‘Goodbye’, Roth

Esa es una de las características más entrañables de Roth: entendió, desde muy joven, que en el arte no hay espacio para la moralidad.

Philip Roth
Guillermo Guerrero
Ciudad de México /

Por Daniel Herrera

@puratolvanera


Philip Roth tenía 29 años, en poco tiempo se convirtió en alguien medianamente famoso y aquella tarde se encontraba frente a un auditorio lleno de enemigos. No tenía idea de que sería juzgado como uno de los más grandes traidores del pueblo judío. Él, quien nunca buscó ser un escritor escandaloso y de niño había asistido a la Escuela Hebrea en donde aprendió, apenas de forma aceptable, el hebreo y pudo realizar su Bar Mitzvah. Él, que se consideraba laico, pero bastante judío, mucho más de lo que quería. Él, quien acababa de publicar Goodbye, Columbus y se sentía afortunado tanto por ser estadunidense como por ser judío. Y entonces tuvo que enfrentar a un montón de detractores que decidieron juzgarlo y declararlo culpable incluso sin leer el libro.

Marzo de 1962, en el auditorio de Yeshiva University de Nueva York se formó una mesa redonda sobre “La crisis de conciencia en los escritores minoritarios de ficción”, lo que sea que eso signifique. Los invitados: Ralph Ellison, autor afroamericano; Pietro di Donato, autor italonorteamericano y el mismo Roth.

Después de que cada uno hizo una introducción al tema, el moderador volteó hacia Roth y le hizo una pregunta que comenzó la masacre: “Señor Roth, ¿habría usted escrito esos mismos relatos si viviera en la Alemania nazi?”.

No solo era una pregunta imbécil, sino que llevaba en su interior un tridente y una antorcha para levantar al público del auditorio en contra de nuestro autor.

Más de media hora tuvo que soportar entre los ataques del moderador y el público. La acusación de ser un judío antisemita lo envolvió hasta el agotamiento. Cuando la masacre terminó, el enfurecido público lo rodeó y, en algún momento, agitaron un puño frente a su rostro. Tuvo que salir de ahí a gritos y haciendo a un lado a todos.

Prometió que jamás volvería a escribir sobre los judíos; por fortuna para todos nosotros, seis años más tarde publicó El lamento de Portnoy y saltó a la fama, muy a pesar de las pataletas judías que lo acusaron, una vez más, de antisemita.

Esa es una de las características más entrañables de Roth: entendió, desde muy joven, que en el arte no hay espacio para la moralidad. “La literatura no es un concurso de belleza moral”, afirmó alguna vez y, con esa premisa, cada uno de sus libros están plagados de crítica a la cultura y clase media estadunidense, además de mucho sexo.

Lo que más amo de él es precisamente que jamás se vio tentado por lo políticamente correcto. Lo entendí desde la primera vez que tomé uno de sus libros.

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Tenía algo así como 19 años, era muy joven e ingenuo. Apenas me introducía al mundo de los escritores mexicanos. Abría bien los ojos porque suponía que, después de hacer un montón de distintas actividades en mi vida, al final terminaría escribiendo. Algunos autores experimentados me habían recomendado la novela menos indicada para mi edad: El teatro de Sabbath. Digo que no era la ideal porque parecía poco probable que comprendiera las complicaciones del titiritero Mickey Sabbath, su vida sexual, su edad y esa sensación de absurdo que lo envuelve cuando su amante muere de cáncer.


A pesar de las dificultades, comprendí que estaba ante un autor que valía la pena. Uno de esos que te obligan a seguir comprando sus libros, aunque no te alcance la vida para leerlos. Sus 27 novelas, más sus libros de relatos y sus ensayos se convierten en una montaña retadora para nosotros sus lectores. ¿Vale la pena leer toda su bibliografía? Hace unos años tal vez habría dicho que no era necesario. Que con los ocho o diez libros que tengo en casa es suficiente. Hoy no estoy tan seguro. Por ejemplo, me falta La mancha humana y eso me avergüenza un poco, sí, por más snob que suene.

El día que murió Roth, el escritor Wenceslao Bruciaga tuiteó que el judío era el tipo de autor que todos queríamos ser, pero por cobardes nunca lo lograríamos. Le respondí que en mi caso es por cobarde e inepto. Porque escribir como Roth no sólo implica remover la basura que se encuentra en el fondo de la cultura y la vida propia, sino también encontrar una voz que sea verosímil y atractiva. Sus frases largas y fluidas muestran a un virtuoso que sabe entrelazar ideas en sus párrafos sin jamás permitir un momento de monotonía. Es lo que algunos críticos llaman “literatura musculosa”, porque sus frases están muy lejos de la poesía. Son potentes y con múltiples adjetivos, pero no sé si Roth pertenezca a esta categoría, porque no necesariamente encuentro esa virilidad y rudeza en toda su obra, por ejemplo, en Cuando ella era buena, asistimos a una exploración sensible de una mujer joven que vive en los años cuarenta y debe ser fuerte para enfrentar su contexto. No es esta su mejor novela y hallamos al Roth más tradicional, pero vale la pena leerla.

Creo que el autor logró combinar un lenguaje descriptivo y minucioso, pero a la vez ágil y sencillo de leer. También se puede poner atención al uso cáustico de las palabras. Roth no se anda con caricias, su obra es potente, destroza a sus personajes de distintas maneras y al mismo tiempo lo hace de la manera más natural.

Entonces, la escritura de Roth hace creer que el sexo más pervertido es normal, incluso deseable. No se siente asco por las revelaciones masturbatorias de Portnoy ni por las erecciones del sexagenario Mickey Sabbath, en realidad todo es natural y necesario. Esto es, quizá, lo que más ámpula ha levantado entre los lectores conservadores estadunidenses.

Pero, por otro lado, no se debe pensar que su obra es puro sexo. Muchas de sus novelas no tienen este tema como eje rector. Lo que sucede es que, cuando aparece, es fascinante y morboso.

La última razón que enumeraré aquí para releer a Roth, y quizá la más importante, es la admiración que tengo porque escribió más de una gran novela americana. Las más famosas son las que integran su trilogía americana. Cada una de ellas representa la ambición que tienen todos los escritores, aunque lo nieguen. Lograr la novela total, que incluye no sólo una historia bien trenzada, sino, además, el contexto social e histórico del país de origen o adoptivo. Pocos lo logran, se necesita una imaginación desbordada y una condición física y mental superior a la de todos nosotros, los que somos cobardes e ineptos frente al maestro.

Al final, Roth también se agotó, hacia el 2012 declaró que dejaba de escribir. Ya no tenía la fuerza para lograr esas grandes novelas y lo mejor era retirarse con dignidad. Tal vez dentro de él todavía existía un enorme libro, pero ya no podía crearlo. No importa; para cuando terminemos de leer todos sus libros, tendremos que volver a empezar y redescubrir a uno de los últimos grandes autores norteamericanos.


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