Antes de que hubieran caminos, Luis Rangel se montaba al caballo con su papá y su abuelo para cruzar la montaña en Michoacán y llegar a ver sus árboles. Recuerda con cariño las hileras de aguacates y duraznos a las que no veía fin. “Ellos no lo hacían por negocio, les gustaba la siembra y el campo,” recuerda mirando la hondanada. “En aquel entonces, al durazno le iba mejor que al aguacate, que estaba a 1,50 pesos el kilo y no pasaba nunca de los 5 pesos ¡Quién hubiera pensado que hoy pagan hasta 90!”, exclama.
La época más complicada de trabajo para los aguacateros es de febrero a septiembre y la mejor es de diciembre en adelante “porque tenemos luz verde para cortar todo”, dice Rangel mientras se
acerca a una rama del árbol y arranca un aguacate. Después, explica metodológicamente cómo saber si está listo. “¿Escuchas ese tronidito?” pregunta, “así tiene que sonar un buen aguacate”.
Después toma un cuchillo y raspa una de las mitades del aguacate que partió. “Si ves que escurre algo lo que queda en la navaja quiere decir que el aguacate no está listo porque tiene mucha agua todavía,” explica con cuidado.
El último indicador para el productor es que la piel en la que descansa el aguacate esté de un color algo marrón, “no blanca ni color piel”. Antes de que “estuviera buena la economía del aguacate,” dice Luis Rangel “yo me ocupaba de las 10 hectáreas solo”. Ahora, aunque él es el encargado, dice que trabaja a la par con todos los demás porque tienen que ver que sabe trabajar igual que ellos. A veces desde las cinco de la mañana ya están en los terrenos listo para empezar el día junto con sus herramientas.
El milenario truco de las abejas
En buena época, Luis -junto con los otros 6 trabajadores- puede sacar 240 toneladas por las 10 hectáreas en un año. Y desde que trajeron abejas para mejorar la polinización, su producción aumentó en 80 toneladas. “La gente estaba tan sorprendida que vinieron a checar que no estuviéramos trayendo frutas de otros lados,” explica.
Cuando quieren consentir a sus abejas para que trabajen bien, rocían algo de piloncillo en las hojas de los árboles. “Se escucha un zumbido impresionante,” afirma el productor con tono pausado.
Para Luis es importante usar químicos que no afecten a las abejas. “Si uno quiere que el árbol dé muchos frutos tiene que saber dejarlos descansar también”.
A pesar de lo que diga la gente “ya está comprobado que el mero sabor del aguacate sale de aquí, Uruapan, por eso lo están comprando mucho, hasta en Japón,” agrega.
Perfil.Luis Rangel Peña.
Luis Rangel cree que la gente se ha desentendido del proceso que es parte fundamental de los productos, que se han alejado las implicaciones de, por ejemplo, tener aguacates para hacerse un buen guacamole. “Yo creo que sería importante que los productos tuvieran un instructivo, o hasta un video, donde la gente pudiera conocer, de forma transparente, de dónde vienen los productos que compran,” dice “para que sepan el trabajo que hay detrás y vean la calidad porque habemos de productores a productores, eh, unos pensamos de una forma y otros de otra”.
“Los árboles de aguacate son como humanos, cuando tienen plagas es como cuando alguien tiene piojos.”
Desde los 5 años, Luis va al campo. Hoy a sus 28 repite la tradición familiar y trae a uno de sus tres hijos, de 6 años, a que conozca y aprenda del cultivo porque “el conocimiento se hace con la experiencia y viene del campo,” afirma. A pesar de que también le gusta mantenerse informado y asiste a todos los cursos que lo invitan.
“Mi abuelo me enseñó a ganar el pan de cada día, no entrar en vicios y saber trabajar. Me siento orgulloso de que sé trabajar por él y que hago un buen trabajo, que ya reconoce mucha gente”.
El campo le ha enseñado a Luis la vida que le interesa tener y compartir con su familia.