Roxana es sobreviviente del temblor de 1985. Tenía 8 años cuando inició el temblor “ la vida y el poder superior me dieron otra oportunidad cuando me sacaron junto con mi madre del edificio derrumbado de la calle de Bajío, en la Roma Sur, en Ciudad de México”, recuerda sin que pueda evitar tragar saliva para evitar el llanto.
Pasaron los años, y su madre y ella preferían vivir en una primera planta, después de este trauma que vivieron con el temblor que marcó un antes y un después de la vida de la ciudad.
El 19 de septiembre de 2017 trabajaba en el primer cuadro de la capital del país. La tarde era asoleada, y transcurrió sin ninguna novedad el inicio de su jornada laboral, sabía que tenía que ser partícipe del simulacro que se planeaba para ese día, como ya es costumbre desde aquel fatídico temblor que dejó miles de muertos, por lo que lo realizó de lo más despreocupada y queriendo desconectar sus recuerdos con esta actividad que se realiza para prevenir situaciones como las que se vivieron hace 37 años.
Tras concluir el simulacro, regresó a su computadora para seguir trabajando y el reloj marcó las 13:14 horas cuando sintió el movimiento de la tierra, miró a la lámpara que iluminaba el espacio y salió de ese edificio, una construcción de la época del porfiriato que resonaba en su interior y en el que el piso de madera crujía de una forma continua y chillante, y alcanzó a ver la luz de la puerta principal, a donde se dirigió al igual que sus compañeras de trabajo, y al salir hacia la calle de Bolivia, se vivía una crisis social.
“Todos corrían, lloraban, las motonetas pasaban a velocidad, los autos estacionados saltaban, se movían de un lado para el otro, las alarmas sonaban más y más, los gritos igual, las bardas caían, cristales salían volando y solo me detuve cuando escuche a un grupo de maestras aplaudiendo y cantando ‘¡Pimpón en un muñeco muy guapo y de cartón…!’; un grupo de más de 50 niños y niñas salían de un edificio escolar, quienes veían absortos su entorno, el movimiento de los edificios que no paraban de bailar y ellos se sentaron en círculo, pálidos y aplaudiendo mientras su entorno no dejaba de moverse; las maestras seguían cantado.
Yo sólo pensaba en mi hija, pero estaba lejos porque su escuela estaba en el sur de la ciudad y caminé, caminé entre las calles llenas de movimiento, susto, llanto, policías que controlaban el tránsito, el sonido de sirenas que venían de todos lados, un taladro inminente a mi cabeza”, señala Roxana.
Tras vivir esta situación por segunda vez, agradeció a la vida porque su madre e hija estaban con vida, tranquilas y juntas, así que decidió venir a vivir a Hidalgo. “Amo mi ciudad, pero no puedo continuar con este estrés, así que, como muchas otras personas, me vine a Hidalgo a trabajar en home office, aunque a veces tengo que regresar, pero encontramos tranquilidad en este estado.
“Sé que acá los temblores no se sienten casi, es muy poca la sensación, por lo que me siento más tranquila”, expuso, cuando su mirada quedó fija en una lámpara de la avenida Juárez, en Pachuca Hidalgo, y comentó… “¡está temblando!”.