Obtener una consulta en alguna clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social es un gran reto para cualquiera. Es cierto, los servicios de salud pública representan un gran apoyo para los beneficiarios, en el caso que nos ocupa para la clase trabajadora, el problema llega cuando uno cae en la cuenta de la increíble cantidad de personas que requieren de ellos.
De entrada no hay señalizaciones lo bastante claras. Al llegar es recibido en la entrada por tres policías, uno le pregunta a dónde va, otro le pide mostrar su carnet y otro más le pone algo en las manos que, dicen, es gel antibacterial. Si es su primera vez en el lugar, busca algún tipo de señalización o cartel o algo que le indique dónde está qué o cuál es el procedimiento a seguir para poder ser atendido.
Si por ejemplo usted tiene necesidad de recibir algún tipo de atención odontológica hay que preguntar desde la entrada, pero los policías tampoco saben así que lo envían directo al edificio de atención médica para que pregunte ahí, en ventanilla.
Entra al inmueble y hay un área de informes en la que no hay nadie porque son las 9 de la mañana y hace hambre. Luego está una ventanilla con un cartel que dice “consultas”. Hay una gran fila. Como puede se acerca y pregunta. Le dicen que recorra el pasillo, al final está lo que busca.
Llega a un primer apartado, sin señalizaciones, donde hay consultorios que especifican qué es lo que atienden y cuáles lo servicios que prestan: medicina del trabajo, trabajo social, Cadimss (Centro de Atención de la Diabetes), epidemiología y otras puertas más. Además hay tres módulos y seis hileras con tres sillas cada una para esperar.
Miedo al acudir a las citas médicas
Pregunta en el primer módulo el de Salud en el Trabajo, donde una señora delgada de muy malos modales muestra su evidente molestia con la vida y le envía, a señas, al otro módulo, uno que con letras al parecer formadas con cinta aislante de color verde detalla que se trata de Diabetimss. Ahí pregunta a una señora de lentes que no devuelve el saludo sobre el área de odontología y, si al menos levanta la cabeza, señala el tercer módulo, uno que no tiene ningún tipo de especificación.
Ahí sí hay una enfermera amable a quien se plantea una vez más la interrogante y ella sonriente dice que es ahí. Pide la cartilla de salud, pregunta si es la primera vez y también por qué acudió.
Se rompió un diente y deben quitarlo, indica. Pregunta si quiere cita o pasar a consulta de una vez. Usted recuerda en ese momento el sonido del ese chisme como taladro pequeño con que los especialistas en el asunto de la boca se ocupa en torturar a sus pacientes, fresa le llaman, y desea salir corriendo y olvidarse de todo, pero el dolor y la posibilidad de una infección es latente y hay que apoquinar.
Confirma que lo hará de una vez; la enfermera, quien sí parece ser humano, sonríe y con toda amabilidad le pide esperar en alguna de las sillas. Le dice que no se preocupe, ella le llamara.
Han pasado 10 minutos y escucha su nombre, se acerca a la ventanilla y la amable señorita le indica que le atenderán en el consultorio dos. Usted de inmediato y por acto reflejo busca y solo ve el consultorio que le ha sido indicado, como si el 1 no existiera.
Le devuelven su documentación y regresa al asiento. Mientras lo hace se da cuenta de que la autómata a quien preguntó por primera vez atiende a una atractiva señora con bastón a quien prodiga sonrisas y palabras amables. Le indica sitios, le dice cómo y hacia dónde debe dirigirse, incluso se pone de pie para asegurarse que la interlocutora haya escrito bien lo que sea que le dijo.
La señora joven se va y toca el turno a una madre y su hija de unos 12 años. Algo le preguntan, ella les responde con amabilidad también y les invita a esperar: “si gusta tomar asiento, enseguida le llamamos”.
Es tiempo de espera en el IMSS
Hay un murmullo constante. Las personas hablan bajito entre sí y quienes vienen solas no despegan la vista de sus celulares, en los que ven algún video o fotos o juegan en tanto llega el momento de enfrentar su destino.
El personal interno de limpieza hace lo suyo. Avanzan entre la gente y las filas tropezando, secando, barriendo, vaciando los botes de basura y desechos de los consultorios en sus carritos. Todos usan cubrebocas ahí dentro y ellos, además, guantes.
La fila es una cosa espantosa en el área de rayos X y solo para hacer citas. La situación no es diferente en otros puntos de la clínica.
Hay enfermeras acompañando a pacientes, camillas con personas recostadas, manos limpias de personal médico con café, tortas, tamales o algo para desayunar.
El caos total es en el área de farmacia, es evidente incluso con los medicamentos caducos amontonados en un rincón.
Hay dos filas: una para la entrega de cualquier tipo de medicamentos y la otra es solo para los controlados. No hay alguna hoja, mensaje, cartulina o algo que indique el procedimiento a seguir. Los responsables de surtir las recetas comparten la mala vibra y una actitud deshumanizada. No les importa el estado en que se presenta la gente, solo se preocupan porque escriban su nombre y un teléfono en la hoja.
La gente está harta de esos burócratas y se organiza para facilitar a quienes usan sillas de ruedas, muletas o adultos mayores un rápido acceso y, por ende, un menor tiempo de espera.
Lo que sí es visible es una hoja en la que se detalla que habrá sanciones para quien se atreva a ofender o agredir al personal que ahí “trabaja” porque pues pobrecitos “servidores públicos”.