Desde el servicio público: En lugar de suerte encontró dinero fácil y un montón de vicios

Cronica. Una joven de unos 20 años desciende desde el lado del copiloto. Pide a su acompañante que le espere hasta abordar un taxi y que anote las placas, lo cual sucede minutos después.

Antes de que terminara el gobierno de Omar Fayad, cortaron la energía y no hay ningún tipo de iluminación en esta zona.
Alejandro Evaristo
Pachuca /

Las noches de los lunes son particularmente tediosas y aburridas, en especial cuando pasan de las 10 y la ruta alimentadora del Tuzobús, allá en el paradero de Luis Donaldo Colosio, cerca del bulevar Guillermo G. Bonfil, no más no aparece. El servicio, dijeron, termina a las 23 horas y faltan 20 minutos.

Ya pasó el último camión que viene de Actopan hacia la central de autobuses de esta Bella Airosa, solo falta el que viene de Ixmiquilpan y, cuando aparezca, sabrá que es momento de empezar a caminar. Dice que va a San Antonio el Desmonte y desde su trabajo, allá por la carretera hacia Actopan, poco antes de El Durazno, hasta su destino, se hace poco más de dos horas a pie. Lo sabe porque ha hecho tal recorrido a esa hora al menos cinco ocasiones en los últimos tres meses y como dicen por ahí, ya se la sabe.

Mientras habla, un vehículo sedan se acerca y estaciona un poco adelante del lugar donde espera. Una joven de unos 20 años desciende desde el lado del copiloto. Pide a la persona al volante que le espere hasta abordar un taxi y que anote las placas, lo cual sucede apenas pasados unos cuatro o cinco minutos. No la culpa, esperar en este paradero representa un gran riesgo porque todos conocemos el grado de inseguridad que se vive no solo en esta ciudad, sino en todo el país.

Lo peor es que justo antes de que terminara el gobierno de Omar Fayad, cortaron la energía y no hay ningún tipo de iluminación en esta zona, ni en los carriles, ni en las banquetas y mucho menos en la parte habilitada como zona de entretenimiento y gimnasio al aire libre bajo el enorme puente vehicular.

Con la llegada del gobierno de la transformación los usuarios y vecinos esperaban que hubiese un cambio, pero la zona sigue sin iluminación. A veces algunos jóvenes acuden por las noches a patinar apoyados con la luz de sus dispositivos y la de los vehículos que circulan en ambos sentidos por los carriles de baja velocidad.

Llega el autobús desde Ixmiquilpan, se detiene para dejar a una pareja con algo de equipaje y, por fortuna, llega un taxi y lo abordan para irse. A lo lejos se aprecia que viene otro camión y resulta ser la alimentadora. Él se alegra porque ya se había resignado a caminar.

En la alimentadora, además del chofer, van tres personas en diferentes asientos. Él se acomoda en los primeros y pregunta al conductor si había pasado algo antes. El aludido responde que el camión anterior está averiado y cerca de las instalaciones de la universidad y están tratando de arreglarlo, pero van a tardar todavía porque, al parecer, la marcha no dio para más y fueron por una de otro vehículo hasta Téllez, donde está el patio de maniobras y talleres del sistema.  

Uno de los pasajeros pregunta si puede bajar en la glorieta 24 horas para poder alcanzar el último transporte para Zempoala en la parada conocida como Soriana del Valle, pero el conductor dice que no porque no quiere arriesgarse a ser sancionado o involucrarse en un accidente, ya que la unidad no está asegurada.

El joven desciende y acelera el paso, le gustaría correr, pero lleva consigo dos mochilas, en una carga una bocina con su respectivo micrófono y una memoria con lo que él llama “beats” porque es cantante y comparte su arte en diferentes plazas, sitios y estados, en la otra lleva algo de alimentos, en especial pan y leche, y su botella con agua ya casi vacía. Este lunes le tocó trabajar en Ixmiquilpan, pero no alcanzó el último camión hacia Pachuca, que sale de allá a las 10 de la noche, según contó. Por fortuna, dice, una persona en una camioneta se ofreció a traerlos, a él y otros tres, por el mismo costo que el del transporte público, pero los dejaría en el bulevar del Minero, poco antes del Centro de Reinserción Social.

Giovanni es muy católico, una condición extraña para alguien con 25 años y un montón de experiencias en el norte del país. Dice que trabaja desde los 13 y ha sido ayudante de carpintero, de albañil y hasta de un plomero, pero conoció la frontera porque a sus 17 quiso cruzar para probar suerte “en el otro lado”, pero en lugar de eso encontró dinero fácil y un montón de vicios.

Se metió con malas personas e hizo de todo para ellos a cambio de unos pesos, alcohol y más, “vendía y también consumía y hasta hice cosas que prefiero no recordar, pero diosito me cuida y me quiere harto y me mandó un milagro para salir de eso y por eso hoy me parto el lomo todos los días, ¿quieres saber cuál es? Mira, ella es mi bendición, ¿a poco no haría usted de todo por llegar a ver esa sonrisa todos los días?”.

El joven padre no puede estar más orgulloso y así lo demuestra la increíble cantidad de amor que escapa de sus ojos mientras muestra con orgullo la pantalla de su teléfono, donde su pequeña de unos cuatro o cinco años le sonríe. Llegará a casa solo a darle un beso porque mañana saldrá temprano, le toca trabajar en Otumba, allá, en el peligroso Estado de México.

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