A pie, en auto, con cempasúchil entre las manos, flores, botes y palas, con sombreros y gorras. Unos llegan, otros se van; son más los que arriban, cruzan la puerta del panteón municipal de Pachuca, caminan sobre la avenida principal, es un río de gente desbordado y se pierden entre las tumbas.
Miércoles; Día de muertos. Han venido a ver a los suyos, a los que estuvieron y ya no están, a los que se adelantaron en el camino, padres, madres, hijos, hermanos, familias enteras que acuden al cementerio para recordar a los fieles difuntos al pie de sus tumbas.
Es medio día, nada contiene la furia del sol; no hay nubes que le hagan frente en el inmenso cielo azul. El viento no sopla y los árboles salpicados entre las fosas son un refugio ante el calor del otoño.
Las personas limpian las tumbas de sus familiares fallecidos, retiran las hierbas y colocan el cempasúchil en las lápidas. Se paran frente a la última morada, reflexionan, se toman de las manos, se hunden en sus recuerdos, lloran.
Otros con música los recuerdan; con tríos, con banda; acordes que resbalan entre las fosas. Los recuerdan así, festivos, con alegría, como si fuera un día de fiesta y no de luto, un momento para recordar la vida entre canciones después de la muerte.
Unos limpian las tumbas, pero hay quienes pagan por hacerlo. Personas a la entrada del panteón ofrecen sus servicios de limpieza y acarreo de agua, usan triciclos amarillos y azules con el material indispensable: escoba, pala, azadón, botes, machete y jerga. El recuerdo de los muertos genera ingresos para los vivos.
Jessica y su hija, acompañada de sus padres visitan la tumba de sus abuelos Roque y Josefina, de su tío Jorge y de su bisabuela Úrsula. Limpian la tumba en donde están enterrados los tres y le colocan cempasúchil.
Luego de arreglarla con flores Jessica dice que los recuerda con amor, cariño y respeto, con nostalgia, ríe con sus padres, están contentos. No hay tristeza en sus rostros.
“Eran buenas personas, cariñosos, amorosos, leales, ellos nos inculcaron el respeto, el amor y la familia”, dice. Jessica trae la cara pintada de catrina detrás de sus lentes.
Guadalupe, su esposo y su hija rodean la tumba de su padre, don Raúl, falleció en el 2020 tras una complicación en los pulmones. Colocan flores sobre el lugar en el que descansa ahora.
“Él era un excelente padre”, asegura la mujer y dice que era así porque era el mejor papá de todos, porque siempre estuvo al pendiente de que a su familia no le faltara nada. Dice que a su padre le gustaba bailar y en que una que otra ocasión se tomaba una copa.
Don Eduardo está solo, coloca cempasúchil en la tumba de Gloria, su esposa, quien falleció hace cuatro años de pulmonía. Ella está enterrada junto a su abuela Celestina y su tío Silvino. Los tres en una misma fosa.
El hombre de gorra y lentes dice que él y su mujer se llevaban bien. De pie asegura que tiene bonitos recuerdos de ella y que no tuvieron hijos, que solo eran ellos dos y nada más.
“Era buena gente, sociable, risueña, conmigo nunca se enojó”, recuerda. Don Eduardo cuenta que cada mes visita la tumba de su esposa, que la extraña, que a veces se siente mal porque sus recuerdos le vienen a la mente como olas en el mar de la memoria.