• Cómo una joven ciega toca a las aves y crea una guía en braille

  • Reportaje
  • “No hicieron un libro de dibujos, tienen una guía en braille”. Estrella Cruz está creando un manual para ‘pajarear’. Ahora personas como ella pueden conocer la biodiversidad.
Punta Allen, Quintana Roo /

Es raro ver a una persona ciega recorrer la naturaleza salvaje. Pero ahí va Estrella, caminando el complejo de Sian Ka’an, medio millón de hectáreas de selva, mar abierto, arrecifes, humedales, lagunas y ríos subterráneos en el corazón del Caribe mexicano, en busca de tantas aves como alcance a escuchar. Está creando una guía en braille para que, personas como ella, puedan ser partícipes del conservacionismo y el avistamiento de aves.

Estrella Guadalupe Cruz es una adolescente de 16 años que vive con ceguera total, que ha hecho del pajareola contemplación de aves—, su práctica favorita, una que le permite salir del encierro en el que suelen estar las personas con algún grado de discapacidad. “Mi mamá no me deja salir de la casa, solo cuando voy a pajarear”, me dijo durante la primera jornada de avistamiento a la que la acompañé. 

Era el 14 de julio de 2024, en Punta Allen, una extensa lengüeta de tierra que forma parte de la Reserva de la Biósfera de Sian Ka’an, una de las áreas naturales protegidas con mayor biodiversidad. 

Ahí, Amigos de Sian Ka’an, una de las organizaciones civiles en desarrollo sustentable más importantes de México, impulsó en 2016 el monitoreo comunitario de aves como parte de una de sus estrategias de conservación de la fauna, promoviendo el respeto por la naturaleza en este territorio, tan cercano a destinos de turismo masivo y ecocidas como Cancún, Playa del Carmen o Tulum

Estrella Guadalupe tiene 16 años y junto a su madre creo una guía de braille para conocer las aves que viven en la selva maya. | Foto: Ricardo Hernández

En el último palmo de este pedazo de costa se encuentra Javier Rojo Gómez, la única colonia a la redonda, con casi 400 habitantes, la mayoría pescadores, ‘touroperadores’ o comerciantes, fundada por langosteros hacia la década de los sesenta del siglo XX. Para llegar hay que recorrer 40 kilómetros de terracería, desde el último hotel de la zona turística de Tulum hasta este apartado pueblito que lucha por la ineficiencia de servicios públicos básicos, pero rodeada de un rico ecosistema, hábitat para manatíes, jaguares, delfines y un sinfín de aves.

A Javier Rojo Gómez llegué una tarde antes de la ‘pajareada’ para conocer a Estrella y a su familia. Como no llega la señal telefónica, lo primero que hice fue comprar en la tiendita de la entrada, por 35 pesos, lo que aquí llaman una “ficha”, que es un papelito con la contraseña que permite conectarse por un día a la red “Punta Net Super WiFi”, inestable y de corto alcance, pero suficiente para avisarle a Hilda, la madre de Estrella, que había llegado. “Lo estaba esperando, le paso la ubicación. Es en un ranchito que está antes de la entrada al pueblo”, me respondió por WhatsApp.

En realidad es una casa de descanso que Hilda y su familia cuidan. Está frente al mar y se compone de dos piezas, la principal, amplia, bonita, de dos pisos, de maderas de la región; y a un costado está el cuarto diminuto y de concreto donde se hacinan Estrella, sus hermanos Gilberto y Denisse, su madre Hilda y su padre Pastor.

—Habían otros dos cuartos, pero se quemaron —dice Hilda.

—¿Se quemaron?

—Sí, fue el 19 de marzo. Habíamos salido a buscar a Denisse a su escuelita. Estrella tenía una Alexa, pero como los perros habían mordido el cable, hizo corto y se quemó todo. Mi hijo Gilberto fue el que se dio cuenta. Como no sabía que no estábamos, se metió, pensó que Estrella estaba adentro y no iba a poder salir sola. En la desesperación, abrazó un montón de ropa sobre la cama, creyó que era su hermana, y salió con todo, las plantas de los pies quemadas, reventadas. Principalmente lo de Estrella se perdió. Ella nomás se quedó con la ropa que traía puesta. Perdió su bastón, sus libros de braille, su computadora, su ropa, hasta sus ahorros. Quería comprar una iPad, porque decía que era más fácil estudiar ahí.

Familia y amigos de Estrella en la fiesta de graduación de su hermana menor. | Foto: Ricardo Hernández

A Hilda aún le cuesta recordar el episodio. Hace una pausa y me pide que hablemos después. Hoy es la fiesta de graduación del kínder de Denisse y está ocupada preparando el platillo que le tocó llevar, pasta con crema. “Mira, ahí viene Estrella”, anuncia. Entonces aparece caminando con precaución, arrastrando los pies, con un vestido largo color vino, el cabello recogido con un adorno de perlas y florecillas plateadas y, como lo hizo sola, el labial quedó chueco.

