturales sean dañadas, y con ellas el jaguar, en favor de una especie de franquicias del “Mundo Maya”. Eso es todo lo que dirá al respecto.

Los datos le dan la razón: tan solo en Quintana Roo, según Global Forest Watch, se han perdido entre 2002 y 2020 unas 98.9 mil hectáreas de bosque primario húmedo, lo que se traduce en un 18 por ciento de pérdida de cobertura vegetal.

Los machetazos de Efraín Guzmán siguen abriendo un camino en el que se escuchan cantos del zacua mayor, la guacamaya y el loro cachete amarillo. De vez en vez, se ven pisadas de tapir en el lodo, hoy más abundante porque ha amanecido lloviendo. Los rastros del jaguar han desaparecido, pero el equipo coloca otra cámara aquí porque, dice el guardabosques, “le gustan estos caminos libres como a nosotros”.


Foto: Felipe Luna

Durante los próximos tres meses los científicos analizarán los datos de las cinco cámaras que han puesto en esta expedición para rastrear al jaguar. Entonces regresarán a la selva durante más días para intentar encontrarse con algún ejemplar y colocarle un collar geolocalizador. Para ello, el felino debe caer en la trampa de lazo, el sistema más amigable que existe para atraparlos. Después un equipo de veterinarios lo tienen que sedar y la expedición debe esperar a que le pasen los efectos para liberarlo y no alterar el equilibrio de Montes Azules, uno de los lugares más diversos de México, donde el jaguar es el máximo depredador.

La caravana emprende su regreso a San Cristóbal de las Casas sin encontrar al jaguar José Luis, pero quizás en este tiempo él si haya encontrado a la expedición. De la Torre explica que los felinos pueden percibir ruidos a largas distancias y que, a diferencia del león africano o el tigre asiático, la panthera onca no acostumbra a atacar a los visitantes, sino que observa desde lo alto, en un punto lejano, a quienes entran en sus dominios. Si el doctor De la Torre se ha cruzado por casualidad con dos jaguares en 17 años, era poco probable que en esta ocasión la caravana lo hiciera en dos días. Lo inaudito de estos encuentros, es también lo que los hace memorables.

La noche anterior De la Torre y Efraín compartían las impresiones de esas ocasiones en el que “el señor de la selva” da permiso para mirarlo cara a cara. A veces con muestras explícitas de que se sabe el rey de la selva, como cuando se activó una trampa de lazo que instaló De la Torre y, cuando llegó con su equipo, ahí estaba el jaguar libre, sin la pata aprisionada. El jaguar los miró, orinó la trampa y luego se fue.

En medio de la conversación, el doctor dice que el jaguar más que rugir, puja en la noche para comunicarse.

—¿Tú los has escuchado, Efraín? —pregunta el biólogo.

El guardabosques asiente mientras come un taco de atún. Cuando acaba el bocado, imita esos ruidos en voz alta: “¡Au, au, au!”.

Suenan como lamentos.

Este reportaje forma parte de Colapso, un proyecto multiplataforma de Dromómanos para entender México desde el medioambiente, los recursos naturales y el cambio climático.


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