Esta mañana, Balbina Guerrero se despertó antes de que el sol saliera. Abrió sus ojos, los talló un poco y se levantó a prepararse un café de olla. Un costal repleto de hojas de palma la esperaba afuera de su hogar, en un rancho ubicado en la comunidad de Sanctórum, en Atotonilco el Grande; su hija y nietos ya estaban listos, adormilados salieron para tomar el transporte que los llevaría al centro del municipio, en donde sale el transporte hacia Pachuca.
Durante su camino, observó paisajes, mientras de reojo veía dormidos a sus nietos y su hija. Balbina abrazaba su costal de palma, pesado, lastimoso porque de entre la tela de malla, salían las fibras delgadas de la palma logrando lastimar los brazos y piernas de la mujer indígena que ha logrado sobrevivir gracias a la venta de artesanías elaboradas con la palma.
Son las 6:30 de la mañana, la luz empieza a asomarse. Se baja del transporte que la ha dejado cerca de la iglesia La Asunción, y se coloca en una banca ubicada en el atrio del lugar, y así, de forma automática, se acomoda, saca la primera pieza de palma y comienza a tejer.
Observa a sus nietos y sin perderles la mirada, sus manos tejen por sí solas, y su imaginación la traslada a cuando era niña, “porque yo veía a mí papá tejiendo las cruces, lo hacía rápido y yo aprendí viendo”, piensa, mientras termina una, dos, tres, y así, sin darse cuenta, ya lleva más de una docena de cruces de palma y ramos adornados con flores naturales, del campo, colores rosas y amarillas que le dan un toque único a su trabajo.
“Hay que ganarnos el pan de cada día y en este Día de la Candelaria vengo a Pachuca a vender mis cruces, y durante el resto del año, realizo petates: chicos, medianos y grandes, pero pues por desgracia los pagan mal, piensan que es fácil realizar este trabajo”, dice, mientras se soba la mano, ante el entumecimiento que le produce el mismo movimiento y el frío que se sintió este miércoles, en Pachuca.
“Uy, siempre ando lastimada de mis manos porque para ir por la palma hay que subir al cerro. Me caigo, me resbalo, pero hay que llegar en donde está la palma, cortarla con cuidado para no lastimar el corazón y que continúe dando más hojas, pero pues quedo lastimada.
“Ya luego baja uno con sus palmas, uno debe lavarlas y dejarlas secar, ya luego se remojan para que podamos tejerla y así comenzamos a trabajar. Es laborioso, pero la gente no ve el trabajo que hay detrás, pero uno los deja baratos, desde cien pesos cuando el trabajo de un petate requiere de tres días, pero pues hay que vivir, porque nadie te va a arrimar un jabón o la comida”, expone, mientras le da una vuelta a la punta de la palma para cerrar el tejido de una cruz más.
Unas de sus nietas y su hija se dedican a vender las cruces que ha realizado Balbina, quien no se detiene ni un segundo para continuar con su trabajo, “me tengo que apurar antes de que vengan los del ayuntamiento y me corran.
“No entienden que es solo este día, por unas horas, y de aquí sale para comer porque sabe, soy diabética y necesito comer más verduras, pero todo ha subido, una lechuga ya anda hasta en 20 pesos, así que hay que trabajar para comer bien y poder seguir trabajando porque la palma es parte de mi vida, me gusta el trabajo que hago, recuerdo mi infancia y solo falta que la gente valore lo que hacemos, porque no, no es fácil realizar una cruz como ésta”.