—Hola —dice con timidez, luego de pisar a Jason, uno de los dos perros de la familia, al que de inmediato le soba la patita y le pide perdón.

Detrás viene a toda prisa Denisse, la festejada, con un vestido como de primera comunión, largo, blanco, con bordados de flores en las puntas y con una corona sobre su cabeza; corre a abrazar a su hermana, tomarla del brazo y guiarla.

—¡Vámonos ya, que es bien tarde! —ordena Pastor, el padre, que enciende la vieja camioneta donde se suben todos para dirigirse al evento.

Estrella aprendió a vivir sin sombra

Como en muchas otras pequeñas comunidades rurales, los vecinos de la Javier Rojo Gómez suelen organizarse para hacer convivios, fiestas o asambleas. Para esta ocasión algunos pusieron comida, otros las bebidas, alguien más el sonido y las sillas, que acomodaron en la cancha deportiva que también hace de explanada pública.

Como la graduación del kínder es lo más importante que ha sucedido en los últimos meses en la comunidad, aquí está la mitad del pueblo, sin importar que los graduados sean o no sus familiares.

Para Estrella Cruz 'pajarear' es una forma de crear comunidad y proteger al medio ambiente. | Foto: Ricardo Hernández

La ceremonia se extiende hasta la noche. En todo ese tiempo a Estrella nadie se le acerca. Tres horas se ha quedado sentada en una silla sin que nadie le diga cómo los niños y las niñas bailaron coreografía; cómo la maestra rompió en llanto luego del discurso que les dedicó; cómo los diminutos estudiantes corrieron a consolarla y sus rostros de emoción cuando el maestro de ceremonias nombró a cada graduado para que pasara por su diploma, le tomaran fotos y recibiera aplausos. Solo Denisse volvía cada tanto, para hacerle una caricia, llevarle unas flores que encontró en una de las mesas o compartirle uno de los dulces que le dieron junto con su diploma.

—¿Alguno de estos maestros le dio clases a Estrella? 

—¡Sí! Roberto, el maestro Roberto. Ese de camisa blanca. ¡Ay, el maestro Roberto! Ha sido de gran ayuda para nosotras; ayudó mucho a Estrella, no como en la primaria que fue muy difícil—dice la madre.

En la primaria enfrentó bullying y una agresión de parte de algunas estudiantes que la sometieron con intenciones de golpearla, algo que quedó en el reporte oficial como “un malentendido” y que aún ahora enfada demasiado a esta madre. Además, no hubo educación inclusiva, no se propició la integración de Estrella mediante la aplicación de métodos, técnicas y materiales específicos, como marca la Ley General para la Inclusión de Personas con Discapacidad, que debería garantizar los derechos de casi medio millón de ciegos en México.

Ante estas fallas el trabajo recayó en Hilda, quien tenía que ser la sombra de su hija, meterse a clases con ella, traducirle lo que el resto veía o leía; llevarla al baño, estar ahí para cuando lo necesitara, algo que cambió con Roberto Correa, profesor y director de la telesecundaria del pueblo.

“Tengo trabajando aquí en la comunidad siete años, entonces, yo sabía, desde que ella estaba en la primaria, que en algún momento iba a ser mi alumna, entonces, sabiendo que ella era una niña ciega, me di a la tarea de inscribirme a un curso de braille. Casi no tuve vacaciones previo a que Estrellita entrara, tuve capacitación en el sistema braille, que busqué por mi cuenta”, cuenta el profesor.

Fue hasta la secundaria que Estrella aprendió a escribir y leer; que pudo hacerlo en braille y recibir adecuadamente una educación escolar, aunque con dificultades, porque los libros de texto gratuitos y especiales, solicitados desde el primer año, llegaron hasta poco antes de graduarse, por lo que la familia tuvo que gastar dinero en adquirir el material necesario. Fue hasta este periodo que Estrellita pudo despegarse de su madre.

“Cuando llegó a la telesecundaria, en 2021, yo le dije a doña Hilda: me gustaría que Estrellita dejara de tener sombra; que me dé a mí la chamba de trabajar con ella y buscarle la manera. Y así lo hicimos, durante toda la secundaria no tuvo sombra. Hubo algo muy particular, que las compañeritas que le tocaron eran muy lindas, la llevaban al baño, la esperaban, la conducían a las actividades, pero luego se adecuó y ya solita se podía guiar. Estrellita es un caso especial, se desenvolvió tanto, no lo creerías. Estaba en la escolta”, dice Roberto.

