Violencia y religión: un vínculo ¿necesario?

Articulista invitado

“La verdad es que la violencia no encuentra fundamento en las convicciones religiosas fundamentales sino en sus deformaciones”. (Para Francisco. Fratelli Tutti. No. 282).

Es profesora-investigadora de la Facultad de Bioética Universidad Anáhuac México.
Estado de México /

El anterior precepto parece más una consigna abstracta que un imperativo real. Los recientes atentados en una catedral de la ciudad francesa de Niza nos recuerdan lo que René Girard había vislumbrado años atrás: la violencia tiene un origen sagrado. Violencia y religión caminan de la mano, pero no siendo la primera signo de imposición de la segunda sino más bien, señal de expiación. Según el sociólogo mencionado, las sociedades, de vez en vez, entran en un caos interno provocado por deseos miméticos que tienen su origen en la tan enraizada codicia humana de querer lo que el otro tiene y para salir de dicho rompimiento de la armonía, es necesario encontrar un culpable que se ofrezca, o lo ofrezcan, como expiación del pecado de codiciar los bienes ajenos y que, con su expulsión o muerte instaure el orden perdido; así, éste sujeto se convierte en un chivo expiatorio que permite el perdón d los pecados de una sociedad o comunidad.

Considerando esto, una primera veta de investigación frente a los atentados terroristas queda abierta: quizá no se trate de un acto de violencia por la violencia misma si no de un acto violento por expiación; esto no quiere decir, en modo alguno, que no deban condenarse enérgicamente los atentados y los perpetradores se juzgados por sus crímenes, lo único que se presupone es que la violencia puede no tener un origen en sí misma si no en otra cosa, en un horizonte sagrado donde es más importante el perdón de los pecados que la vida de inocentes, de hecho, la segunda, a menudo, es usada para reparar la culpa de los primeros.

Si lo anterior fuera comprobable, estaríamos no frente a un problema de justicia si no frente a un problema religioso donde la solución no es un juicio si no un viraje en los preceptos que señalan a un Dios inmisericorde que se alimenta de sangre humana y a quien hay que pedirle perdón más de setenta veces siete…

Por otro lado, el Papa Francisco en su última encíclica Fratelli tutti nos dice que, entre las religiones, es posible un camino de paz a partir de la mirada de Dios (FT, 281). Lo que hay detrás de esta afirmación tiene su sustento no en patentar a Dios y que ganar exclusividad de Él si no en entender que, independientemente de los cultos y manifestaciones que cada uno tenga y que cada país exprese, incluso aún a pesar de los diferentes nombres que se le puedan atribuir, Dios es el mismo para todos.

Buscar la propiedad privada sobre Dios conduce a fanatismos que sólo incrementan la culpa derivada de los pecados cometidos y exacerban los deseos de expiarla buscando un chivo expiatorio; en cambio, aceptar que Dios no sólo es universal si no intercultural, no sólo es eterno si no que eterno es Su Amor, nos lleva entender que el orden perdido en la comunidad humana tuvo su origen en el mismo deseo que comenzó queriendo aniquilar al otro para obtener lo que tenía y que ahora, impulsa los instintos hacia arrebatar la paz de uno en beneficio de todos.

El origen y el fin de la violencia es el mismo y ambos extremos convergen en la religión, sólo que en un mal concepto de ésta. Si en principio la religión nos liga con un ser superior y todos venimos de él, practicar la religión debiera ser reconocer la común unión que nos entrelaza a todos y no solamente a algunos y si esto fuera así no necesitaríamos chivos expiatorios para re ordenar lo ordenado previamente ya que, por lógica, jamás ese orden se hubiera alterado inicialmente.

Ninguna religión debiera incitar o promover el odio y, menos aún, la muerte de inocentes.

Así, ni la religión produce violencia ni ésta estrecha más los lazos religiosos aunque, probablemente, haya un vínculo entre ambas que merecería ser reflexionado a la luz del entendimiento que de Dios se pueda tener.

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