Son las 6:45 de la mañana, aún no aclarado el cielo, pero Gilberta Hernández Villeda ya se encuentra lista y con las ollas exprés que arregló en bolsas que se van formando una tras otra; se ha recogido con una coleta su larga cabellera, se ha maquillado y antes de salir de su casa, que se ubica en el Fraccionamiento Carboneras, se pone un abrigo con forro aborregado para evitar el frío.
Así, como cada lunes, toma un taxi que la lleva al mercado de Azoyatla, en donde es recibida con el bullicio de los locatarios y las canciones de Vicente Fernández y Pepe Aguilar, mientras los comerciantes llegan para colocar sus puestos; el sol sale y con ello, el movimiento de la gente se hace visible.
“Yo arreglo ollas exprés y sí, la gente me sigue buscando para componerlas. Lo que más me piden es el cambio de empaques, el fusible y el poste, que es por donde sale el aire que se suele tapar y por eso explotan”, dice, mientras coloca una lona de plástico sobre la calle, junto a otros puestos más, para ir colocando los artículos que traen en sus bolsas.
De un lado las ollas, del otro, los empaques de diferentes tamaños, mientras que su herramienta, junto a ella, parte de su tesoro, y el recuerdo que trae consigo esta labor: “me recuerda a mi esposo, a Gustavo. Él falleció de un infarto, así... estábamos platicando y de repente se desvaneció, pensé que estaba jugando, pero no, falleció así, de la nada. Eso hace dos años y sí, lo extraño”, recuerda.
Gustavo fue el hombre que conoció en la estación del metro Cuatro Caminos, después de que fue concertada una cita a ciegas, así que “ese día me puse jeans, una blusa a rayas y mi cabellera suelta. Él se enamoró de mí y yo de él, y de ahí no nos volvimos a soltar”, dice, mientras acompaña un café que acaba de comprar.
Antes de Gustavo, Gil, como gusta que le digan, estuvo casada y tuvo cinco hijos con un hombre que, como en muchos hogares mexicanos, se fue a buscar cigarros y ya no volvió. “Yo estaba embarazada y pues lo fui a buscar a casa de su mamá, y me lo negó. Después me enteré de que se había ido con mi mejor amiga, me dolió y supe que tendría que iniciar mi vida”, platica Gil.
Es así como inició la larga lucha por mantener a sus cinco hijos. Tuvo que dejarle a los dos más grandes a su mamá, que vivía en la colonia El Lobo y los tres en casa de su hermana para poder trabajar en la Central de Abasto de Pachuca, donde era cocinera, “después vivieron los problemas por las peleas entre primos y pues tuve que buscar otra opción y me fui a trabajar a una casa en la Ciudad de México donde me aceptaron con mis tres hijos y a los otros dos, los iba a visitar los fines de semana”, y así, durante seis años estuvo así, y pasaron los años, hasta que la vida cruzó a Gustavo en su camino.
“Él era menor que yo, pero eso no nos importó y pues empezamos a andar, me apoyó y pues nos casamos”, dice.
Así, comenzaron a trabajar ambos para brindarle lo mejor a sus cinco hijos, mismos que tuvieron que quedarse en casa de su mamá, “ahí crecieron, pero nosotros los visitábamos los fines de semana y les llevábamos despensa, ropa y pues paseos, pero si no le hacía así, no sabía qué otra opción más tenía para sacarlos adelante”, platica.
Gustavo arreglaba refrigeradores, lavadores, radios y demás, y le enseñó a Gil a arreglar ollas exprés, “así aprendí y es hoy lo que me mantiene, lo que me hace levantarme todos los días, porque mis hijos crecieron, están haciendo su propia vida, les di lo mejor que pude y no, no me siento culpable de que hayan crecido con mi mamá, no podía hacer otra cosa si quería sacarlos adelante. Ellos estudiaron, crecieron y son personas buenas y eso me llena el corazón.
“Hoy me mantengo con la compostura de mis ollas, mismas que vendo y reparo (Tel. 5542211102), es mi vida y estoy feliz con ella y he encontrado grandes personas que me ayudan, así que no estoy sola, Dios siempre estará conmigo”, concluye, mientras entrega una olla exprés que arregló en la semana y por lo que se siente orgullosa de lo que sabe hacer.