En la portada de su álbum debut, Children Of Forever, una pintura con el tradicional toque psicodélico de los setenta parte del rostro de Stanley Clarke y se va, literalmente, hasta el infinito, como prometiendo a sus escuchas un viaje por la Vía Láctea, el cual se lleva a cabo gracias a esas cinco canciones en las que te eleva por los aires para después soltarte en la pureza de un sonido que sigue siendo difícil de igualar.
Desde ese primer disco se distingue el tremendo bajo de Stanley, que revolotea en el pecho y asombra al cerebro cuando fluye en medio de unas melodías entrañables también creadas por Chick Corea (en el piano y el clavinet), Pat Martino (guitarras), Lenny White (batería y tambor), Arthur Webb (flauta) y las voces de Dee Dee Bridgewater y Andy Bey entonando las letras de Neville Potter, llenas de códigos futuristas basados en la cienciología.
El recorrido no tiene escalas porque es imposible bajarte del avión en el que vas cuando le das play a la primera canción. Tu cuerpo te reclama movimiento; tus manos con sus dedos, tus pies, tu cadera, todo se une con estos genios que te llevan de lo familiar, debido a fusiones que se sobreponen, a lo desconocido en la aparente improvisación de Clarke. Es como una extensión de la banda Return To Forever, fundada por Stanley y Corea en 1971 pero con un toque que se volvería clásico en el bajista, creador del tenor y el piccolo bass.
Después de este álbum, su carrera ha sido imparable. Hay elementos que conserva desde que era aquel joven músico con pelo afro (tal cual aparece en la portada de su segundo disco, Stanley Clarke, un recorrido aún más ácido y roquero de la mano de su bajo Alembic): esa manera tan suya de tocar golpeando las cuerdas con el pulgar y, de buenas a primeras, con la mano entera; su forma de ser positiva y afable, la paciencia al contestar siempre a las preguntas sobre el papel de Jaco Pastorius en su vida, el ímpetu por cazar talentos para crear alineaciones que sean recordadas más por un afán de ofrecer arte al mundo que por egolatría o deseo de acumular premios (¡aunque vaya que los tiene!) y esa locura que tanto se le agradece cuando de experimentar se trata.
Uno de sus trabajos más alabados es School Days, una referencia para todo bajista de jazz. Tras su portada funky, con él haciendo un melódico graffiti en una estación del subway, hay seis canciones esperando almas que deseen moverse lo mismo en el jazz funk que en el bossa nova y los ritmos africanos sincopados, pasando por una abrigadora introspección musical.
Después de una larga lista de grabaciones solistas sin desperdicio, más colaboraciones con otros maestros del género, en 2010 el músico, que cumplirá 67 años el 30 de junio, formó The Stanley Clarke Band, con Ronald Bruner Jr. en la batería y Ruslan Sirota en los teclados, teniendo a la pianista Hiromi como artista invitada en su primer álbum. Con un nivel de calidad insuperable y de vuelta al contrabajo en numerosos temas, el músico regresa a su repertorio de jazz funk pero también se deja caer en temas más clásicos. Quizá ya no abunde en la sorpresa de sus primeras décadas, pero verlo acariciar su instrumento mientras los oídos procesan el sonido siempre será digno de un montonal de aplausos.
Con Up, su disco más reciente con la banda, ofrece 12 temas en donde reinan el jazz acústico y la música brasileña, ya sin Hiromi pero con la presencia de otros creadores como el propio Chick Corea, Joe Walsh y hasta el baterista de Police, Stewart Copeland. También resulta emotivo el disco Forever, de su mítica agrupación Return To Forever, con la que recorrió cien ciudades en 2012 y ganó dos premios Grammy.
Por todo eso y más, resultará irrepetible admirar su talento en vivo durante el concierto que ofrecerá el sábado 2 de junio como parte del cartel del festival Oasis Jazz U, en la Oasis Arena de Cancún, donde alternará con la Trombone Shorty & Orleans Avenue (que merece su propia reseña) más los mexicanos de The San Juan Projetc y Los Brass.
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