También le enseñó a usar una computadora para que pudiera tomar clases en línea durante la pandemia, la máquina que consumió el incendio.

Ya entrada la noche por fin alguien se le acerca: es Leandry de Jesús, su mejor amiga. “Quiero bailar”, pide Estrella en voz quedita. Pero solo un rato, mañana habrá que ir a pajarear.

La aventura del ‘pajareo’ en Sian Ka'an

Son las 7:15 horas y todos tienen sueño. No veo a Hilda, que es la fundadora y líder del grupo de pajareo “Garzas tigres”, la intento llamar pero no tengo señal. Tarda otros 10 minutos en llegar, apurada, junto con Estrella y Denisse.

—Bueno, vamos a empezar con el pajareo. ¿Ya se pusieron repelente de mosquitos? —dice mientras unta bálsamo de citronela en los tobillos de Estrella.

Todos llevan una playera de manga larga que usan de uniforme, con la imagen de una garza tigre, endémica de la región, uniforme que compraron con apoyo de algunos pequeños hoteleros de la región; binoculares y guías de aves que les donó la organización Sal a Pajarear Yucatán; cargan mochilas con agua y botanas.

Pronto Frida empieza con su habitual tarea de apuntar en su cuaderno a rayas el número de integrantes, la fecha, hora y lugar del pajareo, debajo de lo cual, al final de la jornada, quedarán registradas 11 especies de aves descubiertas, de las que Estrella solo alcanzó a identificar el canto del 'maullador negro'.

—Somos 18 —dice escribiendo. Las mujeres y niños son mayoría. Las señoras son trabajadoras del hogar, esposas de pescadores que han encontrado en esta actividad algo de distracción. Y todos los infantes son estudiantes, de primaria hasta preparatoria.

El pajareo también se ha convertido en una actividad de educación ambiental. | Foto: Ricardo Hernández

A veces, dice Hilda, pajarean selva adentro o en lanchas que los lleve a alguna isla cercana, dependiendo los ánimos y recursos. Este día, sin embargo, fue una caminata corta, menos de una hora, sobre un sendero frente al mar. Hilda toma de la mano a su hija y la guía, la suelta por momentos, sabe que estará a salvo, que el resto del grupo la vigilará y que, a lo mucho, se tropezará con algún coco.

En los momentos en que va sola, Estrella se guía por los sonidos de nuestras voces, camina a la izquierda cuando escucha que nos hemos desviado o para cuando percibe que nos hemos detenido para tomar un descanso.

—Ayer con usted no quería hablar, dicen que soy sociable pero nomás socializo con las personas que realmente conozco —dice y empieza a soltarse, a contarme que se acaba de graduar de una preparatoria en el centro de Tulum, del Colegio de Estudios Cientificos y Tecnologicos del Estado de Quintana Roo, al que iba los sábados, y que le gustaba uno de sus compañeros, pero no fue correspondida.

—Oye, ¿qué es lo que te gusta de pajarear?

—La verdad es que lo que más me encanta de pajarear es que te relacionas con otras personas. Si tienes amigos en el grupo, andas con tus amigos, porque la verdad es que a mí no me dejan salir. Y es la única forma en que puedo socializar.

—¿Y en qué te concentras cada que sales?

—Intento ponerle atención a los pájaros que más me llaman la atención. Si escucho uno diferente que no conozco, ya le digo a ella [Hilda]. Tiene una aplicación donde grabas el canto y te dice cuál es [la especie], pues se hace mucho más fácil.

Le gustan las aves de cantos melodiosos y las de rapiña, las que cantan bonito y las que acechan y depredan. Su favorita es el búho cornudo. Le parece curioso su habilidad para cazar, la paciencia para esperar el momento exacto para usar su afilado pico con el que mutila conejos o tlacuaches, en pequeños pedazos que traga.

Repelente de mosquitos, binoculares y una guía son algunas de las cosas que se utilizan para mirar aves. | Foto: Ricardo Hernández

En algún momento Estrella reta a sus dos amigas, las gemelas Frida y Dayana, a cerrar los ojos y pajarear como ella, pero pronto se desubican y tropiezan.

Conocer aves a través de los sentidos

El pajareo, como se le conoce popularmente, es una actividad donde un grupo se organiza para caminar áreas verdes con el propósito de encontrar aves

La referencia en la península de Yucatán es Barbara MacKinnon, una estadounidense naturalizada mexicana, quien, cuenta la leyenda, un día perdió a su cotorrito y salió a buscarlo hasta que esas caminatas se convirtieron en una rutina que con los años tomó dimensiones históricas, pues ahora tiene el registro de especies de aves más completo del sureste de México, donde ha creado, fomentado y capacitado a decenas de grupos comunitarios que siguen alimentando esa base de datos. Su libro lo lleva consigo este grupo que ha venido a pajarear esta mañana a Punta Allen.

