En 1965, Joy Laville conoció a Jorge Ibargüengoitia, con quien se casó en 1973 (fue el segundo matrimonio de ambos). El autor escribió varias veces sobre su esposa, en diferentes artículos, detallando su carácter afable y amoroso. Ésta es una recopilación de esos fragmentos, publicados en los libros Autopsias rápidas, Instrucciones para vivir en México, Viajes a la América ignota y ¿Olvida usted su equipaje?
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Después del golpe contra Excélsior en 1969 y a pesar de tener solo cuatro años de conocer a Jorge Ibargüengoitia, Joy Laville decidió llevárselo de viaje por el mundo. La pintora radicaba en México, en San Miguel de Allende, atendiendo una librería en donde a veces se reunían intelectuales de la época. Jorge llegó buscando libros para una conferencia que tenía que impartir. Se hicieron amigos de inmediato.
Era amable y sabía improvisar, aunque nunca fue una gran cocinera, ya que Jorge se encargaba de eso, mezclando comida mexicana e italiana. Por las mañanas, cada uno de ellos se preparaba su desayuno: el de Laville era escueto, mientras que a Jorge le gustaba que fuera más bien abundante. En cambio, era el tipo de persona que ponía champaña en el refrigerador para disfrutar la tarde. No tuvo una gran vida social, pero le gustaba recibir visitas los domingos.
Por las tardes, el escritor interrumpía su trabajo para ofrecerle un tequila. Tomaban siempre algo juntos antes de comer.
Cuando llegaron a Londres, en septiembre, vieron un departamento que estaba en un segundo piso, que tenía dos recámaras pequeñas y una estancia agradable, iluminada por un ventanal que daba a un jardín ajeno. Aunque hubiera sido un magnífico estudio para ella, decidió no tomarlo porque los pisos estaban cubiertos de una alfombra color verde perico.
Joy prefirió instalarse en un semisótano, en el que vivieron cuatro meses. Ella colocó un caballete en la sala en donde entraba luz natural de 11 a dos (a las tres había que encender la luz o entrar a tientas). Para pintar, la escritora encontró un papel barato, muy bueno, propio para acuarela. Con una tabla y el caballete improvisó un restirador y empezó a hacer guaches. Pintaba un rato, cuando oscurecía se ponía el abrigo y los guantes, y se iba al centro de Londres a ver aparadores.
Entre los cuadros que hizo en esa época aparecen dos temas recurrentes: el pasillo que había en el departamento y "la mujer con capa", que es un desnudo de pie inspirado en el retrato de una cirquera, que Joy encontró en el libro de fotografías de Diane Arbus.
Al cabo de cuatro meses, Joy guardó los guaches en una caja de madera y los dejó encargados en el desván de unos amigos. Después de eso, viajó con Jorge de la Ceca a la Meca. En Almería, España, alquilaron un departamento donde ella tenía su propio cuarto para pintar.
Sufrió en su oficio. Tuvo que mandar hacer un caballete y los bastidores con un carpintero viejo, compró cinco metros de manta de algodón que había en la provincia –las demás telas eran sintéticas– y después de mucho buscar encontró gesso acrílico en una perfumería. Ahí pintó una serie de cuadros. Era muy notable uno que representaba a cuatro turistas –desnudos y azulados– en el Valle de los Reyes.
Desafortunadamente cuando llegó el momento de empacarlos, la pintora hizo rollo las telas y las metió en una reja de madera que se deshizo antes de llegar a Londres.
Cuando regresaron a México, Laville pospuso lo más posible el momento de abrir la caja de los guaches y desenrollar las pinturas. Un día se dio el ánimo y abrió, junto con Jorge, la caja de madera. El resultado fue sorpresivo: los colores oscuros, confusos, que había pintado en la luz invernal del semisótano londinense, eran vivos, definidos y alegres. Lo que había hecho en Londres había sido un experimento exitoso. Con los cuadros que pintó en España pasó algo semejante: lo que parecía aspereza a secas en la tela, le dio profundidad al color, que los pintores muchas veces buscan y rara vez obtienen.
En enero de 1978 pensó, junto con su esposo, que la Ciudad de México se ponía cada vez más fea y decidieron irse a provincia. En busca de un futuro acomodo, comenzaron por el lugar más cercano: Cuernavaca. Ella fue la encargada de ver casas mientras Jorge caminaba por los callejones de la ciudad de la eterna primavera. Ahí gustaba de tomar cerveza en el balcón al atardecer.
Pasaron varios años en México y después volvieron a París. Fue en ese lugar cuando Ibargüengoitia recibió una invitación para ir a Bogotá, para asistir a un encuentro de escritores. Al principio, ella iba a acompañarlo, pero no lo hizo. Pensaron que no valía la pena gastar tanto en el pasaje para estar unos diez días, ya que entre sus planes a futuro estaba el radicar algunos meses en Colombia. Fue cuando ocurrió el fatal accidente.
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Joy Laville se quedó un tiempo a vivir en Europa, asimilando la muerte del escritor. Dejó de pintar un tiempo. Después regresó a México y pasó sus últimos días en su casa de Jiutepec, en el Estado de Morelos, rodeada de árboles y acompañada de su perra Mila. Como ella misma diría de su fallecido esposo: llevaba un sol adentro.
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El Ángel Exterminador