Como profesor-investigador, creo que la simple posibilidad de que las instancias jurídicas pesen más que las instancias académicas cuando lo que se está dirimiendo son cuestiones académicas plantea un escenario desolador. Desolador para los profesores, para los investigadores, para las universidades, para las humanidades, para las ciencias sociales, para las ciencias duras y, en suma y sin temor a exagerar, para el futuro de México. Durante los últimos años hemos visto demasiados valores que muchos consideramos fundamentales ser trastocados de tal manera que terminan por ser irreconocibles o, en todo caso, por difuminarse. Ahora parece haberle tocado el turno a la academia universitaria. Cabe esperar que la comunidad académica mexicana levante la voz con firmeza ante lo que está sucediendo.
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