Las plantas también se estresan

César García

La fórmula de un ingeniero agrónomo para producir toneladas de sandías, melones y nueces combinando tecnología con psicología agrícola.

Melones chinos ‘diseñados’ por César García, de Hermosillo para los paladares más exigentes. (Foto: José Elías).
Melones chinos ‘diseñados’ por César García, de Hermosillo para los paladares más exigentes. (Foto: José Elías).
El Kakuyo en Hermosillo, Sonora produce unas 60 toneladas de sandía, 45 toneladas de melón, entre otras. (Foto: José Elías).
Ciudad de México /

Por José Elías

“El trabajo de producir alimentos es el más valioso sobre la tierra, porque es darle de comer a la gente”, dice César García en tono desbordando de pasión, entre ademanes y risas que se escuchan incluso por encima del ruido monótono del gran ventilador que alivia la charla a 35 grados centígrados. 

Su oficina dentro del campo “El Kakuyo”, a media hora del mar en la costa de Hermosillo en Sonora, es oscura y está rodeada por libros de contabilidad, bitácoras de siembra, manuales, literatura de agronomía y hasta sandías gigantes amontonadas en el suelo.
Desde hace más de tres décadas gerencia uno de los campos con la mejor producción de la región. Cada año, sus parcelas producen unas 60 toneladas de sandía, 45 toneladas de melón, otro tanto de chiles verdes Anaheim, jalapeño, caribe y poblano, a lo que suma otras 2 toneladas de nueces Western y Wichita y hasta uvas de mesa. 

Detrás de esa imagen fuerte y bonachona hay décadas de experiencia que lograron mejorar la producción en una zona que requería de inversión y pasión para lograr estas cifras.
Sus días transcurren en una especie de ‘tierra inventada’, porque los caminos de acceso son senderos de tundra y en los alrededores se extienden amplios terrenos secos con plantas que aprendieron solas a crecer bajo el implacable sol de primavera norteña.

Pero basta acercarse a la zona de cultivos para ver cómo el color crudo de la arena cambia por geometrías impresionantes: armonías entre calles y rectángulos sembrados de melón sostenidos por un pequeño plato de unisel (un invento del propio García para evitar manchas de sol y texturas indeseadas por el contacto del fruto con la tierra). El melón chino destaca en otro de los cuadrantes, el melón honey deu se ve un poco más allá y los largos zurcos preñados de sandías de tamaño colosal rodean el espacio. Si uno voltea hacia el otro lado el paisaje cambia, y se llena de crucetas y cables desde donde cuelgan racimos nuevos de diferentes uvas de mesa. 

Perfil.

César García.

“El agrónomo es el médico de las plantas”

“Mi trabajo es muy estresante, porque en la agricultura tenemos factores incontrolables: hay plagas, condiciones climáticas adversas, los cultivos se queman con exceso de calor o se hielan con frío y se puede perder todo lo hecho en cualquier momento”, afirma César.
Y no es el único, ya que por más fabulosa que haya sido una cosecha el mercado es la otra mano invisible que mece los precios de los productos, que también dependen de factores que no se manejan desde la tierra, sobre todo para una empresa que se rige por precios internacionales.

De todo lo que se produce en “El Kakuyo”, 50 por ciento se exporta a Estados Unidos y el resto se envía a la Central de Abastos de la CDMX, donde -por cierto- los estándares de calidad ya están a los mismos niveles que en el exterior. 

Entre ciencia y tradición 

 García conoce los secretos de la tierra desde mucho antes de recibirse de ingeniero agrónomo en la Universidad de Sonora. En el poblado Bacoachi, muy cerca de Cananea, su padre tenía una milpa de maíz, frijol, alfalfa en un terreno que a veces rotaba con frutales como duraznos, membrillos y peras. Mucho después, experimentó con otras verdades de las plantas con su especialidad, la fitotecnia, “pero de mis padres aprendí a tener contacto con la naturaleza, a respetarla, a sembrar; sin saber en aquel entonces que se podrían producir alimentos a gran escala como ahora.”

Hoy su trabajo ocupa el proceso completo de la agricultura: desde la preparación del suelo, de las camas, las fertilizaciones, las aplicaciones de cintas de riego y la prevención de riesgos (plagas o enfermedades), el crecimiento, la polinización y la cosecha.

“Los agrónomos somos los médicos de las plantas y también somos como sus padres, porque les damos todo lo que ellas nos pidan cuando se enferman, o se estresan”, explica. -

- “¿Estrés?”

-Sí, por exceso de agua, por frío, por calor o por viento.

Sus parábolas encierran un extremo sentido común: si los cultivos tienen hambre hay que darles alimento, que son los fertilizantes; si están enfermos hay que curarlos con agroquímicos; si les caen plagas, hay que bañarlos para que se les quiten.

“Sin agroquímicos ni otros componentes extras como materiales orgánicos y fertilizantes, no conseguiríamos el volumen requerido”, explica García. “Para mí es mucho mejor la polinización natural con abejas que la hormonal. De hecho, en nuestra etiqueta incluimos el gráfico de una abeja, para que la gente sepa que nuestra polinización es gracias a la apicultura”, dice con orgullo García.

“Cada cosecha es nuestro examen profesional”“Cada cosecha es nuestro examen profesional”
César García

Esta combinación de recomendaciones de la infancia, de literatura especializada junto a una danza muy armoniosa entre productos químicos probados y abejas de centenaria efectividad son los ingredientes de una solución perfecta, de un campo que cada año levanta su propia vara para producir más y de mejor calidad.

“Cuando veo gente que come un pedazo de sandía o de melón, se siente muy bonito recordar todo lo que hacemos por el campo y que llega a otras partes de México o Estados Unidos”, dice mientras levanta un melón de la tierra y me lo presenta como si fuera (ya me explicó) parte de su familia.


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