Lo que sea que hay aquí está en la bodega… ¡Nunca estás solo!

“Alguien o algo me observa desde arriba, siempre me observa y… lo que sea que hay aquí está en la bodega…”

Historias paranormales en Pachuca. (Alejandro Evaristo)
Alejandro Evaristo
Pachuca /

El edificio está en la ciudad, frente a una de las avenidas más importantes. De sus cuatro o cinco pisos solo uno es ocupado por el personal de una empresa con presencia en todo el país y por eso cuenta con seguridad las 24 horas, recepcionista, empleados administrativos y operativos. La mayor parte del tiempo hay movimiento aunque durante unas cuatro o cinco horas, por las madrugadas, la única persona ahí es el policía pero, al parecer, nunca está solo…

Guardianes

En el acceso hay una escalera que conduce a los pisos superiores y al estacionamiento en la parte inferior, donde está el área habilitada como cocina.

El policía ya ha cerrado con llave la entrada y ha hecho el primero de los rondines en esa madrugada. Hay un sitio estratégico desde el cual puede escuchar el exterior y el interior gracias a la arquitectura del lugar. Antes de poder ingresar a la cocina hay dos sillas, una de ellas usada para descansar las piernas.

Ya pasan de las 2 de la mañana y todo está bien y en calma. Hay pocos vehículos circulando y no hay gente caminando en la calle. Se sienta y coloca las piernas en la otra silla, a su alcance está el gas, un tolete, el radiocomunicador y un teléfono celular. Pasan los minutos y un camión pesado rompe el silencio de la noche.

Entonces “algo” toma las piernas del hombre sin que él pueda hacer nada porque no hay nadie más ahí, siente cómo le presionan y con molestia y un fuerte tirón de por medio arrojan sus extremidades, casi cayó del asiento ante la desconocida fuerza.

Cuando por la mañana se presentó el inspector de la corporación, le cuenta lo sucedido y este se burla, pero el otro compañero, su relevo, le cree porque él ha visto cosas.

Afuera llovizna. El mismo ritual ejecutan ambos durante su respectivo turno cada noche, cuando los empleados se han ido. Las luces están apagadas ya en cada oficina y espacio, excepto en el área de los guardianes. Ya revisó las puertas y todas están cerradas. Regresa al acceso principal pero se lleva tremendo susto cuando una especie de sombra desciende desde el segundo piso. Parece una clase de neblina negra con forma humanoide y avanza lentamente por los escalones. La temperatura cae súbitamente y esa cosa continúa bajando, pasa a unos dos metros del policía que no puede creer lo que está viendo. La sombra gira como para verle y a pesar de no tener un rostro definido el hombre dice poder jurar que le sonreía. Está temblando mientras habla. “Yo lo he visto, no sé qué sea, pero no es bueno”.

El otro policía se decide a relatar otra experiencia.

A un costado de la recepción hay una sala. Por las tardes se acerca todos los días al último de los asientos donde permanece de pie mientras se distrae un poco con el noticiero y los demás están haciendo sus actividades normales y la recepcionista atiende la tradicional llamada vespertina.

Son cerca de las 5 de la tarde. No puede moverse, se siente aprisionado. Hace mucho frío pero empieza a sudar, no es normal; intenta levantar los brazos o hacer algo con las piernas pero le resulta imposible. Está de espaldas a la pared de la bodega y algo le ha paralizado. Siente un golpe en la espalda, describe la sensación como si alguien le hubiera aventado una cobija. Tiene miedo y apenas puede respirar. La desesperación le obliga a buscar alguna solución a lo que sea que está enfrentando y decide rezar en su mente y pedir a Dios ayuda. Poco a poco recupera la movilidad y en cuanto puede se aleja de ese sitio. Ahora sabemos por qué ya no se acerca ahí.

Otras experiencias

Cada mañana poco antes de las 9 llega su sitio. Justo al frente del acceso principal y único a las oficinas. Hay un enorme mostrador de madera que corre desde una de las paredes hasta la otra en un semicírculo apenas roto para permitir su paso hacia el lugar donde está la impresora, la computadora, su silla, el intercomunicador y los monitores. A su espalda hay una puerta de madera que al abrirse revela una pequeña bodega donde se almacena la papelería y algunas cosas relacionadas con la operatividad de la empresa, al entrar siempre se siente frío.

Ella es la única con acceso y la única que idealmente está ahí.

Se siente incómoda, busca algún pretexto cada vez para poder salir de ese espacio. El sitio abruma y la energía del lugar es, por decir lo menos, bastante negativa, hay un ambiente muy pesado ahí dentro.

Mientras habla palidece. Su temor es evidente. Hace días tuvo que entrar para sacar algún material y algo de archivo. Mientras trataba de alcanzar las cosas de alguna de las cajas “algo” subió desde sus pantorrillas hasta el último de sus cabellos. Mientras cuenta lo sucedido se le eriza la piel y de repente guarda silencio, ya no quiere hablar sobre el tema porque siente que “eso” podría lastimarle de alguna forma: “yo sé que no me van a creer pero aunque no haya ahí nadie más porque soy la única que entra, alguien o algo me observa desde arriba, siempre me observa y… lo que sea que hay aquí está en la bodega…”.

Una de las chicas de limpieza se acerca. Gracias a que la batería de los audífonos se descargó pudo escuchar parte de la conversación. Los quita del cuello y los muestra sin mirar a nadie en particular: “por eso siempre los uso, cuando limpio allá adentro algo tamborilea en las mesas como si estuviera sentado en alguno de los escritorios esperando a que termine, nunca hay nadie y prefiero distraerme con la música, pero la verdad me da miedo estar aquí sola…”.

Recuerda haber comentado esto con uno de los chicos y él platicó que una vez, en el baño de los hombres, escuchó un tamborileo que provenía del interior de una de las puertas y no le dio mayor importancia hasta que, en el momento estar lavando sus manos, el tamborileo surgió, pero esta vez desde el espejo donde lo único que podía percibir era su reflejo. No había nadie más… jamás volvió a usar ese baño…

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