Cipriano es uno de los dos únicos boleros que quedan en su ciudad, lleva 21 años en el oficio

Antes de iniciar este trabajo, se dedicaba a acarrear masa en tortillerías y así juntó para comprar su carrito de lámina, por el que es reconocido en Atotonilco de Tula

Cipriano es ahora uno de los dos boleros que quedan en el municipio. (Francisco Villeda)
Francisco Villeda
Atotonilco de Tula /

Desde hace 21 años Cipriano García Ramírez lustra zapatos en el centro de Atotonilco de Tula con esmero y amabilidad, es ahora uno de los dos boleros que quedan en el municipio, convirtiéndose en un personaje icónico.

El hombre de 58 años de edad nació el 26 de septiembre de 1963, es originario de este municipio y habitante de la popular colonia Los Compadres; a los 12 años tuvo un accidente. Mientras pastoreaba sus borregas las perdió de vista y luego para localizarlas subió a una torre de energía eléctrica, de las van de la termoeléctrica de Comisión Federal de Electricidad (CFE) a la subestación eléctrica en la comunidad Vito, y para ello cruzan las comunidades Zacamulpa, Cañada y Boxfi.



Desconocía entonces los peligros de los cables de energía eléctrica y al querer descender tocó uno de ellos, electrocutándose y perdiendo el conocimiento de inmediato. Para cuando despertó tenía una lesión en la pierna izquierda.

Dicha lesión tuvo secuelas, mismas que ahora le impiden caminar con normalidad, pero a pesar de ello mantiene el ímpetu y cada día llega a su puesto para laborar y ganarse el pan. Le ha costado mucho, admite, pues él compró con mucho esfuerzo su carrito bolero.

Antes de dedicarse a este oficio trabajaba acarreando la masa en tortillerías de Atotonilco; así fue como juntó dinero para comprar su carrito bolero, el cual le vendieron en mil 200. Recuerda con nostalgia que para esa compra el enganche fue de 300 pesos, mismos que le costó mucho juntar.

Después del enganche dio abonos de 5, 10 pesos o cantidades menores hasta que puedo pagarlo totalmente. La persona que se lo elaboró fue haciéndole mejoras para que fuera funcional, y así se fue adaptando hasta tener el aspecto que tiene hoy su unidad a 21 años de distancia.

Recuerda que comenzar en el oficio de bolero fue difícil pues fue difícil conseguir el permiso para laborar, sin embargo insistió, fue necio, y a diferencia de otros momentos, dice, no se movió hasta que no obtuvo una respuesta positiva para comenzar a trabajar.

Dice que comenzó a laborar como bolero en la comunidad Vito, pero después de algunas semanas logró que le permitieran lustrar zapatos en el centro del municipio, convirtiéndose en el cuarto bolero, de los cuales hoy en día apenas hay dos: él y otra persona.

Empezó a trabajar como bolero en el año 2000, cuando dice, Vicente Fox Quezada asumió el cargo como presidente de la República. Desde entonces ha visto pasar cuatro presidentes de la República y siete presidentes municipales ahí, en su humilde carrito bolero, en el que a diario escucha historias de habitantes y conversa con ellos sobre diversos temas. Ofrece una plática amena y es muy honesto, abierto y sincero.

Rememora que el día que el entonces titular de Reglamentos, en la administración del alcalde Enrique Rodríguez, le concedió el permiso, después de mucha insistencia, llevó su carrito a las 5 de la mañana al jardín municipal y volvió a su casa, para unas horas después, ya con la luz del sol, irse a trabajar y desde entonces y por 21 años cada mañana se presenta en el centro del municipio para lustrar zapatos.

Cipriano es muy conocido en el municipio. A diario, desde las 10 de la mañana y hasta pasadas las 6 de la tarde se le puede ver en el centro, con su bata azul, en su carrito de lámina, boleando zapatos, tanto por encargo como los de las personas que acuden personalmente, se sientan y esperan que les lustre los zapatos mientras leen periódico, ven el teléfono o simplemente platican.

Él no tiene esposa ni hijos, pero sí hermanos y una hermana, y entre todos se apoyan. Ellos lo ven cuando se enferma, se cuidan entre sí. Cipriano se ha colocado en diversos puntos del jardín municipal, pero el más usual era junto a la antigua hasta de bandera, ahí frente al juego de pelota. Ahí dejaba día y noche su carrito, sin incidentes, y al siguiente día llegaba a su puesto a trabajar.

En abril de 2020, sin embargo, suspendió actividades por la pandemia de covid-19; hubo restricciones y amagos de retirarles los permisos si violaban la normativa sanitaria, las medidas para impedir contagios. Así fue que hasta el 15 de julio de 2020 retomó su labor, pero debido a que el centro seguía cerrado, acordonado, pidió apoyo a un joven para sacar de ahí su carrito bolero, el cual tenía una llanta ponchada y se había picado en su piso de lámina.

Luego lo colocó sobre la acera de la avenida República de El Salvador, a la altura de la esquina con la calle 16 de enero, pero después lo pasó a la esquina sur de la parroquia Santiago Apóstol, y finalmente lo movió unos metros más adelante cerca del monumento de La Olla, la que da identidad a este municipio, “Lugar en donde el agua hierve”, en donde se encuentra actualmente.

Cipriano se despierta cada mañana con el entusiasmo de ganarse algunos pesos para sus gastos, pero también para juntar el dinero para comprar un nuevo carrito para continuar trabajando, pues el que tiene desde hace 21 años considera que está deteriorado. Así, a pesar de las adversidades día a día da ejemplo a su pueblo de que con voluntad y esfuerzo puede salir adelante, no importando las limitaciones.

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