Pero el ‘pajareo’ ha mutado. No solo es un esfuerzo de documentación. Ahora también es contemplación y goce de la naturaleza; una propuesta didáctica de educación ambiental y, como en esta ocasión, una oportunidad para las mujeres, infancias y juventudes de tejer comunidad; de capacitarse para después ejercerlo como un servicio que les dé autonomía financiera. Una actividad donde una persona ciega, como Estrella, puede socializar acerca del medio ambiente y un interés en común: su conservación.

Esta organización ofreció un taller, de la mano de Cecilia Álvarez y Juan Flores, fundadores de uno de los primeros grupos de monitoreo y avistamiento de aves en Cancún, y así fue como se empezó a involucrar Hilda.

—No tenía con quien dejar a mi hija y me la llevé, ahí es donde empezó toda esta aventura, Ceci agarró a Estrellita: se ponía a escuchar lo que decían. Y empecé a ver que ella se relaciona bien con el ambiente. De ahí le dije a Ceci que si la podía llevar al otro día, porque fueron, creo, tres o cuatro días del curso. Y me dijo que sí —dice Hilda, quien tardó dos años en fundar el grupo “Garzas Tigres”, abierto también a recibir infancias y personas con alguna discapacidad, aunque por ahora Estrella es la única.

En la selva maya, Estrella y su madre han registrado 60 especies en braille. | Foto: Ricardo Hernández

Ese día Cecilia llevó un montón de material para el taller: fotos, folletos, libros, diapositivas. Ni entonces ni ahora, dice a modo de autocrítica, los grupos que fomentan el pajareo y capacitan al respecto han estado preparados para incluir a personas que viven con alguna discapacidad. Algo que Hilda y Estrella se han empeñado en cambiar.

—El año pasado, en noviembre, fuimos al festival de las aves en Oaxaca. Nos llevó Amigos de Sian Ka’an. Y ahí nos tocó diferentes mesas de trabajo. A mí me llamó la atención una que decía ‘Conociendo las aves a través de los sentidos’. Yo, la verdad, pensé que íbamos a conocer cantos y todo, me interesaba para que Estrella sepa, pero resultó que era para personas discapacitadas —recuerda Hilda. Luego de esa experiencia, expuso su inconformidad de que no existiera más material educativo para personas ciegas. A su regreso, Hilda y su hija se dedicaron a imaginar soluciones.

—A mí lo primero que se me ocurrió —dice Estrella— es que, como tengo una tabla negra con fomi, a la que pones una hoja encima y puedes ir marcando con un lapicero o un punzón. Le dije, lo puedes hacer de esta forma, en relieve para hacer la silueta del ave, o en esta otra forma, que era escribir en braille.

Hilda se encargó de marcar en relieve la silueta de las aves, mientras que Estrella escribió en la parte superior de la hoja el nombre de la especie, en español, inglés y, cuando lo sabe o lo encuentran, en maya. La idea es sumar una ficha descriptiva, aunque eso será a futuro, por lo laborioso que sería. Las hojas están engargoladas y divididas en dos cuadernillos que Hilda presume al término del pajareo.

—¿Cuántas especies tienen registradas y cuánto tardaron en hacerlo?

60 especies. Lo hicimos desde noviembre hasta febrero. Tres meses. Ya se lo mostramos a Barbara MacKinnon. Lo que nos dijo es que “ustedes no hicieron un libro de dibujos, sino que ya tienen una guía en braille”. Nos dijo que está buscando ayuda para que se reproduzca y otras personas puedan usarlo. Ya ve que es muy difícil en México conseguir material en braille para ellos —dice la madre.

Estrella piensa en su futuro, quizás estudiar fisioterapia. Foto: Ricardo Hernández.

Mientras MacKinnon encuentra a alguna editorial interesada, Hilda espera acumular la suficiente experiencia para poder emprender un negocio en el que ofrezca jornadas de pajareo a los turistas que llegan a este incipiente destino vacacional y Estrella busca opciones para continuar sus estudios, quizá, en fisioterapia, pero tendrá que ser fuera debido a que en Punta Allen no existen universidades.

​GSC/LHM




  • Ricardo Hernández Ruíz
  • Reportero con residencia en Quintana Roo. Le interesa contar historias sobre infancias en "situaciones límite". Ha publicado en NYT, Gatopardo, El País, Pie de Página. Ganador del Premio Nacional de Periodsimo, del Breach/Valdez, entre otros.

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